Hallan cápsula del tiempo prehispánica en Guerrero: vestigios intactos de la enigmática cultura tlacotepehua
Ciencia
Por: Carolina De La Torre - 06/06/2025
Por: Carolina De La Torre - 06/06/2025
En una cueva perdida en las montañas de Guerrero, un hallazgo reciente está desafiando los límites del relato arqueológico tradicional. Investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) encontraron en Tlayócoc lo que parece ser un depósito ritual prehispánico intacto, con más de 500 años de antigüedad. Las piezas encontradas podrían estar vinculadas a la cultura tlacotepehua, un grupo indígena del que poco se sabe, pero que aún hoy sobrevive a través de su lengua, hablada por menos de mil personas.
Los tlacotepehuas nunca formaron parte del panteón clásico de las civilizaciones mesoamericanas más estudiadas. Su historia ha quedado relegada a márgenes oscuros en los libros de texto, en parte por su localización geográfica y en parte por la escasez de registros materiales. Este hallazgo —un conjunto de 14 objetos cuidadosamente colocados en el fondo de una cueva remota— representa la primera evidencia directa que permite asomarse a su cosmovisión.
La cueva de Tlayócoc, cuyo nombre en náhuatl significa “cueva de los tejones”, fue explorada en 2023 por la espeleóloga rusa Yekaterina Pavlova y el guía local Adrián Beltrán Dimas. Lo que encontraron al final de un pasaje sumergido fue más que una rareza geológica: una cámara sellada por el tiempo. Dentro, reposaban tres brazaletes de concha, una pulsera rota, un caracol gigante, discos de piedra, y un madero carbonizado. Nada parecía fuera de lugar. Ninguna intervención humana o natural había alterado el espacio.
Este nivel de conservación es extremadamente inusual. Y lo cambia todo: permite estudiar no solo los objetos, sino su disposición y contexto exacto, lo que ofrece pistas clave sobre el propósito ritual del lugar.
Algunos de los brazaletes estaban colocados sobre estalagmitas modificadas, posiblemente usadas como altares. Las piezas muestran grabados: zigzags, círculos concéntricos y rostros de perfil que, según el INAH, podrían estar vinculados con deidades del agua, los cerros y el planeta Venus. En la tradición mesoamericana, Venus no era solo un cuerpo celeste: era un marcador calendárico, un símbolo de muerte y renacimiento, y una presencia que influía tanto en la agricultura como en los rituales de paso.
La profundidad de la cueva y la disposición ceremonial de los objetos refuerzan la hipótesis de que se trataba de un espacio ritual conectado con el inframundo. Las cuevas, en muchas culturas indígenas, no eran simples accidentes geográficos, sino portales sagrados hacia otras realidades.
El hecho de que el depósito haya permanecido intacto es lo que lo vuelve tan valioso. No es solo lo que se encontró, sino cómo y dónde. Este tipo de contexto arqueológico, cerrado y no alterado, es excepcional. Y en el caso de los tlacotepehuas, abre una puerta que nunca antes se había cruzado con tanta claridad.
El hallazgo pone sobre la mesa un punto fundamental: las grandes culturas mesoamericanas no fueron las únicas con sistemas simbólicos y rituales complejos. Hay otras voces, otras historias, que también merecen ser escuchadas. Historias que han estado ahí, esperando, en la oscuridad de una cueva.
Tras el descubrimiento, las autoridades locales y el INAH han trabajado para proteger el sitio. Además de los estudios técnicos que seguirán en curso, se planea una campaña para sensibilizar a la comunidad sobre la importancia del patrimonio biocultural.
Este hallazgo no solo nos dice algo sobre el pasado. Nos obliga a repensar qué historias consideramos dignas de preservar, estudiar y contar. Tal vez sea momento de abrir el mapa, de dejar espacio para culturas como la tlacotepehua, que aún en el silencio, siguen teniendo algo que decir.