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El CEO de Meta propone llenar el vacío afectivo con inteligencia artificial; sin embargo, como advierte la socióloga Sherry Turkle, la conexión no siempre es sinónimo de vínculo real

Mark Zuckerberg cree que tus mejores amigos del futuro serán hechos de código. No tendrán carne ni biografía, pero recordarán tu cumpleaños, te dirán lo que quieres escuchar, y estarán siempre disponibles. Al alcance de un clic, con una sonrisa preinstalada y la empatía entrenada en millones de datos, estos nuevos compañeros artificiales prometen llenar un vacío que ni siquiera sabíamos que teníamos. O al menos, eso quiere hacernos creer Meta AI.

Zuckerberg no habla sólo de asistentes digitales. Habla de una nueva forma de amistad: constante, personalizada, perfecta. Una amistad sin errores humanos, sin silencios, sin el temblor de lo inesperado. "Muchas personas desean tener más amigos de los que realmente tienen", afirmó. Y en su lógica algorítmica, la soledad es una brecha de mercado que puede resolverse con software.

Pero hay algo profundamente inquietante en esta promesa. Como si nos vendieran abrazos enlatados o confidencias fabricadas en serie. Como si la nostalgia del otro se pudiera anestesiar con una versión beta del afecto. Sherry Turkle, psicóloga del MIT y Harvard, una de las voces más críticas frente a la tecnología relacional, lo advirtió hace más de una década:

"Estamos solos, pero tenemos miedo de la intimidad real. Y entonces diseñamos tecnologías que nos dan la ilusión de compañía sin las demandas de una relación." –«Alone Together» (2011)

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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La paradoja es brutal: las plataformas que favorecieron nuestro aislamiento ahora nos prometen consuelo. Nos ofrecen amigos artificiales para curar la herida que ellos mismos ayudaron a abrir. Y lo hacen con el envoltorio brillante de la eficiencia emocional, donde todo lo que duele, incomoda o exige se convierte en un error de sistema.

Turkle insiste: "La tecnología nos seduce donde somos más vulnerables" (Reclaiming Conversation, 2015). Y no hay nada más vulnerable que la necesidad humana de ser visto, escuchado, acompañado. Pero la amistad –la de verdad– es torpe, es lenta, es impredecible. No siempre responde. No siempre agrada. Y sin embargo, es ahí donde reside su belleza: en el riesgo de mostrarse ante otro sin garantías.

Meta propone otra cosa. Propone relaciones a prueba de frustración. Compañías sin conflictos. Conversaciones sin silencios. Un espejo que siempre aprueba, que nunca se cansa, que no te abandona. Pero ¿es eso un amigo? ¿O es simplemente un reflejo nuestro, afinado por la retroalimentación de datos y diseñado para complacer?

Turkle nos recuerda que hablar con otro es también aprender a esperar, a escuchar sin predecir, a soportar el desconcierto. Porque en ese espacio imperfecto de lo humano es donde nace la empatía auténtica.

Así que antes de correr a descargar un nuevo amigo, tal vez convenga hacernos una pregunta simple y brutal: ¿queremos compañías que nos entiendan o que nos transformen? Porque los verdaderos amigos, esos que se ganan y no se programan, no siempre dicen lo que queremos oír. A veces, justo por eso, son imprescindibles.


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Imagen de portada: Computer hoy