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México lidera en horas dedicadas al trabajo pero no en la calidad de vida que éstas reportan. Detrás del esfuerzo incesante, se desvanece el descanso, se fracturan los lazos y se perpetúa la idea de que quien no avanza es porque no se esforzó lo suficiente

En México, la cultura del trabajo se lleva como un orgullo, casi como una medalla de honor. Pero, ¿cuánto cuesta realmente ese esfuerzo?

De acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), México fue el país que más horas trabajó en 2023, con un promedio de 2,207 horas anuales por persona, una cifra muy por encima del promedio de la OCDE, que es de 1,751 horas, y también por encima de países como Estados Unidos (1,799 horas), Japón (1,607 horas) o Alemania (1,343 horas).

Y los datos más recientes confirman la tendencia: según el INEGI, en el cuarto trimestre de 2024 las personas ocupadas en México trabajaron en promedio 45.1 horas por semana. Eso equivale a unas 2,350 horas al año, un número que mantiene al país muy por encima de la media internacional. De hecho, el promedio anual estimado por la OCDE para México en 2024 es de 2,226 horas, consolidando su lugar como líder en horas trabajadas entre los países miembros.

El dato podría parecer un reflejo de compromiso o ética laboral, pero cuando se cruza con otros indicadores, el panorama cambia. Más de una cuarta parte de los trabajadores mexicanos (27%) labora en condiciones de jornada excesiva, según el mismo organismo, cuando el promedio de la OCDE es de apenas 10%.

Trabajamos mucho, pero no necesariamente mejor. México ha sido clasificado como uno de los países menos productivos dentro del grupo, a pesar de sus extensas jornadas. Esto no solo pone en tela de juicio la relación entre horas y eficiencia, sino que también enciende una alerta sobre las consecuencias para la salud física, mental y social de millones de personas.

Detrás del discurso de "echarle ganas" y "salir adelante con esfuerzo" hay una realidad menos inspiradora: largas horas de trabajo no remuneradas, burnout normalizado y un sistema laboral que rara vez considera el descanso como un derecho.

Mientras en otras partes del mundo se discute la jornada de cuatro días, en México el tiempo libre sigue siendo casi un privilegio. Tal vez sea hora de preguntarnos: ¿para qué sirve trabajar tanto si no nos alcanza para vivir mejor?

Además, esta obsesión por idolatrar el trabajo no solo agota cuerpos: desgasta la vida misma. Erosiona los vínculos más esenciales: la familia, la comunidad, el tiempo con uno mismo, quedan relegados ante jornadas que no terminan y fines de semana  –si se tiene suerte– que tampoco descansan. Los días "libres" se usan para hacer lo que no se pudo entre semana: trámites, filas, mandados, otra forma de trabajo no remunerado.

El descanso real se vuelve un espejismo, una promesa lejana mientras el sistema presume avances en calidad de vida y responsabiliza al individuo por su pobreza, como si todo fuera cuestión de “echarle más ganas”. Así, trabajar más no nos saca del hoyo: nos entierra más hondo. 


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Imagen de portada: La Razón de México