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La tenista estadounidense, con 23 títulos de Grand Slam, ha sido reconocida con el Premio Princesa de Asturias de los Deportes 2025 por su impacto histórico en el tenis y su lucha contra el racismo y el sexismo en el deporte

El nombre de Serena Williams no necesita muchas explicaciones. Para muchos, es sinónimo de historia viva del deporte, pero también de lucha, transformación y legado. Hoy, esa trayectoria ha sido reconocida: la extenista estadounidense ha sido galardonada con el Premio Princesa de Asturias de los Deportes 2025, como lo anunció el jurado este miércoles.

Con 23 títulos de Grand Slam en su palmarés individual, cuatro oros olímpicos y 73 títulos totales en su carrera, la huella que Williams dejó en el tenis trasciende las estadísticas. Lo que este reconocimiento destaca —y lo que hace que su legado pese tanto— no es sólo su talento, su potencia en la pista o su mente competitiva, sino el contexto desde el que lo hizo.

Serena nació en Saginaw, Michigan, y creció en Compton, un suburbio californiano marcado por la violencia y la desigualdad. Desde ahí, con una raqueta en la mano y bajo la guía de su padre Richard, comenzó un recorrido que desafiaría no solo al deporte de élite, sino a un sistema profundamente marcado por el racismo, el clasismo y el sexismo. Como mujer negra, como atleta fuera de los moldes tradicionales del “tenis blanco”, su simple presencia ya era un acto político.

La historia de Williams es también la historia del tenis obligándose a mirarse al espejo. En 2001, tras el abucheo que recibió junto a su familia en Indian Wells —un torneo que simboliza lo más conservador del circuito— Serena decidió no volver. Su boicot duró 14 años. La decisión no fue ni cómoda ni popular, pero fue coherente. Cuando finalmente regresó, lo hizo por convicción, no por reconciliación automática. Había leído El largo camino hacia la libertad de Nelson Mandela y, como ella misma declaró, entendió que su responsabilidad pública iba más allá de los partidos.

Desde entonces, y desde siempre, Serena ha usado su plataforma para hablar. Para cuestionar. Para inspirar. Desde su activismo por la igualdad de género en el deporte hasta la inversión en startups creadas por mujeres y personas racializadas con su firma Serena Ventures. Desde la fundación de escuelas en Kenia y Jamaica con su organización filantrópica, hasta el centro de apoyo a víctimas de violencia que lleva el nombre de su hermana Yetunde, asesinada en 2003. Serena no se retiró del todo. Simplemente cambió de cancha.

Su frase de despedida en el US Open de 2022 todavía resuena: “Quiero ser recordada como una luchadora”. Y eso es precisamente lo que premia la Fundación Princesa de Asturias en esta edición: el impacto más allá de los trofeos. El haber abierto camino sin pedir permiso.

La decisión del jurado, presidido por la nadadora paralímpica Teresa Perales, fue tomada entre 30 candidaturas de 13 nacionalidades distintas. En palabras del fallo, Williams “ha sido siempre una firme defensora de la igualdad de género y de oportunidades entre hombres y mujeres en el deporte, y en general en la sociedad”. Una mención que reconoce la complejidad de su figura, su dimensión política y social, no solo deportiva.
Serena Williams no solo ganó en la cancha. Redefinió qué significa ganar. Y eso, sin duda, es lo que queda.


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