¿Por qué nos preguntamos sobre conciencia e Inteligencia Artificial?
Filosofía
Por: Valentina Tolentino Sanjuan - 05/27/2025
Por: Valentina Tolentino Sanjuan - 05/27/2025
Es sabido que cada vez que surge alguna invención en el terreno de la técnica y la tecnología la humanidad se sorprende, en el mejor de los casos se entusiasma, pero casi siempre se asusta; dada la amenaza que, con o sin razón, suponen las invenciones para la propia condición y para la comunidad humana.
Recuérdese el caso del poeta, crítico de arte y traductor francés, Charles Baudelaire, quien dijo sobre la invención del daguerrotipo y la fotografía, surgidos a fines del siglo XIX, que al tratarse de una mera reproducción mecánica el arte correría serios peligros. El motivo fue porque pensaba que ese tipo de reproducción no poseía ni imaginación ni subjetividad. "Cuestiones esenciales para el arte y que sí se incluían en la pintura", señaló.
En cuanto a la subjetividad, para abrevar, pensémosla como esa forma particular que nos hace tener una visión propia del mundo. Vivir los tiempos de diferente manera. Darle a cada experiencia una tonalidad distintiva. Tanto Baudelaire como hoy personas expertas y usuarias de la inteligencia artificial se preguntan, nos preguntamos, si esta podría tener subjetividad y, más aún, si podría en algún momento tener consciencia; dado el avance de la inteligencia artificial generativa, cuyo objetivo es emular funciones de aprendizaje y ejecución hasta hoy exclusivamente humanas.
Actualmente ya no solo tenemos a los algoritmos que resuelven una u otra tarea determinada, sino que tenemos programas que intentan aprender con base en su propia experiencia y a dar una respuesta a partir de ella. Si estos programas comienzan a tomar decisiones y a dar respuestas propias es lógico que nos preguntemos si, lejos de poder razonar, lo cual ya hacen, en algún punto de su desarrollo lograrán tener consciencia. Esta interrogante ha surgido sobre todo por estar frente a la posibilidad de que las máquinas razonen.
También sabemos ya que, a pesar de la difícil empresa de definir lo que es la consciencia y los diferentes saberes y campos que la estudian, sí podemos sostener que hay elementos que la hacen posible. No que la definen, sino que hacen que la consciencia no pueda pensarse sin ellos.
En primer lugar, tenemos a la relación vida-consciencia. Bajo esta relación, hace algunos meses el científico español Ramón de Mántaras puso al centro del debate esta diada, vinculando una de sus intuiciones: que no se puede pensar a la vida sin el elemento Carbono, y en consecuencia a la aparición de la consciencia sin este elemento químico. Entendiendo a la consciencia como ese poder “darse cuenta de que nos damos cuenta”, o bien, de la visión del espectador capaz de observar a su propia mente.
Retomando a Mántaras, añadió que es difícil pensar en que la inteligencia artificial genere consciencia, pues las redes neuronales que en diversos modelos se emplean se componen de Silicio. Cuestión muy diferente es que se pueda crear vida de manera artificial, ese es otro tema. Por lo que hace por ejemplo a la concepción in vitro, a las intervenciones genéticas para bio-mejoramiento, que generalmente utilizan sistemas vivientes.
Lo cierto es que, en buena medida, la pregunta por la consciencia y la inteligencia artificial viene más a partir de imaginarios postapocalípticos, cuyo miedo más grande es que las máquinas acaben con nuestra existencia, que nos esclavicen, o mínimo, que nos reemplacen. Escenarios que no dejan de ser interesantes, algunos de ellos los hemos importado desde la ciencia ficción.
Piénsese en películas como Metrópolis (1927), de Fritz Lang, pasando por Tiempos modernos (1936), de Charles Chaplin, hasta Blade Runner (1982), de Ridley Scott. Aquí cabe hacerse la pregunta de si es que no la producción en serie fue ya el vaticinio de la sustitución humana, donde Henry Ford y la fabricación en serie de automóviles formó un hito que convirtió desde entonces a buena parte de la vida humana trabajadora en obreros industriales reemplazables.
Sin embargo, no podemos dejar de lado el hecho de que, lo que sí está haciendo la inteligencia artificial es reordenar de otros modos el mundo. La realidad se está constituyendo en un modo distinto a la mecanicidad, condición a la que estábamos acostumbradas/os. Aunque existen otro tipo de situaciones que implican ya una diferencia de calado.
Por ejemplo, el hecho de que existan en China las “fábricas negras”; estas que ya no precisan de trabajadores humanos y que operan sin luz, en total oscuridad, para no generar el gasto energético de este recurso, ¿nos haría interrogarnos acerca del reemplazo de la mano humana y de las condiciones que necesita para producir?, ¿este modelo de fábrica representa un beneficio para el medio ambiente?, ¿hacia dónde se podría canalizar el trabajo humano y qué condiciones sociales y materiales tendríamos que construir para que se realice?, ¿deseamos que esto se realice?
Todas ellas son preguntas a las que urge encontrar respuesta. Por el momento, lo cierto es que muchos de estos cambios los tenemos en frente: la incidencia de la inteligencia artificial en cuanto a la educación, al aprendizaje, al empleo, en fin; a la forma en que hasta ahora hemos constituido nuestra experiencia, vivido el tiempo, y permanecido aquí, mientras poseamos esta forma viviente y, nosotras/os sí, la posibilidad de tener consciencia.