«El idiota» de Akira Kurosawa: cuando la pureza no tiene salvación (VER GRATIS)
Arte
Por: Carolina De La Torre - 05/21/2025
Por: Carolina De La Torre - 05/21/2025
Hay películas que más que contarnos algo, nos empujan hacia un umbral. Así es Hakuchi (El idiota, 1951), la arriesgada y casi olvidada adaptación de Akira Kurosawa de la novela monumental de Fiódor Dostoevsky. No es una simple conversión de letras al celuloide. Es una reencarnación: lo que era Rusia zarista se convierte en Sapporo nevada; lo que era fe ortodoxa se transforma en culpa budista; lo que era compasión cristiana, ahora es tragedia posnuclear.
La película sigue a Kameda (basado en el príncipe Myshkin), un hombre cuya bondad radical roza lo inhumano. Recién salido de un hospital psiquiátrico tras sobrevivir un bombardeo —símbolo directo de la Segunda Guerra Mundial—, Kameda regresa a una sociedad que no sabe cómo procesar a alguien incapaz de mentir, de juzgar, de desear poder. Es en su pureza donde se gesta la tragedia: nadie sobrevive siendo tan bueno en un mundo tan roto.
Kurosawa traslada la acción del San Petersburgo decimonónico a un Japón arruinado por la guerra, lleno de heridas abiertas, identidades tambaleantes y deseos furiosos. Ahí, la figura femenina de Taeko (basada en Nastasya Filippovna) emerge como el centro de gravedad emocional: mujer deseada, rechazada, arrasada por la culpa. Kurosawa no suaviza. La crudeza está ahí, pero bajo una capa de nieve perpetua.
Kurosawa, como buen amante de Dostoevsky, intenta ser lo más fiel posible al espíritu de la novela, más que a su trama. Pero, inevitablemente, hay diferencias importantes:
Ubicación y contexto: Del San Petersburgo del siglo XIX al Japón de la posguerra.
Religión y misticismo: La espiritualidad rusa ortodoxa se diluye en un humanismo más abstracto, melancólico, teñido de budismo zen y una sensación de fatalismo moral.
Duración y estructura: Kurosawa planeó una película de más de cuatro horas, dividida en dos partes. El estudio Shochiku la mutiló, reduciéndola a 166 minutos. Se perdió la segunda parte; lo que quedó es un cuerpo fragmentado, lleno de cortes abruptos, pero con alma.
Personajes y enfoque: Kameda es incluso más frágil que Myshkin. En vez de ingenuo, parece extraterrestre. Un ángel condenado a vagar por el barro.
Hakuchi fue un fracaso comercial y crítico en su momento. Incluso en Japón se la consideró demasiado pesada, demasiado densa. La audiencia no estaba preparada para una obra tan lenta, tan trágica, tan explícitamente filosófica. Kurosawa quedó devastado por la edición forzada y nunca volvió a intentar una adaptación tan literal de Dostoevsky. Sin embargo, con el tiempo, la crítica ha reivindicado Hakuchi como un experimento radical, una pieza fallida pero fascinante del rompecabezas kurosawiano.
No ganó premios importantes. No se estudió en las universidades hasta décadas después. Y sin embargo, ahí está, como una cicatriz del cine japonés: difícil de ver, pero imposible de ignorar.
Kurosawa deja su huella en cada encuadre. El uso dramático del clima —la nieve eterna como símbolo de culpa congelada—, las composiciones teatrales, los silencios largos que hablan más que los diálogos, y ese ritmo hipnótico que se permite habitar el dolor sin apurarse.
Más que una adaptación, Hakuchi es una especie de ritual fúnebre. No sólo por lo que se pierde en el montaje, sino por lo que intenta salvar: la pureza en un mundo hostil. Como si Kurosawa, después de ver a su país derrotado y al alma humana tambalearse, aún quisiera creer que ser bueno no es una enfermedad.
La cinta puede mirarse en el sitio Archive.org, verdadero repositorio de acceso gratuito de la cultura humana. El enlace de acceso es el siguiente: https://archive.org/details/the-idiot