Guía literaria de la Onda: Los jinetes que desafiaron los límites del México institucional
Libros
Por: Carolina De La Torre - 05/02/2025
Por: Carolina De La Torre - 05/02/2025
En un México que se tambaleaba entre la modernidad maquillada del milagro económico y las grietas profundas del autoritarismo, la juventud comenzó a agitar las aguas. A finales de los 60, mientras el Estado intentaba imponer una imagen de progreso y estabilidad, miles de estudiantes se lanzaron a las calles con el corazón en la garganta, el puño en alto. Querían voz, libertad, futuro. El 2 de octubre de 1968, en la Plaza de las Tres Culturas, el gobierno respondió con balas. La masacre de Tlatelolco se convirtió en herida abierta, una memoria viva que nunca ha sanado. En ese ambiente de represión, ebullición y búsqueda, nació algo más que un movimiento literario: nació una actitud.
La “Literatura de la Onda” se acuñó en 1971 por la crítica y escritora Margo Glantz, pero su semilla ya había brotado en el 69, cuando en el prólogo de Narrativa joven de México jugaba con la pregunta: “¿Cuál es la onda?”. El término surgió de la jerga juvenil, esa que se colaba en títulos, canciones y conversaciones, y la Onda se convirtió en la clave para adentrarse en un universo narrativo que desbordaba lo solemne. La onda, ese gesto irreverente, era la actitud de una juventud que no solo vivía, sino que se narraba a sí misma, sin pedir permiso.
Mientras en Estados Unidos sonaba The Doors, Jefferson Airplane y Hendrix, en México también vibraban Los Dug Dug’s, Love Army y la figura revolucionaria de Emiliano Zapata. El rock no solo era un puente cultural, era un espejo de rabia y deseo que no imitaba, sino que traducía la contracultura a un código propio, muy a lo mexa. En una sociedad que vendía un México moral y modernizado, las banquetas decían otra cosa. En los cines se colaban películas gringas con sonido de “el diablo”, las calles olían a mariguana y sudor adolescente, y los jóvenes comenzaban a mirar alrededor con hambre de algo más que futuro. Querían presente. Querían voz.
La Onda fue el hijo bastardo de esa contracultura global, pero tropicalizada. Una mezcla de lo beat y lo mexicano, de lo ácido y lo rabioso, con acento chilango y un código de calle que nadie le pidió. No era solo una narrativa sobre la juventud: era la juventud misma hablando en tiempo real, desde la entraña. Los escritores de la Onda no venían de salones dorados ni de universidades prestigiosas. Venían de las calles, de la UNAM, de las tocadas, de las redacciones que olían a cigarro y café barato. Su lenguaje era directo, sin filtros. Había spanglish, modismos y mucha ironía.
El más emblemático. Autor de La tumba (1964) y De perfil (1966), fue el primero en usar la jerga juvenil para narrar sin pedir permiso. Estuvo preso en Lecumberri por posesión de marihuana, lo que no hizo sino afilar su prosa aún más.
El maldito por excelencia. Su novela Pasto verde (1968) fue un delirio lisérgico que huele a rock y a rebeldía. Murió joven, en el abandono, pero su obra sigue brillando como esas estrellas que arden rápido.
Con Gazapo (1965) puso en marcha el experimento literario que sería el corazón de la Onda: múltiples voces, ritmo sincopado, laberintos mentales y mucho humor negro.
Más político, más combativo. Participó activamente en el movimiento estudiantil del 68, y en obras como Los juegos denunció el absurdo de la represión con una ironía devastadora.
Un adolescente de clase media se pasea por el DF entre fiestas, jazz, existencialismo barato y una crisis que no puede nombrar. El libro inaugura el lenguaje de la Onda: desparpajado, cínico, profundamente lúcido. “Me cae que el tiempo vuela, hace una semana era lunes y ya es martes, y ni siquiera sé qué he hecho.”
Una novela coral donde los personajes se confunden, se contradicen y se diluyen como si fueran humo. La estructura se rompe a cada página. La trama es la ciudad misma. “Había que correr como idiotas por la vida, como si no hubiera muerte. Había que reírse aunque estuviera todo podrido.”
El ácido, el rock, la risa nerviosa antes de una redada. El libro es una fotografía distorsionada de los jóvenes que querían vivir sin pedirle permiso al PRI ni a la Real Academia. “En el cuarto, la luz era azul y los sonidos eran verdes. Todo estaba bien. Todo estaba alucinante.”
Una crítica feroz a las olimpiadas del 68 y al autoritarismo mexicano, envuelta en una fábula distópica que aún hoy duele. Fue uno de los primeros en usar la ciencia ficción como espejo crítico del México moderno. “Los juegos eran la gran cortina. Detrás, los gritos.”
La Onda no solo fue una postura estética, sino una filosofía de vida, un desafío al statu quo. Fue una cachetada con guante de cuero negro al México institucional. No solo rompió con la narrativa, sino con el mito de que para decir algo serio había que hacerlo bonito. La Onda cambió el modo de narrar, de hablar, de entender qué era la literatura. Le dio permiso al lector de reconocerse sin disfraz. Fue más que un movimiento literario: fue un grito de libertad, un presente urgente que no podía esperar.
La Onda fue, en el fondo, un grito de aquellos que estaban ahí, en las calles, entre el humo de un cigarro, al ritmo del rock, mientras las patrullas rondaban afuera. La literatura más potente, la que arrastra con más fuerza, sin pedir permiso. En un México convulso, los jóvenes no solo tomaron la calle, sino también la pluma, para escribir su propia historia, con su propio lenguaje, una manera de decir “estamos aquí”.