Juan Rulfo: el eco que aún habla desde la tierra (GUÍA AL AUTOR)
Libros
Por: Carolina De La Torre - 05/16/2025
Por: Carolina De La Torre - 05/16/2025
A propósito de su aniversario de nacimiento –el 16 de mayo de 1917– volvemos a Juan Rulfo, no como quien desempolva una figura literaria, sino como quien escucha de nuevo una voz enterrada, que aún susurra entre las grietas.
Juan Rulfo no empezó escribiendo: empezó escuchando. A la tierra, al silencio, a los ecos que nadie más quería oír. Nacido en 1917 en una Jalisco rota por la violencia y la orfandad, Rulfo no tejió historias, sino murmullos. Sus palabras parecen encontradas en el polvo, no en la tinta, y su literatura no se lee: se siente como un temblor debajo de la piel.
La tragedia lo acompañó desde la infancia: huérfano de padre a los seis, de madre a los diez, habitante precoz del abandono y de esa forma tan mexicana de la soledad. De allí, quizá, nació su voz: sobria, rota, como si hablara desde el más allá. Nunca se subió al estrado del intelectual grandilocuente. Su poder era otro: el de mirar, esperar y decir poco, pero decirlo todo.
Rulfo fue muchas cosas: escritor, guionista, editor, fotógrafo. Su cámara también contaba historias, capturando pueblos deshabitados, niños en silencio, rostros endurecidos por el polvo y el tiempo. En cada disparo, como en sus cuentos, late el abandono.
Rulfo nos mostró que la literatura también es un acto de escucha. Que hay que callar para oír lo que murmura debajo de la tierra. Porque, sin alardes ni panfletos, fue más crítico que muchos de los que gritan: mostró un México herido, descompuesto, con sus fantasmas hablando entre las ruinas.
Pedro Páramo no es solo una novela: es un lugar. Un Comala imaginario que ya todos conocemos, donde la muerte no es el fin, sino el eco persistente de lo que no se dijo. Sus cuentos, lejos de ser simples relatos del campo, son disecciones quirúrgicas de un país que duele.
Un libro de cuentos donde los protagonistas no tienen escapatoria. Campesinos, bandidos, hombres solitarios que hablan como si le rezaran a un dios que ya no está. "No oyes ladrar los perros" y "Diles que no me maten" son joyas implacables.
Una novela breve pero infinita. Juan Preciado llega a Comala buscando a su padre, Pedro Páramo, y se encuentra con un pueblo habitado por muertos que siguen hablando. Es realismo mágico, pero también es horror existencial y poesía en ruinas.
Una historia de perdedores, escrita para el cine, donde un pregonero de feria encuentra en las peleas de gallos una suerte de destino. Cruda, simbólica, menos conocida pero profundamente rulfiana.
Una selección de su trabajo visual. Porque para entender a Rulfo también hay que mirar con sus ojos. Sus fotos dicen lo que sus cuentos callan.
Juan Rulfo no escribía para entretener. Escribía para habitar. Para moverse entre los fantasmas del interior, para rozar el dolor y dejarlo que sangre. Para oler sus letras y saborear sus estrofas como quien prueba el barro mojado luego de una tormenta. Leerlo es desnudarse ante lo que fuimos, no lo que decimos ser. Su literatura no consuela: sacude, golpea, revela y seduce.
Su obra no se mide en volumen, sino en hondura. Fue único, como esos sueños que uno tiene solo una vez, pero no olvida jamás.