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¿Quiénes están detrás del pensamiento político de Vladimir Putin? Una mirada a la influencia de Iván Ilyin y Aleksandr Duguin, dos filósofos cuyas ideas han influido en el discurso del Kremlin.

En el entramado político del Kremlin hay nombres que resuenan más allá de los despachos y las reuniones militares y es en este sentido que dos de ellos laten en el fondo del alma ideológica de la Rusia actual: Iván Ilyin y Aleksandr Duguin. Ambos son pensadores que, desde distintos tiempos, pero con posturas similares, han marcado el mapa ideológico que sustenta parte del discurso de Vladimir Putin.

Más que meras referencias intelectuales, Ilyin y Duguin han podido moldear la retórica oficial rusa y, en muchos sentidos, los motivos detrás de decisiones cruciales como la anexión de Crimea o la narrativa en torno a la guerra en Ucrania. Sus escritos, ideas y posturas conforman una filosofía política en la que la tradición, la unidad nacional, el rechazo a Occidente y una espiritualidad profundamente ortodoxa convergen en una forma peculiar que desafía el mundo moderno.

Iván Ilyin

Iván Ilyin, rocorstudies.org 

Hijo de la aristocracia rusa y nacido en Moscú en 1883, el linaje de Iván Ilyin se remonta a la legendaria dinastía Rúrika, lo cual le otorgaba no solo prestigio, sino una especie de deber espiritual con el destino de Rusia. Tras el colapso del Imperio ruso y la Revolución bolchevique, Ilyin fue exiliado, pero su influencia nunca abandonó el imaginario conservador del país. Murió en Suiza en 1954, y décadas después, Vladimir Putin se encargó personalmente de trasladar sus restos de regreso a Rusia, gesto cargado de simbolismo político.

Ilyin fue una figura destacada del Movimiento Blanco, un frente anticomunista y monárquico que vio en la Revolución de 1917 no un despertar, sino una tragedia. Su pensamiento gira en torno a la defensa de los valores tradicionales, la familia, la ortodoxia cristiana y una concepción de Rusia como nación elegida con una misión espiritual particular. 

Para Ilyin, la debilidad del zar Nicolás II y su abdicación sellaron la caída del orden ruso. Esa crítica a la flaqueza del poder es compartida con la visión del liderazgo de Putin, quien parece haber encontrado en Ilyin una inspiración moral para su estilo de gobierno.

Este filósofo advertía sobre los peligros del pensamiento liberal occidental y de una autoestima nacional debilitada, dos elementos que, según él, hacían vulnerable a Rusia frente a la influencia foránea. Esa idea de una nación herida, necesitada de redención y poder, está viva en el discurso de Putin desde su primer mandato. 

Ilyin, aunque llegó a cruzar miradas con ciertos fundamentos del fascismo europeo, rompió con el nazismo cuando este consideró a los pueblos eslavos como inferiores. Su nacionalismo, por tanto, siempre estuvo envuelto en un sentido de dignidad espiritual profundamente eslavo.

En múltiples discursos, incluso durante la justificación de la ocupación de Crimea en 2014, Putin ha citado a Ilyin con admiración. Uno de los fragmentos más repetidos es: “El que ama a Rusia debe desear para ella la libertad... la independencia y la autonomía...”. Pero esa libertad, según Ilyin, no es la del individuo frente al Estado, sino la de Rusia frente al mundo.

Aleksandr Duguin

Aleksandr Duguin, Maxim Shemetov (Reuters)

Si Ilyin representa el pasado mítico, Duguin es el presente caótico. Nacido en Moscú en 1962, Aleksandr Duguin es una figura mucho más provocadora y difícil de clasificar. Políglota, autodidacta, filósofo y teórico político, su trayectoria intelectual ha oscilado entre el ocultismo, el fascismo místico, el bolchevismo renovado y un nacionalismo extremo. 

Desde joven, formó parte de círculos disidentes y sociedades secretas, como el Círculo Yúzhinski, un grupo involucrado en el satanismo y el nazismo, así como de la sociedad ultranacionalista rusa Pamyat. 

Su obra más influyente, Fundamentos de geopolítica (1997), se convirtió en una especie de guía alternativa para los militares rusos. En ella, Duguin propone una reconfiguración total del mundo, con Rusia como eje de una civilización continental que desafíe a Estados Unidos y la hegemonía occidental. Bajo esa lógica, Ucrania no tiene razón de existir como Estado autónomo, pues su simple presencia entorpece el proyecto euroasiático.

Lo cierto es que Duguin no mantiene una relación estrecha con Putin, aunque su apoyo hacia el mandatario ruso no es un secreto. De hecho en 2007 llegó a declarar:

«No hay más opositores al rumbo de Putin y, si los hay, son enfermos mentales y hay que enviarlos a un examen clínico. Putin está en todas partes, Putin lo es todo, Putin es absoluto, y Putin es indispensable» 

Su fervor es tal que durante las protestas prorrusas de 2014 en Ucrania, Duguin mantuvo contacto regular con los separatistas. No es exagerado decir que fue uno de los arquitectos intelectuales de la anexión de Crimea, un movimiento que él mismo justificó como parte de la “resurrección de la Gran Rusia”.

Duguin considera que la modernidad liberal es un veneno y la única cura es una cuarta teoría política que supere al liberalismo, al comunismo y al fascismo. Su visión de Eurasia no es solo geográfica, es espiritual, religiosa y autoritaria. Es el retorno a una era donde el Estado no es un mediador, sino el fin en sí mismo. 


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