¿Eres idiota o eres político? El verdadero origen social de estas palabras
Política
Por: Yael Zárate Quezada - 05/19/2025
Por: Yael Zárate Quezada - 05/19/2025
«Odio a los indiferentes. Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son cobardía, no vida. Por eso odio a los indiferentes.»
–Antonio Gramsci
¿Alguna vez te has sentido “idiota”? Tal vez todos en algún momento de nuestra vida hemos sido lo suficientemente egoístas para calificarnos de esta manera. Pero ¿qué significa al final la idiotez? Muchas veces utilizamos este calificativo para denostar a alguna persona que no es de nuestro agrado e intentamos hacerle ver como si fuera falto de sentido o de razón. Lo cierto es que la figura del “idiota” tiene su origen en la política y que en su momento servía para distinguir a los ciudadanos de las polis griegas.
Remontándonos a la Grecia clásica, no existía la separación tajante entre lo individual y lo colectivo, como suele ocurrir hoy. La vida cotidiana transcurría entre el ágora, los debates públicos, las decisiones comunes. Ser ciudadano no era solo habitar una ciudad, sino participar activamente en su devenir. De ahí que los antiguos griegos distinguieron entre dos tipos de personas: el politikós y el idiotikós.
El primero, el politikós, era aquel que se asumía como un ente vivo dentro de la comunidad, alguien que opinaba, decidía y se hacía responsable del rumbo colectivo. No hacía falta ser orador o estratega militar, únicamente bastaba con no permanecer indiferente. En cambio, el idiotikós era quien se replegaba a su esfera privada, quien evitaba deliberar, participar o comprometerse. Quien vivía como si los asuntos comunes no le afectaran y se inmiscuyera solo en lo individual y lo privado.
Ese término, idiotikós no tenía, en su origen, la connotación de torpeza o ignorancia que hoy le damos. Era más bien una forma de nombrar al sujeto que –teniendo toda la posibilidad de involucrarse– decidía no hacerlo. Era una crítica ética y social; un llamado de atención.
Con el tiempo, el concepto de “idiota” fue perdiendo su raíz política y se volvió un insulto. Pero si miramos a nuestro alrededor, quizá podamos entender por qué vale la pena recuperar su sentido original.
Cada vez más la idea de comunidad se diluye y se vuelve más cómodo —o más rentable— vivir desconectados de lo colectivo. Frases como “ese no es asunto mío”, “para qué te involucras” o “mientras no me afecte”, son el claro ejemplo de este tipo de pensamiento. Con esto no decimos que vayas por la vida buscando problemas o que te involucres en las vidas personales de los demás, pero sí que te intereses en lo que ocurre a tu alrededor dentro de tu comunidad, porque al final de todo, lo personal es político aunque la figura del idiótikos se multiplique.
Afortunadamente, la polarización, la desinformación y la apatía social, no eliminan la política; lo malo es que se deja en manos de otras personas y siendo así, dejamos de ser seres activos para convertirnos en seres activados.
Replantearnos el origen de esta palabra —idiota— es más que un gesto etimológico. Es una provocación. ¿Qué lugar ocupamos en nuestra propia ciudad, en nuestras redes, en nuestras conversaciones? ¿Somos parte activa de la vida pública o meros espectadores? Quizá, en estos tiempos de ruido e hiperindividualismo, volver a ser politikós sea un acto profundamente revolucionario.