Hoy, a los 81 años, murió Sebastião Salgado, uno de los fotógrafos más trascendentes de nuestra era. Con su lente logró capturar la dignidad de los pueblos desplazados y la crudeza de la guerra, pero quizá su legado más silencioso —y el más fértil sin duda– lo dejó en forma de hojas y raíces en su tierra natal, al sureste de Brasil.
Tras recorrer el mundo retratando el dolor humano, Salgado regresó a finales del siglo pasado a Minas Gerais, donde había crecido. Lo que encontró fue un paisaje desolado, una tierra que alguna vez fue bosque tropical y que ahora estaba reducida a polvo.
Fue Leila, su esposa y compañera incansable, quien imaginó la posibilidad de reforestar este bosque y así, juntos fundaron el Instituto Terra y comenzaron una labor que muchos habrían tachado de utópica. Más de dos millones de árboles después, el milagro sucedió, pues los ríos volvieron a fluir, los pájaros regresaron y las especies reaparecieron. El bosque respiró de nuevo.
Este no fue un simple acto de restauración ecológica, sino un acto de amor con un mensaje poderoso: el mundo puede sanar si lo sembramos con cuidado y paciencia. Para Salgado, esta fue una manera de responder al colapso con esperanza. Lo dijo más de una vez: “Esto no es magia, es biología. Pero si creemos en ella, puede parecer un cuento”.
Desde Pijama Surf lo recordamos como un sembrador de ecosistemas y de ideas. Y si hoy su cuerpo vuelve a la tierra, siempre podemos imaginar que de él también brotará un árbol.
Sebastião Salgado y Leila / Claude Nori