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Aunque Bolaño no sea conocido como cineasta, su obra se cruza constantemente con el lenguaje del cine. En sus relatos, la pantalla se convierte en un espejo de la realidad, donde la violencia, el arte y la búsqueda de la verdad se mezclan en un guion tan ineludible como desconcertante

Aunque Roberto Bolaño no suele ser el primer nombre que salta cuando se piensa en literatura y cine, la verdad es que el séptimo arte respira, casi en sigilo, dentro de varias de sus páginas. Como un eco lejano o un susurro entre ruinas, el cine aparece en su obra no como adorno, sino como otra forma de narrar la intemperie.

Desde personajes que sueñan con filmar películas imposibles, hasta escenarios que se despliegan ante el lector como si fueran fotogramas heridos, Bolaño entendía que el cine, al igual que la literatura, es una máquina de fantasmas. Una manera imperfecta de atrapar lo que siempre está escapando.

Compartimos a continuación algunos fragmentos seleccionados por el crítico y profesor de literatura José Correa Camiroaga, publicados originalmente en su artículo "El cine en la obra de Roberto Bolaño", publicado a su vez en la revista especializada Littérature, histoire et cinéma de l’Amérique hispanique, de la Universidad de Liège.

 

«Apenas lo conocía y decidió invitarlo al cine. Daban una de Bergman, no recuerdo cuál. […] Entonces, en aquellas visitas con las Garmendia, la casa le pareciô preparada, dispuesta para el ojo de los que llegaban, demasiado varia, con espacios en donde claramente faltaba algo. En la carta donde me explicó estas cosas (carta escrita muchos anos después) Bibiano decía que se había sentido como Mia Farrow en El bebé de Rosemary, cuando va por primera vez con John Cassavettes, a la casa de sus vecinos. Faltaba algo. En la casa de la pelicula de Polanski lo que faltaba eran los cuadros, descolgados prudentemente para no espantar a Mia y a Cassavettes. En la casa de Ruiz-Tagle lo que faltaba era algo innombrable (o que Bibiano, años después y ya al tanto de la historia o de buena parte de la historia, consideró innombrable, pero presente, tangible), como si el anfitrión hubiera amputado trozos de su vivienda.»

Estrella distante (1996)

 

– ¿Cómo termina la película?— pregunté. Me miró sorprendido.
– La pelicula… —dije— Actualidad… Usted ya la ha visto, ¿no?
– Infinitas veces.
– ¿Cómo termina?
Pleumeur-Bodou sonrió tristemente.
– De una manera vulgar. Michel asesina a sus padres. Luego intenta matar a su mujer. No lo consigue. Se suicida. Pero antes le prende fuego a la mansion, un fuego magnífico, la destrucción total…
– ¿Y el valet?
– Ah, esa marisabidilla curiosa muere entre las Hamas, no se sabe muy bien si accidentalmente o no. ¿O tal vez emprende la huida? Eso es, se marcha. Desaparece. Se lo traga la noche. La pelicula es bastante rara… No tengo una idea formada de ella. La verdad no la entiendo del todo.
– Pero usted la ha visto muchas veces.
– Si, pero hay secuencias, fragmentas, que todavía no entiendo. Tal vez nunca, qué más da…

–"La habitación de al lado", El secreto del mal (2007)

 

«Al mirarlo me pareció idéntico a Edward G. Robinson. Como si Edward G. Robinson hubiera entrado en una mâquina de moler came y hubiera salido transformado: más flaco, la piel mâs oscura, más pelo, pero con los mismos labios, la misma nariz y sobre todo los mismos ojos. Ojos que saben. Ojos que creen en todas las posibilidades pero al mismo tiempo saben que nada tiene remedio. Vâmonos, dijo.» 

Los detectives salvajes (1998)

 

«Las paredes de la pension parecían estar hechas de came. Came cruda y came a la plancha, indistintamente. Y mientras la follaban miraba las paredes y veía cosas que se movían, que corrian por aquella superficie irregular, como en una pelicula de John Carpenter, aunque yo no recuerdo ninguna pelicula de Carpenter con aquellas peculiaridades.»

Los detectives salvajes

 

Para Bolaño, el cine nunca fue un refugio ni un espectáculo limpio: fue otra forma de errar entre escombros. En su literatura, las imágenes en movimiento aparecen descompuestas, como sueños febriles proyectados en muros a punto de caer.

Porque en su universo, ver —como vivir— es siempre mirar a través de una pantalla sucia, donde lo hermoso y lo terrible se confunden sin remedio.


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Imagen de portada: Parlante