Este 24 de mayo, Bob Dylan cumple años. Y aunque el calendario sume, él parece habitar un tiempo paralelo, uno donde la música no se mide por modas sino por impacto. Dylan no solo escribió canciones: las convirtió en armas, espejos, trampas, y a veces, consuelo. Su voz, rasposa y llena de grietas, sigue siendo una de las más claras para hablar de lo que incomoda.
Nació en 1941 en Duluth, Minnesota, y desde muy joven entendió que el poder de una canción podía ir mucho más allá del entretenimiento. En plena era de turbulencia política y social, Dylan tomó el folk como vehículo y le inyectó preguntas que aún hoy resuenan: ¿cuántos caminos debe recorrer un hombre? ¿cuánto tiempo puede seguir la gente mirando hacia otro lado?
Cuando la escena folk quiso encasillarlo, se rebeló. En 1965 se enchufó (literalmente) a la guitarra eléctrica en el Newport Folk Festival y rompió esquemas. Dylan no se dejaba domesticar por nadie, ni siquiera por sus propios fans. Cada vez que parecía cómodo en un lugar, se movía. No por capricho, sino porque entendía que el arte que se acomoda se vuelve inofensivo.
En 2016, Bob Dylan recibió el Premio Nobel de Literatura por haber creado “nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición musical estadounidense”. Muchos lo aplaudieron, otros lo criticaron. Como siempre, Dylan dividía. Pero eso ha sido parte de su esencia: no complacer, sino provocar. Lo suyo no ha sido nunca la popularidad, sino la permanencia. Y ahí sigue.
Escuchar a Dylan no es solo disfrutar de una buena melodía. Es entrar en un mundo cargado de crítica, ironía, esperanza y desilusión.Estas canciones son una puerta de entrada a su universo:
Blowin’ in the Wind (1963) – preguntas eternas, respuestas esquivas.
The Times They Are A-Changin (1964) – llamada urgente a aceptar que todo cambia.
Desolation Row (1965) – una especie de collage distópico con tono de profecía.
Mr. Tambourine Man (1965) – viaje interno, psicodélico, pero profundamente humano.
Knockin’ on Heaven’s Door (1973) – breve, melancólica y devastadora. El adiós de alguien que ya no quiere seguir luchando.
Dylan no ha buscado nunca ser simpático. No está en redes, no se adapta, no se explica. Pero sigue siendo esencial porque lo que escribió —y sigue escribiendo— toca fibras que pocos se atreven a tocar. Su obra atraviesa generaciones porque no le habla al momento, sino al ser humano que duda, que se indigna, que busca sentido.
En tiempos donde la velocidad manda y el pensamiento incómodo se censura, Dylan representa otra forma de estar en el mundo. No te da respuestas fáciles. Pero si lo escuchas de verdad, te deja con preguntas que importan.