Películas que se petrificaron en el tiempo, edición Semana Santa
Arte
Por: Yael Zárate Quezada - 04/12/2025
Por: Yael Zárate Quezada - 04/12/2025
Hay recuerdos que huelen a incienso y a televisión encendida a medio día. Semana Santa, en muchos hogares mexicanos, no solo es sinónimo de vacaciones o procesiones, sino de un ritual audiovisual que se repite cada año, como si el tiempo se hubiera quedado detenido entre túnicas bíblicas, arenas del desierto y panorámicas de Judea. Las películas que alguna vez marcaron el clímax del cine épico-religioso ahora parecen suspendidas en el tiempo, convertidas en íconos de una tradición que sobrevive, no por la novedad, sino por la costumbre.
La paradoja es de por sí interesante: cintas que en su momento representaron lo más ambicioso de Hollywood, hoy habitan una especie de limbo cultural. Son parte de la decoración de temporada, como las luces en Navidad o el cempasúchil en noviembre. Y sin embargo, vuelven, siempre vuelven. Como si la Semana Santa no pudiera existir sin ellas. Tal vez porque en su repetición, como en todo rito, hay consuelo. O tal vez porque, en un mundo de contenidos efímeros, su permanencia nos recuerda que hay cosas que se niegan a desaparecer.
Veamos de qué película se trata.
Comenzamos fuerte con la cinta de Mel Gibson, la cual no solo reabrió la conversación sobre la violencia en el cine religioso, sino que propuso un lenguaje casi litúrgico desde lo cinematográfico. Rodada en arameo y latín, y marcada por una crudeza visual pocas veces vista, La Pasión de Cristo dividió opiniones pero consolidó su lugar en la tradición fílmica de Semana Santa. Han pasado más de veinte años de su estreno y aún hoy sigue generando debate, aunque el fervor inicial se ha suavizado.
Dirigida por Cecil B. DeMille y protagonizada por Charlton Heston, esta superproducción fue, en su época, un hito técnico y narrativo. El mar que se abre, los relieves del Monte Sinaí, el poder de los milagros en Technicolor. Todo en esta película es desmesurado, pero también profundamente simbólico. Con los años, su estética ha envejecido como un mural antiguo: ya no impacta, pero impone. Cada Semana Santa, esta cinta se proyecta como si fuera una liturgia que no necesita actualización.
Ben-Hur no solo ganó 11 premios Oscar; también ganó un lugar en el subconsciente colectivo de generaciones. Su narrativa de traición, fe y redención, entrelazada con la figura de Cristo, la convirtió en un clásico de Semana Santa por excelencia y uno de los grandes clásicos del cine épico hollywoodense. Aunque tuvo versiones anteriores –como la de 1925– y posteriores, ninguna ha podido reemplazar el aura solemne de la protagonizada por Charlton Heston. Cuesta imaginar una Semana Santa sin esta película.
Con Enrique Rambal en el papel protagónico de Jesús, esta película marcó una época en el cine nacional al retratar con gran solemnidad la vida del Mesías. Desde los milagros bíblicos más icónicos –multiplicar los peces, devolver la vista, hacer caminar a un paralítico– hasta momentos de profundo simbolismo como la expulsión de los mercaderes del templo, esta cinta se convirtió en un pilar de la Semana Santa en México. Es cine de oro, sí, pero también es cine de fe, incrustado en la memoria popular como un evangelio visual.
Con el histriónico Willam Dafoe en el papel estelar, la cinta de Scorsese desafió la ortodoxia que retrata a Jesús no como un ser divino e inmaculado, sino como un hombre lleno de dudas, anhelos y contradicciones. En esta versión Jesús también quiere ser feliz, tener una vida común, amar a una mujer. Pero la llamada del destino –y su última tentación– lo colocan frente al sacrificio. Una visión humana y por ello mismo profundmenta filosófica que, a pesar de la controversia, plantea preguntas incómodas y necesarias. Amor fati, diría Nietzsche: amar el destino, aunque duela.
Aunque preparada para el formato de miniserie, la obra dirigida por Franco Zeffirelli es inseparable del calendario pascual en gran parte de América Latina. Transmitida en canales de televisión abierta durante años, esta producción moldeó y popularizó la imagen visual de Jesús como un hombre blanco, sereno, de ojos claros, una representación que se volvió norma cultural –y que como toda norma, es importante interrogarla–.
Con la Semana Santa en vísperas, cabe recordar que estas películas ya no se miran para descubrir algo nuevo, sino porque están ahí, como estampas de un calendario que se reactiva cada primavera. Ya no compiten por la atención en las plataformas de streaming, es cierto, pero compiten por mantenerse en pie en un mundo donde el contenido se vuelve obsoleto al ritmo del scroll. Y sin embargo, ahí están. Petrificadas, pero también invulnerables, como si cada Semana Santa también fuera una forma de resurrección para ellas.