El papa Francisco murió la madrugada del 21 de abril y con él también se cerró un momento de la historia contemporánea de la Iglesia Católica. El primer pontífice latinoamericano y miembro de la orden jesuita falleció dejando tras de sí un legado que se caracterizó por reformas y posturas que, para muchas personas, representaron un cayado de conciencia y una luz moral en tiempos de incertidumbre.
Su figura al frente del Vaticano desde el año 2013 coincidió con momentos trágicos y de transformación global, como la pandemia, las guerras y el surgimiento de nuevos nacionalismos. En medio de todo ese ruido, su voz brindó una dirección moral que también impactó la opinión tanto dentro como fuera de la Iglesia.
Su pertenencia a los jesuitas –una orden tradicionalmente vinculada a la justicia social y la defensa de los derechos humanos– delineó desde el principio su agenda que versaba en una Iglesia más abierta, más humana y menos vertical. Pero toda reforma, por necesaria que parezca, convive con la resistencia. A pesar de ello, Francisco lo supo, lo enfrentó y persistió.
En este sentido, su legado no solo se mide en palabras, sino en acciones concretas que han reconfigurado el rostro institucional de la Iglesia.
En 2023, el Papa Francisco aprobó que los sacerdotes católicos pudieran administrar bendiciones a parejas del mismo sexo, así como a parejas en situaciones “irregulares”, siempre que dichas bendiciones no formaran parte de un ritual litúrgico como el matrimonio. La medida, que busca reflejar una Iglesia que “acoge a todos”, generó reacciones adversas especialmente en sectores conservadores de Estados Unidos y África.
Durante su pontificado, Francisco abrió espacios inéditos para las mujeres en el corazón del Vaticano. A través de reformas estructurales, permitió que mujeres participaran de manera activa como lectoras y acólitas en misa, lo que avivó el debate sobre un futuro posible en el que también puedan ser ordenadas sacerdotisas.
Una de las decisiones más audaces fue la reorganización de la Curia Romana a través de la constitución Praedicate Evangelium en 2022. Con esta reforma, Francisco buscó descentralizar el poder del Vaticano. Entre los cambios más importantes se encuentra la posibilidad de que laicos, incluyendo mujeres, dirijan dicasterios. También se promovió mayor autonomía para las conferencias episcopales locales, lo que tensionó el tradicional centralismo de Roma.
En 2019, el Papa Francisco promulgó Vos Estis Lux Mundi, un documento que estableció nuevas reglas para denunciar abusos sexuales dentro de la Iglesia y responsabilizar a obispos que los encubrieran. Fue un paso firme en la rendición de cuentas. Un año antes, el Papa había reconocido públicamente el fracaso de la institución en proteger a los más vulnerables: “Con vergüenza y arrepentimiento, como comunidad eclesial, asumimos que no supimos estar donde teníamos que estar. No cuidamos de los más pequeños, los abandonamos.” Con este marco normativo, Francisco dio un giro hacia la transparencia y la responsabilidad institucional.
Aunque no la prohibió, el Papa Francisco sí restringió la celebración de misas en latín, específicamente en el rito tridentino, debido a que se había convertido en una fuente de división. Algunos sectores lo interpretaban como un regreso a una Iglesia preconciliar, resistente a los cambios del Concilio Vaticano II. En 2021, Francisco publicó el Motu Proprio Traditionis Custodes, que estableció que las misas en latín solo podrían celebrarse en casos específicos y con autorización del obispo local. La intención fue preservar la unidad y evitar que la liturgia se convirtiera en un campo de batalla ideológico.
Las reformas de Francisco I en una de las instituciones más antiguas de la humanidad son un ejemplo de un cambio espiritual que, más allá de la fe, busca interpelar a la conciencia y a la ética de tiempos que exigen una transformación o reinterpretación de valores.