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Entre recuerdos difusos, amores que se derrumban y escenarios de cartón, Michel Gondry construye un cine donde la fragilidad no es un defecto, sino el corazón palpitante de la historia. Un mundo donde la memoria se pliega y el amor se recorta con tijeras de infancia.

Hay directores que narran historias y otros que las construyen como si fueran maquetas frágiles, hechas de papel y pegamento, listas para colapsar en un suspiro. Michel Gondry pertenece a los segundos. En su cine, la memoria se enreda, el amor se construye con cartón y acuarelas, y el tiempo nunca avanza en línea recta. Es un cineasta que, más que contar relatos, los moldea con las manos, como un niño que se niega a aceptar las reglas de la lógica.

Su estética es inconfundible: stop-motion, colores pastel que ocultan tormentas emocionales, escenarios que parecen diseñados por un soñador que nunca despertó del todo.

En Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004), la memoria es un campo de batalla donde los recuerdos se desvanecen como tinta en el agua, explorando la imposibilidad de borrar por completo aquello que nos define.

La ciencia del sueño (2013) es la expresión más pura de su universo artesanal: cartón, papel y algodón como materia prima de una mente que se resiste a la monotonía de la realidad.

Rebobinados (2008) es la nostalgia convertida en acto de resistencia, una oda a la creatividad rudimentaria que reescribe la historia con imaginación antes que con tecnología.

Pero más allá de su estilo visual, Gondry es un obsesivo del recuerdo y la fragilidad humana. En sus historias, el amor siempre se sostiene con alfileres y las relaciones avanzan a contratiempo, como en La espuma de los días (2013), donde la fantasía romántica se corrompe lentamente hasta volverse asfixiante. Sus personajes, siempre un poco torpes, siempre un poco rotos, intentan aferrarse a algo que inevitablemente se les escapa. La infancia idealizada, la soledad disfrazada de excentricidad, la nostalgia como motor narrativo. Todo en su universo parece destinado a desmoronarse con la misma facilidad con la que fue construido. La cinta, por cierto, es una adaptación bastante ingeniosa de la novela homónima del escritor francés Boris Vian.

 

Gondry es un ilusionista que sabe que, tarde o temprano, la magia se desvanece. Pero en ese breve instante, en el momento en que la fantasía es real aunque sea por un segundo, está la esencia de su cine. Porque al final, ¿qué es la memoria sino un sueño mal editado? ¿Qué es el amor sino un truco de luces y sombras? Gondry nos recuerda que la vida es un acto de bricolaje, y que, aunque todo esté destinado a desmoronarse, vale la pena intentarlo una y otra vez.


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Imagen de portada: L'Écume des jours, 2013