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Tepoztlán arde mientras persisten sospechas sobre el cambio ilegal de uso de suelo. La sequía, la deforestación y la expansión inmobiliaria agravan una crisis que ya no es solo ambiental.

Las llamas que este fin de semana devoraron las montañas de Tepoztlán, Morelos (México) no solo arrasaron con más de mil hectáreas de vegetación; también encendieron las alertas sobre un fenómeno más profundo: el vínculo entre los incendios forestales y el cambio de uso de suelo. Esta zona, reconocida por su valor cultural y natural, enfrenta una amenaza que va más allá de lo inmediato.

Hasta el 14 de abril, Tepoztlán ha registrado cuatro incendios activos, en zonas clave como Las Tirolesas, Kilómetro 63, Santo Domingo y San Juan Tlacotenco. Estos siniestros se enmarcan en una crisis nacional: en todo México hay 106 incendios activos que han consumido más de 42 mil hectáreas. Morelos figura entre los cinco estados con mayor número de focos de calor, junto con Chihuahua, Michoacán, Oaxaca y Guerrero.

Si bien el aumento en la frecuencia y severidad de los incendios está directamente relacionado con la sequía —más del 40% del territorio nacional presenta sequía moderada o excepcional, y las lluvias han sido un 32% menores al promedio histórico—, especialistas y pobladores señalan otra causa que se repite con inquietante frecuencia: el cambio ilegal o encubierto del uso de suelo.

En Tepoztlán, organizaciones civiles y comunidades han denunciado desde hace años el avance de construcciones irregulares, cabañas turísticas y proyectos inmobiliarios en zonas de conservación. Muchos incendios, sobre todo los de origen humano, se sospecha que no son accidentales, sino el primer paso para “limpiar” el terreno y transformarlo después en áreas urbanizadas, violando la Ley General de Desarrollo Forestal Sustentable.

Aunque dicha ley prohíbe el cambio de uso de suelo en zonas incendiadas durante al menos 20 años, la falta de vigilancia, las lagunas legales y la corrupción local permiten que estas transformaciones ocurran bajo esquemas opacos. Tepoztlán no es ajeno a esta dinámica, donde el fuego se convierte en herramienta y coartada.

El contexto nacional agrava el panorama. El índice meteorológico de incendios (FWI, por sus siglas en inglés), que mide el riesgo de propagación del fuego, ha mostrado niveles de severidad superiores al promedio de las últimas cuatro décadas. Las emisiones contaminantes como las partículas PM 2.5 y el dióxido de carbono también han aumentado, afectando tanto la salud humana como los ecosistemas.

Frente a esta situación, las comunidades locales exigen una respuesta más firme por parte de las autoridades: no basta con apagar el fuego, es necesario detener el modelo que lo alimenta. En Tepoztlán, la defensa del territorio se ha vuelto una forma de resistencia.

Porque si algo han dejado claro estas montañas en llamas, es que el fuego no solo consume árboles: también arrasa con memorias, paisajes y formas de vida.


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Imagen de portada: José Cárdenas