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Su silueta es un juego de luces y sombras: la «femme fatale» seduce, traiciona y desestabiliza el orden masculino, convirtiéndose en un ícono tan irresistible como condenable

La femme fatale camina entre sombras y destellos, un espejismo de terciopelo que destroza las certezas de los hombres. Su existencia es una danza entre la seducción y la condena, una promesa de éxtasis que siempre se paga con la caída. La historia la ha mirado con deseo y recelo, la ha enmarcado en la figura de Eva, la original transgresora, la culpable de la caída de la humanidad. En el cine, su silueta se recorta contra las sombras contrastadas y el humo de un cigarro a medio consumir en el medio de sus labios rojos, encarnando una peligrosa independencia que perturba al orden masculino.

Si en el cine mexicano su figura osciló entre la cabaretera condenada y la depredadora irresistible, fue en el cine noir donde alcanzó su verdadera inmortalidad.

"El concepto femme fatale con el que se designa a esta mujer históricamente transgresora, es un término que surge a posteriori. Comienza a utilizarse en la segunda mitad del siglo XIX en representaciones literarias y plásticas." (Cabañas, 2014:99)

En la penumbra de los años treinta y cuarenta, su cuerpo se convirtió en un laberinto de secretos y traiciones, en un ícono de la fatalidad envuelta en seda y perfume caro. Barbara Stanwyck en Double Indemnity (Billy Wilder, 1944), Leticia Palma en En la palma de tu mano (Roberto Gavaldón, 1951), Gene Tierney en Laura (Otto Preminger, 1944): mujeres que no pertenecen a nadie más que a su propio destino, que juegan con la moral como si fuese un cigarrillo que encienden y dejan consumirse en la penumbra.

La femme fatale no es solo una mujer malvada, sino un simbolismo que amenaza a la estructura misma del mundo patriarcal. Su inteligencia y su autonomía la convierten en un peligro que debe ser castigado, su deseo de poder la sitúa fuera de la norma.

"En la modernidad aparece una y otra vez inasible, con un aura maligna, sea de niña, carnívora, bruja, prostituta o fatídica." (Cabañas, 2014:100)

La sociedad no la perdona, la narrativa la condena. En el cine clásico, casi siempre hay una bala esperándola al final del metraje, un castigo inevitable que devuelve el orden a la historia –¿y a mundo?–.

Sin embargo, su figura ha mutado con el tiempo. Si bien en los años dorados del cine noir su destino era el abismo, en el cine contemporáneo la femme fatale ya no es solo la antagonista de una historia contada desde la mirada masculina. Se transforma en antihéroe, en sujeto de su propia historia. Personajes como Catherine Tramell en Basic Instinct (Paul Verhoeven, 1992) o Amy Dunne en Gone Girl (David Fincher, 2014) desafían la idea de que una mujer poderosa deba ser necesariamente castigada. Ahora, el poder y la seducción ya no son solo su condena, sino su elección, su declaración de guerra en un mundo que sigue temiendo a las mujeres que no piden permiso.


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Imagen de portada: «En la palma de tu  mano», Roberto Gavaldón (1951)