Cuando la luz se apaga, las ideas se encienden: «El efecto dominó» y el apagón europeo
Arte
Por: Yael Zárate Quezada - 04/30/2025
Por: Yael Zárate Quezada - 04/30/2025
Una ciudad sin electricidad es el escenario ideal para explorar los límites de la civilización y los impulsos más primitivos de la humanidad. Esto es lo que plantea The Trigger Effect (1996), conocida en español como El efecto dominó, una película de David Koepp protagonizada por Kyle MacLachlan, Elisabeth Shue y Dermot Mulroney. Lo que comienza con un apagón aparentemente inocente se transforma rápidamente en una amenaza silenciosa con rumores de saqueos, miedo, paranoia, compra de armas, y la sensación de que todo podría colapsar en cuestión de días.
La película, más allá de su narrativa tensa y claustrofóbica, lanza una advertencia sobre lo frágil que puede ser la estructura social cuando se desconectan los sistemas que la sostienen. El director muestra cómo, ante la ausencia de electricidad –ese invisible sostén de la vida moderna– la convivencia puede volverse tribal y la supervivencia individual, una prioridad. “Lo deprisa que la humanidad caería hasta casi una existencia tribal sin su tecnología”, dijo MacLachlan sobre la cinta.
Sin embargo, el reciente apagón en algunos países de Europa –y muy particularmente en España– ofreció una imagen radicalmente distinta a la planteada por el thriller de Koepp. En lugar del caos y el miedo, surgió una especie de tregua no planeada con la vida moderna. Las terrazas se llenaron de gente que decidió simplemente salir a convivir, a tomar unas cervezas, comer tapas o simplemente sentir el calor de la primavera. El corte de energía se transformó en una invitación involuntaria a reconectar con los demás y con uno mismo.
Claro, hubo incertidumbre. Siempre la hay cuando se apagan las pantallas y los routers dejan de parpadear. Pero la reacción social no fue la de una espiral de violencia, sino una especie de aceptación estoica. La calma se impuso, como si el apagón hubiese activado una memoria que nos recordara que la vida también ocurre cuando no hay nada que hacer, más que estar.
Esta diferencia entre la ficción cinematográfica y la realidad europea nos abre la pregunta sobre si ¿acaso la sociedad encontró en este espacio libre de desconexión digital una oportunidad para volver a conectar consigo misma? Tal vez, como insinuaban los filósofos estoicos, el problema nunca ha sido el evento en sí, sino la manera en que lo interpretamos. Y tal vez también, en un mundo saturado de estímulos, perder la luz puede ser la única forma de encender las ideas.