El viaje a Siberia que despertó en Kropotkin al ideólogo anarquista
Filosofía
Por: Yael Zárate Quezada - 04/20/2025
Por: Yael Zárate Quezada - 04/20/2025
Antes de convertirse en uno de los grandes ideólogos del anarquismo, Piotr Kropotkin fue un joven aristócrata enviado al exilio voluntario en Siberia. Allí, el frío, la naturaleza y la injusticia social lo transformaron para siempre.
Viajar no solo implica desplazarse de aquí para allá; en ocasiones esta acción se convierte en un quiebre de nuestra comodidad que nos permite abrir la puerta a nuevas interrogantes y por consiguiente a nuevas experiencias transformadoras. Este fue el caso de Piotr Kropotkin, quien por azares del destino llegó a Siberia, un territorio tan extenso como frío que lo alejó de los lujos de la nobleza rusa para aproximarlo a la cruda realidad del mundo que habitaba.
Allí además de un paisaje nevado también se topó de frente con la humanidad pero en su forma más despojada, injusta y dolorosa. Sin embargo aquí fue donde germinó la semilla de una revolución interna que con los años, lo transformaría en uno de los más reconocidos pensadores anarquistas de la historia.
Kropotkin nació príncipe. Su infancia transcurrió entre salones elegantes, caballos pura sangre y música en vivo. Los sirvientes de su padre tocaban instrumentos, la cocina rebosaba de banquetes, y en las noches se celebraban fiestas donde el poder se representaba en cada gesto. Un pequeño Kropotkin fue testigo de los excesos y las teatralidades del zarismo, pero también –de forma silenciosa– de sus horrores. Ejemplos hubo muchos como el hecho de que siervos fueran forzados a casarse, soldados reclutados sin elección y brutalmente azotados hasta perder la piel, además de jóvenes obligados al exilio perpetuo.
En este contexto transcurrieron los primero años de Piotr y no fue sino hasta los diecinueve años, lejos aún de toda ideología, que él mismo pidió ser destinado al Cuerpo de Exploradores en Siberia.
Lo que encontró allí fue una vida totalmente distinta a la que conocía. Campesinos abandonados por el Estado, condenados que sobrevivían en condiciones extremas, pueblos que vivían al margen de toda burocracia. Fue en ese entorno que conoció a Mijaíl Mijáilov, poeta revolucionario, y que estaba preso por sus ideas. De él recibió algo más valioso que una amistad: recibió una guía. Le recomendó leer a Pierre-Joseph Proudhon, el filósofo francés que cuestionaba la propiedad privada y los principios del Estado.
La naturaleza, la convivencia con pueblos libres de estructuras jerárquicas complejas y el contacto diario con aquellos seres olvidados del imperio ruso fueron las piezas que rompieron su visión del mundo.
“Puedo decir ahora que perdí en Siberia toda la fe que antes pudiera haber tenido en la disciplina del Estado, preparándose así el terreno para convertirme en anarquista.”, escribiría más tarde.
Al regresar a San Petersburgo, Kropotkin ya no era el mismo. Abandonó su carrera militar y se unió al Círculo de Chaikovski, un grupo de jóvenes que difundía literatura prohibida entre los campesinos. Se disfrazaba de campesino para no levantar sospechas, se mezclaba con el pueblo, hablaba su lenguaje.
Pronto formó parte del movimiento naródniki, fue encarcelado, escapó, vivió en el exilio, pero nunca abandonó su causa. Su pensamiento cristalizó en obras como La conquista del pan y El apoyo mutuo, textos donde proponía una sociedad sin Estado, basada en la cooperación y la solidaridad, tal como la había observado en las aldeas siberianas.
El viaje de Kropotkin abona a pensar que en ocasiones hay que ir hasta el borde del mundo para descubrir qué es lo que hay en el centro de uno mismo. Hoy sus ideas pueden parecer difíciles de llevar a la práctica, más en el mundo capitalista en el que vivimos, pero su viaje a Siberia, sin duda, sigue siendo una poderosa metáfora del poder que tiene el desplazamiento físico para trastocar el alma.