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Con silencios, miradas perdidas y humor seco, el director finlandés encuentra luz en lo gris y esperanza en medio de lo absurdo

Hay directores que no necesitan levantar la voz para ser escuchados. Que no corren detrás del drama, sino que lo esperan en silencio. Aki Kaurismäki, desde el rincón más hondo de Finlandia, ha construido un cine como si tejiera un abrigo para los que viven en invierno permanente: los parias, los solos, los que han perdido algo sin saber exactamente qué. Su cine no grita, susurra. Y lo que dice, cala.

En sus planos fijos y colores desvaídos hay algo que recuerda a los bares donde ya nadie canta, donde las máquinas de discos coleccionan canciones olvidadas y los vasos cargan más historia que los libros. El estilo visual de Kaurismäki no es solo una elección estética, es una declaración de principios: el mundo es frío, seco, a veces absurdo. Pero incluso en ese paisaje árido, la ternura aún puede florecer como una flor necia que se abre entre el asfalto.

Su narrativa se mueve al ritmo de quien ya no tiene prisa. Silencios que pesan como muebles viejos. Diálogos breves, casi mecánicos, pero cargados de verdad. Kaurismäki sabe que muchas veces no hace falta decirlo todo para que el espectador lo sienta todo. A menudo, sus personajes no hablan: sobreviven. Y en esa resistencia mínima, casi absurda, se esconde su épica secreta.

Y es que su cine es como un suspiro de esperanza cuando la melancolía aprisiona el ser. Entre el gris, pequeños colores destellan en la escena, prestando de significado todo aquello que parecía haberlo perdido. Kaurismäki encuentra en la cotidianidad el brillo de las historias que guardan en sí un gran y atorado sentimiento. Aquello que para quien no sabe mirar parecería monotonía o lo aburrido, él lo convierte en espejo. Porque como la vida, incluso en sus momentos más grises y amargos, su cine encuentra no solo la esperanza, sino esa chispa de gracia que arrastra lo absurdo y lo transforma en un instante de belleza silenciosa.

Las obsesiones de este director no están en la grandilocuencia, sino en lo pequeño: un gesto torpe de afecto, un cigarro compartido, la dignidad terca del que sigue yendo a trabajar aunque ya no haya nada que esperar. Sus historias están habitadas por limpiadores, conductores, mujeres cansadas y hombres rotos que, contra toda lógica, aún creen que el amor podría salvarlos.

Kaurismäki no filma finales felices, filma la posibilidad –mínima, improbable, casi ridícula– de que, incluso en medio del desencanto, dos almas puedan encontrarse.

 

Guía para perderse (y encontrarse) en Kaurismäki

La chica de la fábrica de cerillas (1990)

Una tragedia muda, feroz y contenida. La historia de una mujer rota por el trabajo, el desamor y la indiferencia. Aquí, la venganza se cocina con el fuego lento de la desesperanza.

 

Ariel (1988) 

Un obrero desempleado, una mujer sin suerte, un niño. El retrato de la esperanza con los bolsillos vacíos y la música como único abrigo.

 

Sombras en el paraíso (1986)

Amor entre un recolector de basura y una cajera de supermercado. Una coreografía torpe y dulce entre quienes no saben bailar con la vida, pero aún lo intentan.

 

Un hombre sin pasado (2002)

Un amnésico construye una nueva existencia entre los desechos de Helsinki. Una fábula donde los que nada tienen son los únicos capaces de ofrecerlo todo. Finalista al Oscar, pero con el corazón ya ganado desde antes.

 

Le Havre (2011)

Un homenaje a la solidaridad en tiempos de fronteras. Un limpiabotas acoge a un niño migrante africano. Un poema contra el cinismo moderno.

 

Fallen Leaves (2023)

Una de sus piezas más recientes y delicadas. Dos solitarios que se encuentran en medio del absurdo. La belleza de lo mínimo. La fragilidad como acto de resistencia.

 

Kaurismäki es el cineasta de los que no tienen lugar en el mundo, pero siguen buscando uno. Su cine no quiere impresionar, quiere acompañar. No quiere explicar el dolor, quiere mirarlo a los ojos.

Verlo es un acto íntimo. Una conversación con la tristeza. Un recordatorio de que la dignidad no necesita discursos, solo un gesto honesto. Y que, incluso en medio del invierno más largo, a veces, cae una hoja. Y alguien la recoge.


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Imagen de portada: IMDB