El sábado 5 de abril de 2025 el festival AXE Ceremonia vivió uno de los episodios más oscuros en su corta historia. Cerca de las 17:00 horas, una estructura decorativa, sostenida por una grúa, colapsó dentro del Parque Bicentenario de la Ciudad de México, causando la muerte inmediata de dos jóvenes fotógrafos: Berenice Giles Rivera y Miguel Ángel Rojas Hernández, acreditados por el medio Mr. Indie. Además, otras personas resultaron heridas.
Según información oficial, una fuerte ráfaga de viento provocó la caída de la estructura. Sin embargo, la alcaldía de Miguel Hidalgo declaró más tarde que la instalación se colocó sin planificación ni supervisión adecuada. La grúa colapsada, paradójicamente, había sido designada por los organizadores como “punto de encuentro seguro”.
Así difundía @AXECeremonia esas estructuras como “puntos de encuentro seguros” en el Parque Bicentenariohttps://t.co/9JY3Q8ravh pic.twitter.com/1SkmUi7dTX
— Hannahlejandra ᥫ᭡ (@Hannahlejandra) April 6, 2025
A pesar del incidente, el festival continuó con normalidad. No hubo una suspensión inmediata ni un anuncio claro a los miles de asistentes, quienes, en muchos casos, no contaban con señal celular. La programación continuó, al igual que las publicaciones oficiales del evento en redes sociales, celebrando "la gran vibra" del festival como si nada hubiera ocurrido.
Fue hasta pasadas las 22:00 horas que las autoridades confirmaron públicamente la muerte de los dos fotógrafos. El evento, sin embargo, siguió hasta la madrugada.
🚨Los subieron #MUERTOS a la ambulancia para evitar un escándalo. Desde el momento del desplome en AXE Ceremonia, las autoridades intentaron ocultar el #fallecimiento de ambos jóvenes en Parque Bicentenario. A un fotógrafo lo sacaron con VIOLENCIA por documentar el hecho. Horas… pic.twitter.com/TSLse1EYcS
— Tania Aguilar (@Tania_aguilarcr) April 6, 2025
Al día siguiente, domingo 6 de abril, la Secretaría de Gestión Integral de Riesgos y Protección Civil colocó sellos de suspensión en el recinto. La segunda jornada del festival –que tenía prevista la participación de artistas como Massive Attack y Tyler, The Creator– fue cancelada, lo cual provocó un alud de críticas, especialmente de asistentes que exigieron el reembolso de sus boletos, atendiendo su derecho como consumidores.
La indignación creció al saberse que ni los organizadores del festival ni los fundadores de Grupo Eco —empresa detrás del evento— ofrecieron declaraciones. Diego Jiménez Labora, uno de los fundadores, cerró su cuenta de Instagram. Hugo Díaz Barreiro Olvera restringió sus redes sociales y eliminó referencias públicas a su relación con el proyecto. El silencio se volvió una segunda caída.
En medio del luto, el gremio fotoperiodístico convocó a una velada el domingo 6 a las 17:30 en el mismo parque donde ocurrió la tragedia. Mientras tanto, la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México inició una investigación. Y en redes sociales comenzó a circular un mensaje del abogado de una de las víctimas, señalando que el medio Mr. Indie se deslindó de toda responsabilidad y no ofreció ningún tipo de apoyo a la familia afectada.
Me awita mucho que hoy se esperaban +100mil personal al domingo de @AXECeremonia .
— María Gala/🍉/Antifa (@maria_gala_) April 7, 2025
Y hoy quienes acuerpan la digan rabia solo son el gremio de periodistas y fotógrafos. La indolencia y la frivolidad. pic.twitter.com/5XYf2lYOGC
No fue solo una estructura mal colocada. Fue una cadena de decisiones que privilegió el espectáculo sobre la seguridad. Una falla humana que, como tantas otras, no fue castigada con una pausa, sino con un set más. Dos vidas segadas entre luces, cables y silencio institucional.
Mientras el cuerpo de Berenice yacía en el piso, la música siguió. La pista vibraba, los visuales brillaban, y en las redes del festival se hablaba de comunidad, de amor, de energía colectiva. Nadie informaba lo esencial: que dos personas habían muerto. Que algo irreversible había pasado.
Aun considerando el riesgo o la dificultad operativa de cancelar la jornada del sábado de un momento a otro, es claro que en esa omisión es donde se quiebra todo. Donde lo que parecía una celebración se convierte en reflejo de una insensibilidad que no empezó con esta tragedia, pero que en ella se volvió evidente.
La música no se detuvo. Pero lo más doloroso fue ver que, para muchos, tampoco lo hizo la vida. El enojo de algunos asistentes se centró en la cancelación del domingo. Exigían reembolsos, protestaban por la suspensión, ignorando —o eligiendo ignorar— que el precio no fue solo el de una entrada: fue el de dos vidas humanas.
Y sí, quizá muchos de esos asistentes ahorraron durante meses para estar ahí. Lo comprensible, sin embargo, no siempre es lo justo. Porque cuando el enojo por perder un festival pesa más que el duelo por una vida ajena, algo se rompe en lo común. La muerte se vuelve ajena, lejana, descartable si no nos toca directamente. Y ese no es solo un problema individual: es social.
El wey que fue al pal norte a ver a kendrick y compro boletos para ir al axe ceremonia a ver a tyler: pic.twitter.com/CkTDd5wUZx
— MVRYØ𓆰𓆪 (@M4R10GL) April 6, 2025
Vivimos en una maquinaria que nos entrena para no detenernos. Donde la productividad se disfraza de catarsis colectiva, y el dolor —si no es propio— debe silenciarse para no incomodar. Esa maquinaria también estuvo presente en Ceremonia: en la opacidad de sus organizadores, en la continuidad programada del show, en la indiferencia que se escurrió entre stories de felicidad impostada.
Porque la indiferencia no solo se expresa con palabras: también con la omisión, con el silencio, con el scroll que evita mirar una imagen demasiado real. Se replica como un eco: desde quienes organizaron mal, desde quienes no comunicaron, desde quienes callaron tras el colapso, desde quienes huyeron de sus responsabilidades, hasta quienes midieron el valor de la tragedia por el dinero perdido.
Y en el fondo, lo que arde no es solo la ausencia de protocolos, ni siquiera la falta de transparencia. Lo que arde es la frialdad. Esa incapacidad de detenerse, de hacer silencio, de mirar la muerte sin voltear la vista. No como interrupción de la fiesta, sino como una grieta en el suelo que lo cambia todo. Pero aquí no cambió nada. La maquinaria siguió su curso, como si esas vidas no hubieran contado.
Porque lo insoportable no fue solo que la música continuara, sino que para quienes debieron responder, pareciera no haber peso. Ni culpa, ni temblor. Como si la memoria no mereciera siquiera un gesto, como si la muerte de Berenice y Miguel fuera solo un accidente menor, un inconveniente logístico. Y si ni siquiera eso los detiene, ¿qué podría hacerlo?.
La muerte de Berenice y Miguel no fue el final de un concierto. Fue el principio de una pregunta que sigue sin responderse: ¿cuánto vale una vida en el espectáculo? ¿Cuántas estructuras más tienen que caer —físicas, simbólicas, éticas— para que algo realmente cambie?
Porque si ni la culpa corroe a los responsables, si la mano no se desploma ante la tragedia, si el silencio no se impone como duelo, entonces no estamos en un festival. Estamos dentro de una máquina insaciable, que no conoce pausa, que lo convierte todo en ruido, incluso la muerte. Una que sigue girando, aunque se lleve consigo lo más irremplazable: la vida y su memoria.
los atardeceres son hermosos pero no más que ustedes 🌅 ahora sí, saquen las chamarritas que viene el frío 🥶 pic.twitter.com/oTsLZPJFdz
— AXE Ceremonia (@AXECeremonia) April 6, 2025