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Miedos y deseos: la figura del vampiro en la historia del cine nos recuerda que aunque se resignifique la imagen, el mito del vampiro nunca muere.

Para continuar el hilo que entreteje su trabajo, Robert Eggers cerró el 2024 con un largometraje que persigue su esencia oscura. Después de La bruja (2015), El faro (2019) y El hombre del norte (2022), el director y guionista neoyorkino trajo para todos los seguidores y amantes del terror su versión de Nosferatu, esa cinta llevada a la pantalla grande por primera vez por George Meliés en 1896 con el cortometraje Le Manoir du Diable y que 26 años más tarde el director alemán, Friedrich Wilhem Murnau llevaría la popularidad del mito del “chupasangre” a los cielos –y hasta el infierno– con su obra Nosferatu, una sinfonía del terror

Este filme, considerado como una obra maestra del expresionismo alemán, catapultó el mito del vampiro hacia niveles insospechados y logró encontrar un espacio en el imaginario cultural de nuestra época, pues es un tanto inevitable pensar en un escenario lúgubre mezclado con colmillos y sangre al hablar de Drácula. 

El mito del vampiro, una figura en constante transformación

Para el filósofo y sociólogo Cornelius Castoriadis, los mitos sirven para transformar o bien legitimar a las instituciones y orientar a los sujetos pertenecientes a estas mismas para pensar, sentir e integrarse a una sociedad. En la Europa del medioevo, el mito del vampiro les servía a los pueblos como una explicación simbólica para enfermedades y epidemias como la peste. Se trataba de encontrar una razón para entender el origen de los males que les aquejaban. 

Lo cierto es que cada sociedad y cada momento en la historia actualiza la función de los mitos aunque mantiene ciertas semejanzas en los signos que se utilizan para la proyección de la figura como tal del vampiro. 

Por ejemplo, existe una distancia considerable entre el Nosferatu de Murnau y el vampiro de la saga de Crepúsculo; sin embargo, ambos comparten el signo de que la luz es una de sus grandes debilidades. Mientras que el primero no puede siquiera asomarse al sol, el segundo queda expuesto ante el escrutinio de la sociedad cuando le tocan los primeros rayos del astro. 

"Los mitos sirven para transformar o bien legitimar a las instituciones y orientar a los sujetos a pensar, sentir e integrarse a una sociedad." 

El hecho es que ambos son llevados a la pantalla grande con el objetivo de significar y resignificar el origen del mal, el mal como institución donde existen normas que no deben romperse y de hacerlo, se instituyen unas nuevas que dan un sentido distinto a la misma institución. En otras palabras, la resignificación del vampiro a través de la cinematografía puede contemplarse como un actualizador del mito, que lo mantiene vigente aunque en otro contexto. 

Una reflexión importante es que Nosferatu –que en alemán significa el “no muerto”– es representado como un ente maligno, primitivo e incluso infrahumano, relacionado con enfermedades y suciedad. Mientras tanto, el Drácula de Tod Browning y personificado por un Bela Lugosi en una de sus mejores actuaciones, se presenta como un ser seductor perteneciente a la aristocracia, dando paso al pensamiento de que la maldad se presenta en muchas formas posibles. 

Aunque pareciera que ambos –si no es que todos los vampiros en el séptimo arte– comparten la similitud del desprecio por la raza humana, lo cierto es que su sed de sangre los hace necesitar de las personas, pues podrían estar condenados a la desaparición, algo difícil de entender tomando en cuenta su característica inmortalidad, un rasgo que nos indica que la proyección del mal nunca termina y que estamos condenados como especie a la disyuntiva entre sucumbir a las tentaciones seductoras que se nos presentan o a mantenernos en un estado de estoicismo en el “deber ser”. 

Al final, Robert Eggers, con su versión de Nosferatu, no solo rinde homenaje a la historia del cine de terror, sino que también nos recuerda que el vampiro, como figura mítica, seguirá viviendo en la reinvención para reflejar los miedos y deseos de cada época. Ya sea como una criatura repulsiva y primitiva o como un aristócrata seductor, su presencia en la pantalla grande nos enfrenta a una verdad inmutable: el mal nunca desaparece, solo cambia de forma.


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