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La adaptación de «El mono» de Stephen King nos recuerda que la muerte no siempre llega con solemnidad: a veces, golpea su tambor y nos invita a reír ante lo inevitable

La reciente adaptación cinematográfica de El mono –basada en el relato corto homónimo de Stephen King, publicado originalmente en 1980– nos presenta una reflexión inesperada sobre la muerte y el absurdo que la acompaña. La trama sigue a Hal Shelburn y su hermano gemelo Bill, quienes descubren un mono de juguete que con cada golpe de su tambor anuncia una muerte inexplicable. Este sonido que se podría creer pueril e inofensivo, resuena así como un inevitable presagio.

Lo fascinante de esta entrega radica en su capacidad para mantener la esencia del terror característico de King mientras delinea una sonrisa que se tuerce entre las sombras. El director Osgood Perkins juega con el sinsentido inherente de un juguete asesino para exponer el caos de la existencia, recordándonos que la muerte no siempre llega con solemnidad; a veces, se presenta disfrazada de irreverencia, golpeando al ritmo de un tambor místico. 

El Terror en el cine siempre ha expresado y presentado uno de los rasgos más humanos: el miedo. Y dentro de esas historias, si nos alejamos de lo verosímil que construye para sí el mismo guion del universo, no deja de descubrirse un completo absurdo la forma en que se representan los miedos más profundos, siendo completamente humano el entrecruce del terror con lo ridículo. 

 

El mono (Oz Perkins, 2025) nos coloca así frente a la mortalidad pero no con una mirada solemne, sino con una risa entrecortada, casi incómoda, que nos obliga a aceptar lo inevitable. Porque sí, la muerte es aterradora, pero también absurda desde lo inevitable, pudiendo ser vista como el epílogo de una obra que jamás tuvo sentido o el golpe inesperado que rompe el guion de nuestras vidas.

En su esencia, esta adaptación no solo rinde homenaje al espíritu inquietante de Stephen King, sino que también nos invita a confrontar nuestras ansiedades más profundas desde un ángulo inesperado. El mono nos recuerda que, a veces, la única forma de lidiar con el miedo es riendo con él, aceptando que el destino, como ese insólito juguete, tiene un sentido del humor retorcido e impredecible.