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Esta es la historia de la disputa, los litigios y el reconocimiento tardío del legado de Antonio Meucci, a quien Alexander Graham Bell sustrajo la invención del teléfono

Los inventos surgen de las necesidades y las necesidades encuentran su hogar en la precariedad. Esta es una gran distinción con las mejoras que se le pueden hacer a un artefacto, pues las mejoras surgen con el tiempo y que, tanto antes como ahora, el tiempo puede considerarse un lujo. 

De este tiempo y lujo era el que gozaba Alexander Graham Bell, científico británico nacionalizado estadounidense y descendiente de una familia de locutores –su abuelo en Londres, su tío en Dublín y su padre en Edimburgo– a quien durante muchos años se le consideró el inventor del teléfono. 

Sin embargo, la historia dio un vuelco cuando en 2002 el Congreso de Estados Unidos aprobó la resolución 269 donde se reconoció de manera postmortem al italiano Antonio Meucci, por inventar el teléfono en 1854, al cual en su momento nombró como teletrófono.

Aunque Alexander Graham Bell fue reconocido como el inventor del teléfono, la vida de Antonio Meucci reveló una verdad diferente.

Alexander Graham Bell

La disputa por la invención del teléfono

Mientras Graham contribuyó con las mejoras al teléfono como lo conocemos hoy en día, Meucci lo inventó para poder resolver una necesidad: comunicarse con su esposa enferma, quien se encontraba al otro lado de la puerta de la habitación donde vivían.

Parte del problema fue que si bien Meucci realizó una demostración pública de cómo funcionaba su "teletrófono" (según bautizó a su invención), no pudo pagar los diez dólares que costaba la advertencia de patente lo que derivó en que años después se le otorgara la patente a Bell.

En este contexto, Alexander Graham Bell enfrentó más de 600 demandas por parte de sus competidores, entre ellos, además del de Antonio Meucci, el de Elisha Gray, quien también reclamaba la invención del teléfono. A pesar de los litigios, Bell logró defender sus derechos en los tribunales, lo que le permitió ser reconocido durante años como el inventor oficial del dispositivo

Para Bernard Finn, Conservador Emérito de Colecciones de Electricidad del Museo Nacional de Historia de Estados Unidos del Instituto Smithsoniano, Bell vio de manera más clara que otros inventores, las posibilidades comerciales, por lo cual, solicitó la patente y continuó trabajando en su “invención”. 

Fue así que en marzo de 1876, Alexander obtuvo la patente luego de lograr que su prototipo de teléfono funcionara al utilizar un transmisor líquido similar al de Gray. 

Cuatro años después, en 1880, Bell recibió el premio Volta de la Academia Francesa de Ciencias y para 1888, se convirtió en uno de los fundadores de National Geographic Society. Una década después asumió como presidente de esta institución. 

Antonio Meucci, Garibaldi Meucci Museum.

Un reconocimiento tardío 

Después de obtener la patente, los logros en la vida de Graham Bell llegaban de manera constante hasta que falleció a causa de la diabetes en 1922. Un caso muy distinto al de Meucci, quien murió en 1889 sin poder ver la gloria de su trabajo y el reconocimiento de su talento como inventor, aunado a un poco conocimiento del idioma inglés y su vaga destreza legal para defenderse. 

Hasta junio de 2002 la Cámara de Representantes finalmente reconoció a Meucci como el inventor original del teléfono y un dato curioso es que el asteroide (15353) Meucci fue nombrado así en su honor. 

¿La justicia tarda pero llega? 


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