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Te compartimos nuestro análisis de las palabras de esta obispa episcopal que han dado la vuelta al mundo por desafiar a Donald Trump, al movimiento MAGA y a lo políticamente correcto para la derecha. También puedes leer su homilía o discurso completo en español.

La teóloga, sacerdote y activista social estadounidense Mariann Edgar Budde ha alterado los ánimos de los simpatizantes y detractores disimiles de la ideología MAGA, de regresó a la Casa Blanca junto a Donald Trump desde el pasado lunes 20 de enero 2025.

Es demasiado denominar “ideología” al eslogan “Make America Great Again”. No sobra decir que es uno viejo, usado en campaña por primera vez por Ronald Regan, hace ya casi medio siglo. Y aunque pueda parecer demasiado, se trata de una versión de derecha de la también disímil y entre comillas “ideología Woke”. Derivación del término “wake”, despertar, se trata simplemente de una retórica de imposición de lo que sea políticamente correcto.

Los entusiastas del cambio que impone MAGA pueden ser paleoconservadores, anarco-libertarios, creyentes bíblicos literalistas, folcloristas de la identidad sajona, latinos que rechazan cualquier recuerdo del socialismo del siglo XXI, católicos tradis anti-Francisco, defraudados por la inclusión forzada en las grandes producciones de Hollywood, feministas antitrans y personas preocupadas por la inflación y los costos de la guerra en Ucrania. Personas que rechazan cómo parte del statu queo ha convertido las necesidades de los más vulnerables en un ejercicio de poder corporativo y político. Personas a las que, cada vez más convencidas y autojustificadas, les gustaría imponer que esos vulnerables sean hoy lo políticamente incorrecto, lo criminal y lo inmoral de un nuevo statu quo.

Se trata simplemente de neoliberalismo Woke con una mercadotecnia distinta, otra forma de abuso del cuarto poder y de la demagogia para moralizar a través de la exclusión y no de la inclusión forzada. Un movimiento Woke para gente perfecta y conforme con regresar a un pasado ficticio, uno para gente a la que se le invita a ser egoísta.

Lo único claro de Trump y MAGA es que, aunque tengan simpatías transversales entre católicos, protestantes y ortodoxos, como si con este regresó a la presidencia regresará Dios mismo, la ley natural, la ley moral y la ley del bienestar: son un vacío de espiritualidad cristiana, solo una ley del más fuerte, una ley de la oportunidad y una ley de la ignorancia soberbia. También un último intento de salvar el neoliberalismo, un Estado para las corporaciones y que niega la existencia de la sociedad. Un tipo de capitalismo que necesita que los problemas humanos sean no solo reducidos a problemas de cada individuo, sino entre personas, pequeños ideólogos que exponen lo mal que viven quienes no se ajustan a sus expectativas.

La Catedral Nacional de Washington a cargo de la Iglesia Episcopal, la rama en los Estados Unidos del árbol de la Comunión Anglicana, funciona con este carácter desde 1893, ofreciendo una dimensión espiritual a los servicios conmemorativos de agradecimiento o de duelo a nivel federal. La inauguración de una nueva presidencia incluye un servicio de oración interreligiosa en este recinto, el cual invita a los representantes de la confesión del presidente en turno, así como de las diversas religiones cristianas y no cristianas del país.

 

 

Como obispo a cargo de la Diócesis de Washington, a Budde le correspondía realizar una homilía que condensara en palabras lo que esperan los fieles y la nación en general de la toma de poder de Trump como su nuevo vicario. Delante del magnate, rodeado por su esposa, sus hijos y nietos, el vicepresidente James David Vance, el presidente de la Cámara de Representantes Mike Johnson y el secretario de la Defensa Pete Hegseth, en nombre del Dios que le habría salvado la vida tras su atentado del 13 de julio de 2024, le pidió mostrar misericordia y compasión a las personas vulnerables; sobre todo a las más asustadas por las señales en su contra durante el primer día del empoderado gobierno MAGA, como inmigrantes, refugiados, homosexuales y transexuales, en especial si son niñas, niños o adolescentes.

Budde, de manera muy cortés, trató de hacer ver esto al presidente, a su nación y al mundo. O más bien, fue en extremo políticamente incorrecta, “anti-woke”, solo por volver a humanizar las diferencias que enriquecen a las personas y las hacen ellas mismas, como su origen cultural, su religión, su orientación sexual, su identidad de género o su pasado inmigrante, así como sus necesidades, su dolor y sus miedos, negados por quienes homologan, invisibilizan y culpan desde un egoísmo que están celebrando, arriba en el Olimpo, élites como las de los dueños de las redes sociales y de información, transhumanistas que buscan remplazar a aún más gente con la inteligencia artificial, colocados en la primera fila del juramento de Trump.

La reacción del presidente a este servicio fue calificarlo como muy aburrido, despreciando a sus participantes musulmanes, judíos, budistas, hindúes, sijs, católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes. Sobre todo a Budde, poniendo en duda que sea una “verdadera obispo”, calificándola de “izquierdista radical” y exigiéndole una disculpa. El pastor evangélico Robert Jeffress, favorable a las posturas del republicano, redujo la homilía a un intento fallido de condenar y no alentar al mandatario entrante. Sin embargo, se produjo el primer cambio en internet después de horas vertiginosas de órdenes ejecutivas y entusiasmo del movimiento MAGA. Por más mal que piensen quienes respaldan a Trump de otras personas, ilegales o pecadoras, va quedando expuesto que ni ellos ni su líder pueden elaborar cómo es que es cristiano arrinconarlas a base de amenazas. ¿Por qué está ausente la más mínima empatía? Perdemos algo cuando perdemos a otros. En palabras del filósofo Emmanuel Lévinas:

Acercarse al Otro en la conversación es acoger su expresión, en la que a cada instante desborda la idea que un pensamiento se llevaría de ella. Es, pues, recibir del Otro más allá de la capacidad del yo, lo que significa exactamente: tener la idea de la infinitud. Pero esto también significa: ser enseñado. La relación con el Otro, o Conversación, es una relación no alérgica, una relación ética; pero en la medida en que es acogida, esta conversación es una enseñanza no es reducible a la mayéutica, viniendo del exterior. En su transitividad no violenta se produce la epifanía misma del rostro.

Budde se desempeña como obispo de Washington desde noviembre de 2011. Egresada magna cum laude en Historia por la Universidad de Rochester, maestra en Divinidad y doctora en Ministerio por el Seminario Teológico de Virginia, fue rectora durante dieciocho de la parroquia episcopal de San Juan en la ciudad Minneapolis, estado de Minnesota. Como obispo, ya había tenido desencuentros con Trump. En junio de 2020, criticó el desalojo violento de Lafayette Square de quienes se manifestaban por el asesinato de George Floyd. Un acto de la Guardia Nacional para que el presidente, en ese entonces en su primer mandato, pudiera realizar una sesión de fotos frente a un edificio eclesiástico, algo que calificó de:

Telón de fondo para un mensaje antitético a las enseñanzas de Jesús.

La Iglesia Episcopal de los Estados Unidos realiza un continua labor a favor de la acogida de refugiados, la emancipación de las mujeres, el entendimiento racial, cultural e interreligioso, y los derechos de las minorías LGBTTTIQ. Cinco días después de que la Corte Suprema dictaminara en 2015 que las parejas del mismo sexo tenían el derecho legal a casarse, su Convención General enmendó los cánones que regulan el matrimonio, permitiendo recibir el sacramento a dos hombres o a dos mujeres. A pesar de representar solo el dos por ciento de la población estadounidense, al ser la Iglesia establecida en los inicios de Nueva York y Virginia, ha contado con diez presidentes, el primero, George Washington, prócer de la independencia de las Trece Colonias, y el último, George Herbert Bush.

 

 

La Catedral Nacional de Washington, con su diseño neogótico inglés de finales del siglo XIV, es el segundo edificio cristiano más grande de la Unión Americana y el tercero más alto de la capital, funcionando como sede, tanto del Obispo Presidente de la Iglesia Episcopal, hoy Sean Walter Rowe, como del obispo de la Diócesis de Washington.

En Pijama Surf te compartimos la homilía completa de Mariann Edgar Budde del día 21 de enero de 2025. Unas palabras para Trump que ojalá empiecen a tirar las torres, los muros, los diques del flujo de la amistad que trasforma el terrible juicio:

Como país, nos hemos reunido esta mañana para rezar por la unidad, no por un acuerdo, político o de otro tipo, sino por el tipo de unidad que fomenta la comunidad por encima de la diversidad y la división. Una unidad que sirva al bien común. La unidad, en este sentido, es un requisito previo para que las personas vivan en libertad y juntas en una sociedad libre. Es la roca sólida, como dijo Jesús, sobre la que construir una nación.

No es conformidad. No es victoria. No es cansancio cortés ni pasividad nacida del agotamiento. La unidad no es partidista. Más bien, la unidad es una forma de estar con los demás que abarca y respeta nuestras diferencias. Nos enseña a considerar las múltiples perspectivas y experiencias vitales como válidas y dignas de respeto. Nos permite, en nuestras comunidades y en las esferas de poder, preocuparnos de verdad los unos por los otros, incluso cuando no estamos de acuerdo.

Quienes en todo el país dedican su vida o se ofrecen como voluntarios para ayudar a los demás en situaciones de catástrofe natural, a menudo con gran riesgo para ellos mismos, nunca preguntan a quienes ayudan por quién votaron en las pasadas elecciones o qué postura mantienen sobre un tema concreto. Lo mejor que podemos hacer es seguir su ejemplo, porque la unidad a veces es sacrificada, como lo es el amor: darnos a nosotros mismos por el bien de los demás.

En su Sermón de la Montaña, Jesús de Nazaret nos exhorta a amar no solo a nuestro prójimo, sino también a nuestros enemigos, a rezar por quienes nos persiguen, a ser misericordiosos como nuestro Dios es misericordioso, a perdonar a los demás como Dios nos perdona. Jesús se desvivió por acoger a quienes su sociedad consideraba parias.

Ahora bien, reconozco que la unidad, en este sentido amplio y expansivo, es una aspiración, y es mucho por lo que rezar. Es una gran petición a nuestro Dios, digna de lo mejor de lo que somos y de lo que podemos ser. Pero nuestras oraciones no servirán de mucho si actuamos de forma que ahondemos aún más las divisiones entre nosotros. Las Escrituras son muy claras al respecto: Dios nunca se impresiona con las oraciones cuando las acciones no están informadas por ellas. Dios tampoco nos libra de las consecuencias de nuestros actos, que siempre, al final, importan más que las palabras que rezamos.

Los que estamos aquí reunidos en la catedral no somos ingenuos ante las realidades de la política: cuando están en juego el poder, la riqueza y los intereses contrapuestos, cuando las visiones de lo que debería ser Estados Unidos están en conflicto, cuando hay opiniones firmes en todo un espectro de posibilidades y comprensiones marcadamente diferentes de cuál es el curso de acción correcto. Habrá ganadores y perdedores cuando se emitan votos o se tomen decisiones que marquen el rumbo de la política pública y la priorización de los recursos.

Ni que decir tiene que, en una democracia, no todas las esperanzas y sueños particulares de todo el mundo pueden hacerse realidad en una determinada sesión legislativa o en un mandato presidencial, ni siquiera en una generación. Es decir, no todas las plegarias específicas de todo el mundo tendrán la respuesta que desearíamos. Pero para algunos, la pérdida de sus esperanzas y sueños será mucho más que una derrota política: será una pérdida de igualdad y dignidad, y de sus medios de vida.

Teniendo esto en cuenta, ¿es posible la verdadera unidad entre nosotros? ¿Y por qué debería importarnos? Bueno, espero que nos importe. Espero que nos importe porque la cultura del desprecio que se ha normalizado en este país amenaza con destruirnos. Todos somos bombardeados a diario con mensajes de lo que los sociólogos llaman ahora el “complejo industrial de la indignación”, algunos de ellos impulsados por fuerzas externas cuyos intereses se ven favorecidos por un Estados Unidos polarizado. El desprecio alimenta las campañas políticas y las redes sociales, y muchos se benefician de ello, pero es una forma preocupante y peligrosa de dirigir un país.

Soy una persona de fe, rodeada de personas de fe, y con la ayuda de Dios, creo que la unidad en este país es posible —no perfectamente, porque somos personas imperfectas y una unión imperfecta—, pero sí lo suficiente como para que todos sigamos creyendo en los ideales de los Estados Unidos de América y trabajando para hacerlos realidad. Ideales expresados en la Declaración de Independencia, con su afirmación de la igualdad y la dignidad humanas innatas. Y tenemos razón al pedir la ayuda de Dios en nuestra búsqueda de la unidad, porque necesitamos la ayuda de Dios, pero solo si nosotros mismos estamos dispuestos a cuidar los cimientos de los que depende la unidad. Al igual que la analogía de Jesús de construir una casa de fe sobre la roca de sus enseñanzas, en contraposición a construir una casa sobre arena, los cimientos que necesitamos deben ser lo suficientemente sólidos como para resistir las tormentas que la amenazan.

¿Cuáles son los fundamentos de la unidad? Basándome en nuestras tradiciones, permítanme sugerir que hay al menos tres. El primer fundamento es honrar la dignidad inherente a todo ser humano, que, como afirman todas las religiones aquí representadas, es el derecho de nacimiento de todas las personas como hijos de nuestro único Dios. En el discurso público, honrar la dignidad de los demás significa negarse a burlarse, descartar o demonizar a aquellos con los que discrepamos, optando en su lugar por debatir respetuosamente nuestras diferencias y, siempre que sea posible, buscar un terreno común. Y cuando el terreno común no es posible, la dignidad exige que nos mantengamos fieles a nuestras convicciones sin despreciar a quienes tienen convicciones propias.

El segundo fundamento de la unidad es la honestidad, tanto en las conversaciones privadas como en el discurso público. Si no estamos dispuestos a ser sinceros, no sirve de nada rezar por la unidad, porque nuestras acciones van en contra de las propias oraciones. Puede que, durante un tiempo, experimentemos un falso sentimiento de unidad entre algunos, pero el sentimiento más amplio que necesitamos para abordar los retos. Ahora bien, para ser justos, no siempre sabemos dónde está la verdad, y ahora hay muchas cosas que van en contra de la verdad. Pero cuando sabemos lo que es cierto, nos corresponde decir la verdad, incluso cuando, especialmente cuando, nos cuesta.

El tercer y último fundamento de la unidad que mencionaré hoy es la humildad, que todos necesitamos porque todos somos seres humanos falibles. Cometemos errores, decimos y hacemos cosas de las que luego nos arrepentimos, tenemos nuestros puntos ciegos y nuestros prejuicios, y quizá seamos más peligrosos para nosotros mismos y para los demás cuando estamos convencidos sin lugar a dudas de que tenemos toda la razón y de que los demás están totalmente equivocados. Porque entonces estamos a un paso de etiquetarnos como las buenas personas frente a las malas. Y la verdad es que todos somos personas: ambos somos capaces de lo bueno y de lo malo. Como observó astutamente Alexander Solzhenitsyn: “La línea que separa el bien del mal no pasa a través de los Estados, ni entre las clases, ni entre los partidos políticos, sino justo a través de cada corazón humano, a través de todos los corazones humanos”.

Y cuanto más nos demos cuenta de ello, más espacio tendremos en nuestro interior para la humildad y la apertura mutua por encima de nuestras diferencias. Porque, de hecho, nos parecemos más de lo que creemos y nos necesitamos.

Es relativamente fácil rezar por la unidad en ocasiones de gran solemnidad. Es mucho más difícil de conseguir cuando nos enfrentamos a diferencias reales en nuestra vida privada y en el ámbito público. Pero sin unidad, estamos construyendo la casa de nuestra nación sobre arena. Y con un compromiso con la unidad que incorpore la diversidad y trascienda el desacuerdo, y con los sólidos cimientos de dignidad, honestidad y humildad que esa unidad requiere, podemos hacer nuestra parte, en nuestro tiempo, para hacer realidad los ideales y el sueño de América.

Permítame un último ruego, Señor Presidente. Millones de personas han depositado su confianza en usted y, como dijo ayer a la nación, ha sentido la mano providencial de un Dios amoroso. En nombre de nuestro Dios, le pido que se apiade de las personas de nuestro país que ahora tienen miedo. Hay niños gays, lesbianas y transexuales en familias demócratas, republicanas e independientes, algunos de los cuales temen por sus vidas. Y las personas que recogen nuestras cosechas, limpian nuestros edificios de oficinas, trabajan en granjas avícolas y plantas de empacado de carne, lavan los platos después de comer en los restaurantes y trabajan en los turnos de noche en los hospitales: puede que no sean ciudadanos o no tengan la documentación adecuada, pero la gran mayoría de los inmigrantes no son delincuentes. Pagan impuestos y son buenos vecinos. Son fieles miembros de nuestras iglesias, mezquitas, sinagogas, viharas y templos.

Le pido que tenga piedad, Señor Presidente, de aquellos en nuestras comunidades cuyos hijos temen que sus padres sean llevados, y que ayude a quienes huyen de zonas de guerra y persecución a encontrar acogida aquí. Nuestro Dios nos enseña que debemos ser misericordiosos con el extranjero, porque todos fuimos extranjeros en esta tierra. Que Dios nos conceda la fuerza y el valor para honrar la dignidad de todo ser humano, para decirnos la verdad unos a otros con amor, y para caminar humildemente unos con otros y con nuestro Dios por el bien de todas las personas de esta nación y del mundo.

Amén.

 

Imagen de portada: Democracy Now.