RESEÑA: 'La vida secreta de las plantas', de Peter Tompkins y Christopher Bird
Libros
Por: Felipe Ojalvo - 10/29/2024
Por: Felipe Ojalvo - 10/29/2024
Ya el título lo avizora: hay un secreto que contar. Se trata de que existe una lógica oculta en el existir de las plantas. Esa ocultación no es por ceguera social, ni por falta de imaginación intelectual. Se trata de la paradoja del lenguaje: ponerle palabras al complejo proceso botánico y biodiverso que circunda el ciclo vital de la planta implica humanizarla. Las plantas, desprovistas de palabras, solo pueden expresarse en sus movimientos. Muchos de ellos a la vista: el cambio de color de una hoja, la inclinación de las ramas hacia las zonas que mejor permitan la fotosíntesis, el ciclo de regeneración, etc. Tompkins y Bird se proponen, en este libro publicado por vez primera en 1973 en Estados Unidos, develar ese secreto: hacerlo inteligible. Se podría decir que practican, unos cuantos años antes que Byung-Chul Han, algo muy cercano a una loa a la tierra. Romantizando un poco el papel que juegan las plantas en nuestra vida cotidiana, no solo como fuente de alimento, sino también en la creación de todo tipo de materiales, desde la ropa hasta el papel.
En términos históricos y científicos, los autores exploran algunas concepciones clásicas y modernas en torno a las plantas: desde Aristóteles hasta Carl von Linné y Charles Darwin. Sin embargo, el autor central en sus citas, casi como marco teórico, es el biólogo Raoul Francé, quien a grandes rasgos expuso la idea de que las plantas poseen movimientos sutiles que pasan desapercibidos para el ojo humano. Ese pasar desapercibido es el que, en los términos de Tompkins y Bird, niega la capacidad de orientación, sentido del tiempo y del espacio que poseen las plantas.
En este sentido, la tesis central es que las plantas tienen capacidad de acción. Por supuesto que se trata de una agencia distinta al del animal o del humano, pero con muchos más puntos de encuentro entre sí. Insisto en la intención romantizante de los autores, ya que complementan su tesis con algunas postulaciones más cercanas a la poesía, por ejemplo con Goethe y Steiner, quienes vinculan a las plantas con el cosmos, bajo una égida de conexión espiritual.
La primera parte del libro que se titula "La investigación moderna" y revisita distintas aportaciones sobre la tesis de que las plantas poseen formas complejas de percepción y comunicación. Esto tensiona nuestras consideraciones cotidianas al respecto. Por ejemplo, con el caso de Cleve Backster, en 1966 observó que las plantas pueden reaccionar con las intenciones humanas. Conectó un polígrafo a una Dracaena massangeana, y vio que la planta respondía eléctricas significativas cuando él pensaba en dañarla. Aseguró que las plantas reaccionaban no solo a amenazas directas sino también a la muerte de organismos cercanos.
Por otro lado, Marcel Vogel interesado en este trabajo, experimentó con la reacción de las plantas cuando él enfocaba su mente y emociones hacia ellas. Estas exploraciones cognitivas posibilitaban que las plantas podrían convertirse en extensiones de la conciencia humana. A su vez, el ingeniero L. George Lawrence utilizó tejido vegetal vivo como sensor para captar posibles señales biológicas del espacio exterior. Observó emergentes patrones de pulsos que consideró como comunicaciones inteligentes de origen extraterrestre. En este punto, las plantas al ser sistemas biológicos, podrían ser más efectivas que los dispositivos electrónicos convencionales para recibir señales no electromagnéticas. Otro ejemplo es el trabajo de Ivan Isidorovich Gunar que postuló que las plantas emiten impulsos eléctricos similares a los nerviosos en humanos y pueden reaccionar a estímulos ambientales y emocionales. En esas situaciones, las plantas podían reconocer a personas que las habían dañado, mostrar reflejos condicionados y responder a estados emocionales humanos.
La segunda parte del libro trabaja sobre tres figuras heterodoxas en el campo de estudio de la botánica, interconectadas en sus exploraciones de las fronteras entre lo vivo y lo inanimado. El primer relato es sobre los trabajos del científico Sir Jagadis Chandra Bose. Su caso empírico implicó un punto de inflexión en las trayectorias científicas en torno a la sensibilidad de las plantas y sus comportamientos; ya que desarrolló instrumentos que amplificaban las respuestas de las plantas a partir de estímulos. Por otro lado, tenemos la anécdota del poeta y escritor alemán Goethe. En uno de sus viajes por Italia, formuló la teoría de la metamorfosis, que sostenía que todas las partes de una planta son variaciones de un único órgano: la hoja. La idea de que la hoja traía consigo la génesis de la planta lo llevó a trabajar en torno a una planta arquetípica (Urpflanze), en tanto concepto metafísico que sugería que todas las plantas son manifestaciones de una misma esencia. La sugerencia de Goethe, en una extraña línea que separa lo científico con lo poético, permitieron a los estudios botánicos un abordaje espiritual.
En la tercera parte se exploran antiguas creencias sobre la influencia de la música en el crecimiento de las plantas. Inspirado por históricas tradiciones hindúes, el botánico Dr. T. C. Singh experimentó con música y plantas en la década de 1950, observando que las ondas sonoras aumentaban el crecimiento y la floración de diversas especies. También, se detalla el impacto del electromagnetismo en las plantas, en consideración de los experimentos de Jean-Jacques Dertous de Mairan en el siglo XVIII, que analizó la respuesta de las plantas a la luz solar. Distintos enfoques sobre la influencia de las fuerzas cósmicas y electromagnéticas conectan con la idea de que las plantas están inmersas en una red de energías, posicionándolas como seres sensibles a sonidos y ondas electromagnéticas, lo que consolida la mutua imbricación entre naturaleza, ciencia y espiritualidad en su desarrollo y adaptación.
En consonancia con este último, se explora la influencia de la electricidad y el magnetismo en el crecimiento y desarrollo de las plantas. Desde la electroósmosis en cultivos hasta la manipulación del campo magnético para el cultivo intensivo, distintos autores detallan cómo estos avances desafían las limitaciones de la biología tradicional, proponiendo que los campos electromagnéticos actúan como un sistema nervioso en las plantas. Ahora bien, uno de los datos más interesantes de esta sección del libro es el desplazamiento a las tecnologías visuales como la fotografía. Semyon Kirlian, junto con otros investigadores soviéticos y estadounidenses, visualizaron campos energéticos de plantas y humanos. Esto pone en el centro de la escena el concepto de aura: los estudios revelan que los cambios en estos campos pueden reflejar estados físicos y emocionales, es decir, se refuerza la idea de que los organismos resuenan a través de emisiones energéticas.
¿Qué sucede con las plantas en un mundo donde la ecología yace traccionada por la química? Los autores retoman algunos eventos que sirven para esbozar una respuesta. Por ejemplo, la investigación del Dr. Barry Commoner y las ideas de T.C. Byerly y Daniel Kohl que observan el impacto negativo de la inserción de químicos en la salud humana y el medio ambiente. Estos investigadores advierten un círculo vicioso de dependencia creado por la industria de fertilizantes. Por otro lado, Joe Nichols destaca el impacto perjudicial de la comida chatarra cultivada en tierras agotadas y compara los alimentos producidos en suelos fértiles con aquellos tratados químicamente, apoyándose en estudios de Sir Albert Howard y Sir Robert McCarrison.
Tompkins y Bird relatan cómo los cambios en las prácticas agrícolas desencadenaron un deterioro del suelo. Ilustran esto a partir del caso de Frank Ford y Fletcher Sims Jr., quienes adoptaron métodos de agricultura ecológica para restaurar los campos. Dichos abordajes subrayan la importancia de trabajar en sintonía con la naturaleza, sin depender de químicos que atentan contra el equilibrio natural. Además, en esta parte del texto se explora la noción de transmutación biológica de elementos, que desafía las ideas tradicionales de la química moderna. Investigadores como Pierre Baranger y Jean Lombard indican que ciertas condiciones naturales pueden facilitar procesos de transformación subatómica. Los autores relacionan estas ideas con conceptos antiguos de alquimia y con nociones espirituales de Rudolf Hauschka y Rudolf Steiner sobre la energía vital, en abierto debate con los enfoques puramente químicos.
En la última parte del libro, los autores revisitan una antigua práctica de origen místico y con usos extendidos en Europa, devenido en método para medir la vitalidad de los alimentos y del cuerpo humano. André Simoneton y André Bovis desarrollaron instrumentos como el péndulo y el biómetro para evaluar las longitudes de onda de alimentos y determinar su frescura y valor nutricional, apoyándose en la teoría de que estos emiten una radiación que afecta directamente al bienestar humano. Estas experimentaciones les permitió clasificar los alimentos según su nivel de radiación, donde, por ejemplo, la emisión de ondas beneficiosas resultaban de las dietas basadas en frutas y vegetales frescos. También se divulgan los intentos pioneros de utilizar la radiónica para combatir enfermedades y plagas agrícolas a través de frecuencias vibratorias. Para el caso de este método, que resultó una promesa revolucionaria en la agricultura y de reducción del uso de pesticidas químicos, se vió resistido por la industria de pesticidas y los círculos científicos convencionales. Luego los autores vuelven a la relación entre la mente humana y la materia viva, pero ahora a través de experimentos de radiónica y telepatía vegetal. Guyon Richards y George De La Warr, inspirados en la radiónica, desarrollaron técnicas para influir en el crecimiento de plantas mediante dispositivos radiónicos y pensamientos enfocados. En estos abordajes se observó cómo la energía mental humana podía alterar el desarrollo de plantas y animales, desafiando las concepciones científicas tradicionales de la materia.
Por último, los autores repasan las experiencias de la comunidad de Findhorn, un experimento pionero en Escocia donde sus fundadores, guiados por principios espirituales, lograron hacer florecer un jardín milagroso en un suelo infértil y condiciones climáticas adversas. Guiados por meditaciones y en comunión con seres espirituales, descubrieron que la irradiación de pensamiento podía mejorar el crecimiento de las plantas. Ese relato, queda claro, sugiere que la conciencia y las energías cósmicas pueden contribuir en la vida vegetal.