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Algunas de las mentes más brillantes de la física como Max Planck, Wolfgang Pauli o Nick Herbert han supuesto que, detrás de la fuerza que hace vibrar y mantiene unido al sistema atómico, está una mente consciente e inteligente, matriz de toda la materia.

La física cuántica nació en los locos veinte del siglo pasado. Su explicación probabilística del comportamiento de los átomos no ha sido puesta en cuestión, menos aún los resultados de su mecánica que hacen posible nuestra revolución tecnológica e informática.

Hoy vivimos unos nuevos años veinte, estamos un poco más locos, más exhaustos de la cultura hegemónica, y algo menos por el decaimiento de nuestra imaginación y visión, traumáticamente separadas. Lo cuántico como paradigma científico ha mantenido el éxito apabullante de sus inicios, y esto mismo pudo haber provocado nuestra pobreza visionaria e imaginativa, así como la desvinculación de estas facultades. Lo microscópico solo se “ve” tratando matemáticamente de medirlo, y haciendo parte de una tecnología, ha dejado de tener que ver con la técnica, con la creatividad de los no especializados, con un universo de imaginantes.

Sin embargo, algunos piensan que este vacío para la perspectiva a causa del refinamiento de la ciencia, esta neutralización de los ojos promedio ha sido también la maduración de un paradigma espiritual de larguísimo aliento. Las conclusiones cuánticas, por ejemplo, la interdependencia entre la realidad del mundo exterior y su observación experimental, o la idea de que un objeto puede estar en dos o más sitios al mismo tiempo, la “no localidad”, ayudan a ver e imaginar de una manera que la ceguera del sentido común impide, resonante, sin embargo, en las perspectivas inusuales de una larga serie de filósofos y, sobre todo, místicos a lo largo de la Historia.

De esto estaban convencidos muchos de las mentes detrás de la Interpretación de Copenhague, entre ellos el danés Niels Bohr, Premio Nobel de física 1922. Al afirmar que una partícula cuántica no existe solo como onda o solo como partícula, sino en todos sus estados posibles a la vez, pensaba que la influencia de un observador cuántico, una subjetividad, condiciona o fuerza un único estado observado y probable. La naturaleza errática de las partículas de la materia coincidiría con la fragilidad de la visión y con una ontología débil como la de la energía.

Aquellos que no se sorprenden cuando se topan por primera vez con la teoría cuántica, de ninguna manera es posible que la hayan entendido.

Este tipo de conclusiones pueden ser instrumentalizadas como medias verdades para vender autoayuda y pseudo espiritualidad. Muchos desde el New Age, la Ciencia Cristiana o cualquiera de estas formas de pensamiento positivo creen que la conciencia puede crear o manipular la materia. Esta “Ley de Atracción" simplifica la mecánica cuántica como una conversión del pensamiento en energía dirigida que materializa deseos en los que la mente está centrada. Autores como Paulo Cohelo, Deepak Chopra, Mary Baker Eddy o Rhonda Byrne aseguran que tú provocas lo que piensas. Si una persona se centra en lo negativo de la vida, vendrán más cosas negativas. Si una persona se centra en lo positivo, vendrán más experiencias positivas.

Sin embargo, es posible conectar ciertas hipótesis verosímiles sobre lo cuántico con la filosofía perenne, la mística y la poesía. Libros como El Tao de la Física, de Fritjof Capra, o Los danzantes maestros Wu Li, de Gary Zukov, han tratado de acercar al público, tanto a una hermenéutica cuántica, como a antiguas perspectivas cósmicas y al problema de la consciencia. Destacan las obras de Nick Herbert La realidad cuántica: más allá de la nueva física, una revisión de las diversas interpretaciones de la teoría cuántica, y La mente elemental: la conciencia humana y la nueva física, un análisis de la conciencia como proceso fundamental de la naturaleza:

El legendario rey Midas nunca conoció el tacto de la seda ni de una mano humana, ya que todo lo que tocaba se convertía en oro. Los humanos estamos atrapados en una situación similar a la de Midas: no podemos experimentar directamente la verdadera textura de la realidad cuántica porque todo lo que tocamos se convierte en materia.

El denominado “animismo cuántico” propuesto por Herbert se distingue del animismo tradicional indígena al no ser un dualismo mente / materia porque no supone que algún tipo de espíritu habita en un cuerpo y lo hace moverse, un “fantasma en la máquina”. En cambio, el animismo cuántico asume que todo sistema natural tiene una vida interior o un centro consciente.

El Premio Nobel de física Wolfgang Pauli buscaba con su trabajo trascender todos los campos de conocimiento y asignación de valores. Esto implicaba también una ulterior síntesis entre ciencia y religión, así como su amigo Carl Jung lo había hecho con la psicología repensando todo su relato esotérico. Esta síntesis trascendería las doctrinas históricas y específicas, una revelación o una generalidad entre sistemas de creencias finitos, acotados y limitantes.

De acuerdo con Pauli, desde Newton el conocimiento se ha glorificado a sí mismo como un observador imparcial, pasivo y distanciado del cosmos, capacitado para describirlo “tal cual es”. Incluso hoy en día, los físicos siguen siendo muy en el fondo pensadores clásicos, creyentes en un cuento sobre un mundo que solo está “ahí afuera”, independiente y objetivo. Sin embargo, la mecánica cuántica habría dado un giro a esta concepción, preguntándose por un vínculo entre la forma del universo y la manera en que elegimos o creemos verlo.

Esto coincide con la creencia del también Premio Nobel de física Max Planck en un Dios presente en todas partes, una “santidad ininteligible” latente en el lenguaje de los símbolos. Como escribió al gran físico teórico, neuropsicólogo y filósofo de la mente David Bohm:

El universo entero debe considerarse, en un nivel muy preciso, como una unidad única e indivisible en la que las partes separadas aparecen como idealizaciones permisibles solo en un nivel clásico de precisión de descripción. Esto significa que la visión del mundo como análogo a una enorme máquina, la visión predominante entre los siglos XVI y XIX, ahora se muestra solo aproximadamente correcta. Sin embargo, la estructura subyacente de la materia no es mecánica. Esto significa que el término “mecánica cuántica” es en gran medida un nombre inapropiado. Tal vez debería llamarse “no mecánica cuántica”.

 

Imagen de portada: consciencia cuántica, Ecoosfera.