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¿Por qué fue tan definitivo para la evolución de la toltequidad el principio sagrado de Quetzalcóatl?

La serpiente emplumada Quetzalcóatl es imagen antes que concepto: la imagen imposible del cosmos fenomenológico, unión nahua de las imágenes “coatl”, la serpiente, la culebra, y “quetzalli, el ave, el quetzal. Trascendente representada, convertida en una figura central para las religiones mesoamericanas que se remonta al Preclásico, todavía muy presente durante la conquista española. Deidad que verdea y saca coloridos de la luz como pájaros o inquietudes de la consciencia, los murales del conjunto de “Techinantitla” en Teotihuacán lo imaginaron chorreando agua fertilizante. Quetzalcóatl culebrea el cielo al inicio de las lluvias y su vuelo trae vida. Antes de las incursiones desde la Península Ibérica, este hibrido divino terminó asociado al poder de los reyes de carne y hueso del Posclásico, sometidos a ritos para ser hombres-dioses.

Los cultos del Altiplano Central, la zona de la Mixteca y la Costa del Golfo de México siguieron ese movimiento de contraste entre lo que hay arriba y lo que hay abajo. Destellos de ideas sobre el orden y el cambio, escamas de un ser que repta con los colores del mundo que aparece, zigzagueo de aire y pensamientos. En el fantástico libro El universo de Quetzalcóatl, publicado por el Fondo de Cultura Económica, la etnóloga y arqueóloga francesa Laurette Séjourné, investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México, emprendió una interpretación de la cultura prehispánica que no equivale a una relación de descubrimientos, sino a la interpretación del sentido de la cultura que subyace tras las magníficas obras de arte salvadas de la destrucción.

La brújula que guio el trabajo de Séjourné es Quetzalcóatl, la figura civilizadora por excelencia o de la “toltequidad”. Antes de las incursiones desde la Península Ibérica, este hibrido divino terminó asociado al poder de los reyes de carne y hueso del Posclásico, sometidos a ritos para ser hombres dioses. Uno de estos reyes sacerdotes fue también una figura escato-soteriológica, “Ce Ácatl Topiltzin”, autoridad legendaria de “Tollan-Xicocotitlan” o la ciudad tolteca de Tula. En esta urbe preponderante durante el siglo X de la era común, precursora de Tenochtitlan y la cultura mexica, habría actuado como un maestro benefactor de sus súbditos, similar a Osiris entre los egipcios o a Prometeo entre los griegos, enseñando la orfebrería, la agricultura, la escritura, la astronomía y el cultivo del maíz. Encarnó la conciencia de un orden superior.

A fin de comprender el sentido de Quetzalcóatl, Séjourné analizó para su libro los signos que lo componen, enfocada en la relación del dios con el mexicano antiguo y con el surgimiento y la decadencia del mundo náhuatl. Una revisión de más de ciento setenta figuras y casi sesenta láminas. En Pijama Surf les compartimos un fragmento de El universo de Quetzalcóatl:

La importancia de Quetzalcóatl reside no en su calidad de individuo social, sino en el arquetipo central de una estructura filosófica en la que el hombre, soberano al fin de sus decisiones, logra convertir una masa perecedera en energía luminosa. La voluntad que preside a esta operación primordial se transparenta desde el nombre mismo de la Edad que inicia: la era “quetzalcoatliana” es llamada “Era de Movimiento”. Los jeroglíficos nos ilustrarán sobre la verdadera naturaleza de ese movimiento creador. Una vez que Quetzalcóatl asume el papel de arquetipo, su omnipresencia deja de ser misteriosa. Por otra parte, los textos expresan unánimemente que hasta la caída del imperio azteca, el más alto dignatario del sacerdocio llevaba el título de Quetzalcóatl.

La simbólica de Quetzalcóatl, de acuerdo a los jeroglíficos y de los textos, resulta perfecta. El pájaro simboliza el cielo. Es siempre un pájaro que representa esta región sobre las pilares cósmicos de los que un bello ejemplo nos ofrecido por el Códice Fejérváry: el universo en sus diversos planos y direcciones, compuesto de cuatro árboles que surgen de las profundidades y se proyectan en el cielo. El águila representa siempre al sol. Como tal, desciende para recibir las ofrendas de los mortales. El colibrí representa al astro en su nacimiento, el alma que se eleva de la tierra.

La serpiente simboliza la materia. Su asociación con las divinidades femeninas de la tierra y del agua es constante. El llamado monstruo de la tierra está representado por las fauces abiertas de un reptil. En esta acepción, la materia es sinónima de la muerte, de la nada: cráneos y esqueletos constituyen, con la serpiente, el conjunto de atributos de las diosas. Sin embargo, esqueletos y serpientes están siempre cargados de un dinamismo que, de germen de muerte, los transforma en germen de vida. Es significativo, a este respecto, que las tres estilizaciones por medio de las cuales reptil está omnipresente en los centros arqueológicos, capten esencialmente el movimiento de estas figuraciones realistas. La supremacía de la noción de movimiento ligado al reptil permite discernir que lo que interesa expresar por su intermedio no es la materia inerte, en tanto que devora la vida, sino más bien en su función generadora.

Si tratamos de interpretar el carácter de esta generación de lo que el arte mexicano nos habla con tanto ardor, percibimos que no es de un orden natural. La serpiente realista, desprovista de todo tributo que le confiere un nuevo carácter, aparece situaciones que transforman su determinismo orgánico: la cola reemplazada por una segunda cabeza en actitud que levantan encima del suelo, y sirviendo de material para extraer el fuego. Los ejemplos podrían multiplicarse. Siempre el cuerpo del reptil está modificado por una acción que imprime un profundo cambio a su naturaleza primera.

La serpiente emplumada es una entidad representante de la hibridación repentina de especies aparentemente irreconciliables; unión inesperada de pesada materia adherida al suelo y de sustancia alada. A pesar de que Quetzalcóatl sea gráficamente traducido por serpiente con plumas, en vez de pájaro con rasgos de serpiente, como debería corresponder, existen ejemplos de esta última variante. Conocemos solamente dos: un águila con la lengua bífida y un quetzal entrelazado con la estilización de un reptil. Ello es suficiente para descubrir que la síntesis de la obra de esfuerzos combinados es de dos artesanos y no de uno solo. En efecto, no es únicamente el reptil que tiende a unirse al cielo, sino el pájaro que aspira la tierra. Este esclarecimiento es valioso para comprender ciertos mitos, así como muchos jeroglíficos. Nos enseña que el movimiento que lleva a la unión está concebido en términos de fuerzas opuestas: ascendente en el caso del reptil, descendente en el caso del pájaro. Es, entonces, erigiéndose en toda la su longitud, pero sin abandonar el suelo, el reptil llegar a encontrar al pájaro.

 

Imagen de portada: Quetzalcóatl, Arqueología Mexicana