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¿Qué características interesantes distinguen a los sistemas calendárico y de numeración mayas? ¿Por qué tienen un vínculo estrecho con la visualización de deidades? ¿De qué manera siguen vivos los símbolos de estos sistemas en los mayas contemporáneos?

Los múltiples calendarios mayas germinaron aproximadamente en el primer siglo antes de la era común. Reconocían peculiaridades extraordinarias en espacios naturales sobre los cuales levantaron urbes monstruosas, es decir, recreaciones de lo peculiar sagrado, lo divino que se recambia produciendo advocaciones en cada condición del mundo. Sus ciudades eran imaginaciones cronológicas reducidas y concentradas del macrocosmos, y de lo que supuestamente debieron haber sido los lugares primigenios de la Creación.

Cada uno de estos microcosmos, modelos pensados del “axis mundi”, eje cósmico, se volvía a concentrar en uno o varios centros energéticos. Es así que las contradicciones de la geografía encontraban una cotraducción junto a la iconografía calendárica como plurivalencia. Las ceremonias rituales reinstituían el imago mundi evolutivo en los almanaques y recursos iconográficos. De acuerdo con el arqueólogo estadounidense Robert Sharer:

La mayor parte de nuestro conocimiento sobre los antiguos cálculos astronómicos mayas, que fueron base no solo de su complejo calendario, sino también de muchas de sus creencias cosmológicas, proviene de los textos esculpidos en los monumentos o escritos en los códices que se han conservado. Algunas de las estructuras construidas por los mayas estaban relacionadas con los acontecimientos astronómicos.

Sobre sistema de numeración maya, este es de carácter posicional como el nuestro, ya que incluye el concepto de cero. Los números en nuestro sistema de origen arábigo, escritos horizontalmente y de izquierda a derecha, adquieren diferentes valores, potencias de 10, en función de una posición. Mientas que en la numeración maya, las posiciones son de abajo hacia arriba pensando en la orientación del desarrollo de las plantas.

Al igual que cualquier otro sistema posicional, los mayas ahorraban símbolos. Su conjunto de valor es el 20 y requiere exclusivamente de tres símbolos: la unidad, es decir, el número 1, representado como un punto, cinco unidades representadas como una barra, y el cero que se ha simbolizado con un ojo, un caracol, una concha, una semilla o una espiral.

Es destacable su relación con el cuerpo humano en la selección y aplicación de estos signos, advirtiendo que cinco unidades integran una mano y, por lo tanto, fuerzan a cambiar de símbolo, así como cuatro extremidades hacen un cuerpo completo que genera otro símbolo más. El intento de anotar veinte unidades evidencia la aparición de las cuatro extremidades anatómicas del microcosmos, la mujer y el hombre.

La cronología maya consiste en dos calendarios base: el “Tzolk’in” o cuenta de los días, de carácter ritualístico, no dividido en meses, sino en una sola sucesión de 260 días, cada uno de los cuales se designaba poniendo como prefijo uno de los números del 1 al 13 antes de los veinte nombres de los días mayas. Y el “Haab” o el año común, calendario solar de 365 días o posiciones, dividido en diecinueve meses, dieciocho “uinales” o grupos de veinte días, y uno más, “Uayeb”, de carácter terminal con cinco días especiales. De acuerdo con Sharer:

Los antiguos mayas acumularon y registraron un cuerpo apreciable de conocimiento astronómico, en el que se incluían los ciclos de la Luna y Venus. Sus tablas de eclipses solares les permitían hacer predicciones exactas. Parece que observaron y registraron otros ciclos planetarios y otros fenómenos astronómicos, aunque los indicios de este conocimiento siguen en disputa entre los especialistas. Pero debe recordarse que, para los antiguos mayas, estos objetos celestes representaban deidades.

Para la especialista mexicana Mercedes de la Garza, una síntesis de estos principios de conocimiento y de las figuras divinas de esta cultura habría sido la serpiente, un significante o elemento terrenal y denso recogido de una naturaleza ya imaginada, convertido en un camino trans-significante o reinstituido en las representaciones de ofidios predominantes en el arte maya. Se trata del mínimo denominador de lo sagrado quimérico, la discriminación y el encuentro de opuestos en los símbolos figurativos, tanto simples, como elaborados. El dragón celeste “Itzamná” es este sincretismo estético en una deidad. Reptante plumoso o serpiente alada que no es ni una cosa ni otra, verdad cíclica terrenal o verdad trascendente celestial, como tampoco un “pájaro-serpiente”, una mera tercera cosa por la suma y resta de atributos.

El monstruo sagrado era lo “di”, “pluri” e “intra” fánico del macrocosmos, versionado en el microcosmos de la semiótica artística de los mayas, es decir, su cronología religiosa. Se le asocia con la invención del calendario, lo que refuerza su vínculo con el tiempo, medirlo y prescribirlo, revelado en los hitos de la Destrucción y la Creación.

De acuerdo con Sharer, los mayas llevaron la cronología de su mundo a partir de un punto fijo correspondiente al fin del gran ciclo precedente, en contraste con los hechos de arranque elegidos por otras sociedades de la Historia, sean hechos específicos o hipotéticos, por ejemplo, el supuesto punto Alfa de la Creación o el nacimiento de Cristo. Ninguna otra cultura mesoamericana contó o concibió periodos de tiempo más largos, y hay pocas cronologías semejantes en casi cualquiera de las civilizaciones antiguas o contemporáneas.

La combinación del Tzolk'in y el Haab es la denominada “rueda calendárica”. Esta no repite ninguna combinación antes de que transcurran 18,980 días. El calendario denominado “cuenta larga” o “serie Inicial, desarrollado probablemente durante el Preclásico tardío, se podría definir como una cuenta similar a la del calendario Juliano, aunque con una agrupación distinta, con el día o “kin” como la unidad más pequeña, y el “baktun”, un conjunto de 144000 días, como el período regular más alargado. Se trata de un instrumento cronológico basado en la acumulación de los días desde la mítica fecha de la recreación cíclica del universo, al término de cada gran ciclo de trece baktunes, un periodo de aproximadamente 5128 años solares.

Los sistemas calendáricos y de numeración mayas no son un mero recuerdo arqueológico casi perdido en las sombras de la extinción. Diversas comunidades guatemaltecas actuales recrean sus elementos cíclicos y de proporcionalidad matemática en la elaboración de tejidos, en los trazos de los caminos agrarios o en la medición del tiempo.

 

Imagen: cabeza gigantesca, pirámide en Izamal, Secretaria de Cultura de México.