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La fe y la práctica religiosas tienen en estas comunidades rusas una expresión verdaderamente única

Probablemente, para la mayoría de las personas fuera de Rusia o del este de Europa y Asia central resulta desconocido el tema de los viejos creyentes o ritualistas antiguos ortodoxos. Hablamos de diversas comunidades cristianas de la actualidad originadas en la oposición de laicos, monjes y clérigos a una serie de reformas litúrgicas llevadas a cabo en la Iglesia ortodoxa rusa durante el siglo XVII, bajo el patriarca Nikon de Moscú. Un cisma tradicionalista denominado “raskol”, escisión, censurado y perseguido a lo largo de la historia eslava, a veces con extrema crueldad, además de anatemizado a la par del antiguo rito ruso, prohibido hasta el siglo XXI.

El caso de los viejos creyentes en el seno del cristianismo oriental es en cierto sentido no muy diferente al católico romano de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X o los lefebvrianos, adversos a los cambios introducidos por el Concilio Vaticano II. Los medios se han referido a los primeros como “los amish de la ortodoxia” porque, además de mantener las prácticas religiosas de la antigua Iglesia rusa, muchos de ellos también preservan convenciones culturales premodernas y un modo de vida rural a semejanza de sus ancestros paganos, humilde por convicción, pero también como resultado de un pasado en el que debieron refugiarse en las regiones más aisladas e inhóspitas de su país para evitar condenas por herejía. Esto supone una moral estricta que prohíbe, tanto el consumo de alcohol y tabaco, como afeitarse la barba, en el entendido de que la imagen del hombre, hecha a semejanza de Dios, no debe ser deformada. Es común en las familias de viejos creyentes un patriarcado celular bajo la supremacía del esposo sobre su esposa, una alta natalidad y restricciones a los matrimonios interreligiosos incluso con otros ortodoxos.

Las reformas llevadas a cabo por el patriarca Nikon respondían a una preocupación en Rusia presente desde la declaración de autocefalía de su Iglesia a mediados del siglo XV, ya que esta fue una decisión de independencia unilateral de origen y sin consenso del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla. Se asumía que las prácticas religiosas y textos litúrgicos del país estaban excesivamente influidos por la idiosincrasia local, fiestas y matices culturales atávicos, sin contar posibles errores de traducción o innovaciones indebidas. Fue por recomendación del patriarca Paisios de Jerusalén y con el beneplácito del zar Alejo I que se determinó revisar los libros y ritos de la Iglesia, buscando su plena coincidencia con las formas de la ortodoxia bizantina, tradición que se entendía coherente con un legado apostólico nunca interrumpido.

Fueron muy numerosas las modificaciones de la reforma de Nikon, aunque los cambios más significativos a los que los viejos creyentes todavía se oponen con álgida vehemencia son: 

1. La ortografía de Jesús, de “Iсусъ”, Isus, a “Іисусъ”, Iisus.

2. Partes del Credo, por ejemplo, decir que el Hijo fue “engendrado, no hecho”, en lugar de “engendrado, pero no creado”; o referirse al Espíritu Santo como “el Señor, el dador de vida”, en vez de “verdadero Señor y dador de vida”.

3. Durante el servicio, mantener los brazos a los lados y no cruzarlos sobre el pecho como signo especial de humildad.

4. Reconocer, además de la cruz de ocho puntas, las de cuatro y seis.

5. El número de “prosphora”, barras de pan levado empleadas en la Eucaristía, pasó de siete a cinco, en conmemoración de los panes que Cristo empleó para alimentar a las multitudes.

6. Cantar la palabra “Aleluya”, no dos, sino tres veces, en la salmodia “gloria a ti, oh Dios”.

7. La dirección de las procesiones cambió del sentido de las agujas del reloj, al sentido antihorario.

Pero sin lugar a duda, el cambio más notorio, que más descontento suscitó y que parece más pintoresco sería la manera en que se debe realizar la señal de la Cruz. Los viejos creyentes aún se persignan a la usanza antigua, uniendo dos dedos, dedo índice recto, dedo medio ligeramente doblado, a diferencia del resto de los cristianos ortodoxos en comunión con Constantinopla, que emplean tres dedos, sosteniendo índice y medio unidos con el pulgar en un sólo punto, para recordar la Trinidad cada vez que realizan este signo que invoca todo el misterio de Dios.

Durante el reinado de Pedro el Grande, la persecución y ejecución de viejos creyentes recrudeció, lo que los orilló a aislarse del resto de la sociedad, tanto en tierras recónditas en el interior de Rusia, como en el exilio extranjero, primero en el Gran Ducado de Lituania, seguido de una diáspora que ha abarcado distintos continentes, incluida América del Sur. En 1971, el patriarca Pimen de Moscú revocó los anatemas impuestos a los ritualistas antiguos. En 1905, ya el zar Nicolas II había legalizado su fe. Con el tiempo, la Iglesia ortodoxa rusa también ha recuperado el rito “prenikoniano” como válido, concediendo la posibilidad de celebrar misa con él de forma extraordinaria y mientras no se niegue la valides del rito ortodoxo ordinario. 

En sentido eclesiológico, es preciso aclarar que los viejos creyentes no son un cuerpo unificado. Existen dos principales corrientes: los “popovtsy”, mayoritaria y más moderada, y los “bezpopovtsy”, de origen más ascético, escatológico y anticlerical. La mayoría de los fieles actuales, cerca de un millón de personas, está bajo el cuidado pastoral del metropolitano tradicionalista de Moscú Kornilij, que preside una Iglesia con quince eparquías.

Los viejos creyentes pueden parecernos exagerados en su escrúpulo. Bogomilos y cátaros o reformadores como Wyclif, Hus y Lutero habrían abierto un cisma o nuevos caminos reflexionando un tema teológico, qué es necesario para la salvación en sentido subjetivo. Los tradicionalistas rusos parecen preocupados por algo objetivo, como si una muy determinada expresión del cuerpo o un acto como una forma y color únicos fueran santos y otros no, causas únicas y no exteriorizaciones colectivas de un estado psíquico. Para algunos, esto bien puede ser puro y simple rigorismo, al extremo de despreciar toda clase de creatividad y cualquier valor en la adaptación histórica, en detrimento de la catolicidad o universalidad de la fe e idealizando el inmovilismo. Para otros, un enamoramiento estilístico, coherencia de vida y sentido de la herencia, la fuerza de la identidad comunitaria y espiritual como principios de autosuficiencia. 

El arte en este mundo no debe cambiarse, porque empieza en formas que son contempladas antes de ser comprendidas y replicadas. Hay una “morfología” donde Dios se mueve porque es la vida de Dios. Alterar los ritos fue para los viejos creyentes semejante a alterar lo que sabemos del corazón dejando de sentirlo, negando lo que el corazón ha hecho sentir de sí mismo para poder saber. En última instancia, lo único indiscutible es que estas comunidades de fieles han custodiado una parte del patrimonio material e inmaterial del pueblo eslavo y del cristianismo.​


Alejandro Massa Varela (1989) es poeta, ensayista y dramaturgo, además de historiador por formación. Entre sus obras se encuentra el libro El Ser Creado o Ejercicios sobre mística y hedonismo (Plaza y Valdés), prologado por el filósofo Mauricio Beuchot; el poemario El Aroma del dardo o Poemas para un shunga de la fantasía (Ediciones Camelot) y las obras de teatro Bastedad o ¿Quién llegó a devorar a Jacob? (2015) y El cuerpo del Sol o Diálogo para enamorar al Infierno (2018). Su poesía ha sido reconocida con varios premios en México, España, Uruguay y Finlandia. Actualmente se desempeña como director de la Asociación de Estudios Revolución y Serenidad.


Canal de YouTube del autor: Asociación de Estudios Revolución y Serenidad


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