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Crítica compara 'Renaissance', el último álbum de Beyoncé ,con la Capilla Sixtina de Miguel Ángel

Arte

Por: Luis Alberto Hara - 12/20/2022

Algo está mal en una cultura que compara a Beyoncé con Miguel Ángel

La crítica musical Ann Powers, del sitio web de la Radio Pública Nacional de Estados Unidos (NPR, por sus siglas en inglés), recientemente comparó el álbum más reciente de Beyoncé, Renaissance, con la Capilla Sixtina, la residencia papal adornada por los frescos de Miguel Ángel, una de las obras más sublimes en la historia del arte humano: 

Es su Capilla Sixtina, y debe ser discutido de esa forma –como un cielo imaginario repleto y un mito del origen que cobra vida a través de brillantes pinceladas–. Para realmente apreciarlo hay que enfocarse en su diseño sobresaliente, la forma en la que suena y se siente diferente dependiendo de la perspectiva de cada quien. Escuchándolo así, lo que toma relieve es su asombroso detalle, creado por muchas manos. En lugar de una serie de hits (lo cual, por supuesto es), RENAISSANCE puede ser experimentado como un texto inagotable, cada porción conectándose a la otra para evocar momentos en el tiempo cuyo impacto es eterno. 

Y la hipérbole sigue, pero es difícil tolerar mucho más. Se habla del disco como si se tratara no sólo de una obra de arte comparable a las de los grandes renacentistas sino como una especie de novela o texto metafísico o psicodélico de gran profundidad, lo cual resulta un tanto ridículo, especialmente si se toman en cuenta las letras del disco y los moods del mismo, los cuales están hechos sobre todo para la pista de baile, donde uno no quiere precisamente demasiada reflexión. Si bien podría entenderse un comentario así en un post de TikTok o Twitter escrito por un fan devoto, supuestamente NPR es un sitio prestigioso, 

El estado alarmante de nuestra cultura puede medirse por cosas como esta. El mayor talento de Beyoncé es tener la imagen perfecta, ser una mujer afroamericana, atractiva (para todos los gustos), liberal (y sexualmente liberada), comprometida con las causas –de una conducta irreprochable– y empoderada, lo cual la convierte en una especie de modelo admirado por todos. Esto no significa que no tenga talento. Evidentemente lo tiene; tiene buena voz, un notable instinto del estilo y se ha sabido rodear de excelentes productores. Su popularidad es lógica dentro de los parangones comunes de la cultura pop.

Pero Beyoncé no es una gran artista en el sentido clásico del término, y ciertamente no alguien que pueda compararse con un personaje de la talla de Miguel Ángel, y ni siquiera con los verdaderos genios de la música popular. 

El problema no es decir que Renaissance u otro disco de Beyoncé son buenos discos (lo son hasta cierto punto), sino pretender elevarlos a obras de arte de dimensiones clásicas o épicas. Son manifestaciones de talento dentro de la cultura popular, pero no son testimonios del más alto genio humano y de emociones humanas que transforman espiritualmente la percepción, como la música de Bach, las pinturas de Picasso o las esculturas de Miguel Ángel.

Mientras que el auténtico arte, en su universalidad, transmite belleza, una sed de trascendencia y emociones altivas a todos, estos discos apelan solamente a los sentimientos y emociones mundanos. "Son diferentes según la perspectiva de cada quien", como la misma crítica señala. En esta relatividad posmoderna, el arte y la belleza son sólo opiniones y cualquiera tiene el mismo valor, pues todo es subjetivo. Así, se pueden sentar en la misma mesa Miguel Ángel, Shakespeare y Beyoncé. 

El disco de Beyoncé ha sido elegido casi unánimemente como el mejor del año por los grandes medios ingleses y estadounidenses, el llamado Legacy Media. En nuestra época, la popularidad y lo políticamente correcto predominan sobre otras cualidades.

Es un disco medianamente disfrutable y sobre todo destacable por "su asombroso detalle", esto es, su incorporación de diferentes sonidos, texturas y sampleos, o por su gran valor de producción, es decir, el valor artesanal de la misma. Ciertamente no la obra titánica de un genio como Miguel Ángel, pero muy lejos de un disco, quizá un poco más comparable, como el White Album de Los Beatles, que también tiene una enorme diversidad sonora y en el que la producción resulta esencial, pero que es mucho más profundo en su temática y de una calidad infinitamente superior. 

Los álbumes de artistas como Beyoncé o Taylor Swift suelen ser eventos confesionales, generalmente hablando de su relación con la fama o sus exnovios, de noches en la discoteca o de gira, celebraciones de su capacidad de transformarse y reinventarse y de su sagrada autoexpresión; su triunfo ante los problemas que trae la fama. Son la heroínas de la sociedad supuestamente sexualmente liberada. En el caso del último disco de Beyoncé se habla asimismo de la migración, el (anti)racismo y la resistencia política. Pero la mayor parte del tiempo se habla de relaciones de pareja, la vida del club nocturno, el placer sexual y otras cuestiones relativamente banales. Era de esperarse que las "grandes obras de arte" de nuestra época no tengan mayor tema que las relaciones sexuales, las noches de fiesta y un poco de empoderamiento político. Quizá debamos abandonar ideas trascendentes y sensaciones sublimes y conformarnos con sentimientos más mundanos, arraigados siempre en el cuerpo, y simplemente seguir el ritmo.  

De nuevo, no hay razón para no elogiar el talento o la imagen de Beyoncé o Swift. El problema llega cuando son celebradas no sólo como buenas cantantes e influencers –pero situadas dentro de un rango limitado de influencia–, sino como artistas o compositoras de gran aliento (en otro lado alguien decía que Swift era una gran compositora de letras, como si se tratara de Bob Dylan). Y por ello se les otorga cierta autoridad moral y se les acepta también como especies de luminarias –con su star-power– que guían a las generaciones, como ocurría antes con los grandes artistas y pensadores e incluso con los dioses. 

Lo que causa el dominio en el imaginario colectivo de la la música pop de artistas como Beyoncé, Kathy Perry, Taylor Swift, Drake e incluso Kanye West (quien es de un nivel superior pero mucho menor de lo que él mismo piensa), por no hablar de otros de menos calidad y casi igual popularidad, no sólo es a fin de cuentas un empobrecimiento artístico e intelectual sino también emocional y de contenido. Y eso es un tanto inquietante porque, después de todo, estos artistas son los que llenan las mentes del mundo con sus plantillas de contenido y con sus gamas emocionales, educando de alguna manera los deseos y aspiraciones y convirtiéndose en el sustrato desde donde los jóvenes imaginan y aman. 

Hay un peligro en el fanatismo religioso que es evidente para la civilización a estas alturas. Pero también hay un peligro en la idolatría de celebridades que llenan esta ausencia ante la marginación de lo religioso en la secularidad. En el fondo, pensar que el gran arte de nuestra época es la música que trata mayormente sobre salir a bailar con los amigos, tener un poco de buen sexo, disfrutar del dinero y siempre celebrar el yo, es un signo de nihilismo.

 


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Imagen de portada: Carlijn Jacobs