En 1973, Jorges Luis Borges visitó México por primera vez en su vida. El escritor tenía entonces 73 años de edad y acudió para recibir el Premio Internacional Alfonso Reyes, en mérito a su trayectoria literaria. El galardón se inscribía de alguna manera en la historia de amistad y reconocimiento mutuo entre ambos escritores, contemporáneos y afines en varios aspectos de su obra, particularmente su vocación humanista y universal.
Entre otras actividades, Borges visitó la ciudad de Teotihuacán, que se encuentra en las afueras de la Ciudad de México y que es uno de los complejos prehispánicos más impresionantes del país.
Conocida por mucho tiempo como “la ciudad de los dioses” por la etimología de su nombre, Teotihuacán se considera hasta la fecha una de las cumbres de las civilizaciones originarias americanas. De hecho, en interpretaciones históricas más recientes de los documentos, restos y otros testimonios que se conservan de la ciudad se sugiere la posibilidad de que, en su apogeo, Teotihuacán albergó a más de cien mil habitantes y, además, en algún momento de su historia fue el lugar de residencia y desarrollo de una sociedad que funcionó bajo un esquema de relaciones orientadas hacia la horizontalidad (y no a la verticalidad propia de la jerarquía social en la mayoría de las culturas europeas de la época).
Parte de esa grandeza fue la que atestiguo Borges durante su visita a las ruinas dominadas por las pirámides del Sol y de la Luna. De hecho, en aquel paseo de mediodía del 9 de diciembre, Borges pidió a un joven fotógrafo lejano todavía de la celebridad que llegaría a alcanzar, Rogelio Cuéllar, que lo acercara a la Pirámide del Sol para que pudiera tocar las piedras con que había sido edificada.
Aquel momento fue capturado por otra fotógrafa: Paulina Lavista, quien arribó un tanto imprevistamente, alertada de último minuto del paseo del escritor por la ciudad prehispánica. Paulina, hija del compositor Mario Lavista y pareja del escritor Salvador Elizondo, tomó tres instantáneas de Borges en Teotihuacán, las últimas que quedaban en su rollo fotográfico.
De las impresiones y recuerdos de aquella visita, Borges escribió un poema titulado simplemente “México”, incluido en el libro La moneda de hierro, publicado originalmente por Emecé en 1976.
MÉXICO
¡Cuántas cosas iguales! El jinete y el llano,
la tradición de espadas, la plata y la caoba,
el piadoso benjuí que sahúma la alcoba
y ese latín venido a menos, el castellano.
¡Cuántas cosas distintas! Una mitología
de sangre que entretejen los hondos dioses muertos,
los nopales que dan horror a los desiertos
y el amor de una sombra que es anterior al día.
¡Cuántas cosas eternas! El patio que se llena
de lenta y leve luna que nadie ve, la ajada
violeta entre las páginas de Nájera olvidada,
el golpe de la ola que regresa a la arena.
El hombre que en su lecho último se acomoda
para esperar la muerte. Quiere tenerla, toda.