Los documentos que muestran que Estados Unidos prometió a Rusia que la OTAN no se expandiría hacia el este
Política
Por: Joaquín C. Bretel - 03/17/2022
Por: Joaquín C. Bretel - 03/17/2022
Vladímir Putin ha señalado en reiteradas ocasiones que la expansión de la OTAN es la causa por la cual invadió Ucrania. Si bien ha citado también el genocidio y el neonazismo, desde tiempo atrás dijo que la expansión de la OTAN atenta contra la seguridad de Rusia y es meritoria de una acción enérgica. Ciertamente se pueden decir muchas cosas de Putin y, sobre todo, no estar de acuerdo en que esta expansión merece una invasión, pero no se puede negar que ha sido consistente a lo largo de los años en su pleito contra la misma. De hecho, en 2008, antes de invadir Georgia, el embajador de Rusia ante la OTAN sugirió que la aspiración de Georgia a unirse a la OTAN requeriría acción rusa, específicamente apoyo al movimiento de independencia. Muchos analistas internacionales coincidieron en que el coqueteo de la OTAN con Georgia había llevado a Rusia a invadir al país exsoviético y que las mismas intenciones con Ucrania harían que la historia se repitiera. Tenían razón.
La expansión de la OTAN es para Rusia la gran bandera roja, pues este organismo tiene como razón de existencia desde su creación la contención de Rusia. Una contención que, a ojos rusos, significa destrucción. Rusia y Europa llevan siglos de conflictos que lamentablemente son difíciles de olvidar, especialmente para países que tienen ambiciones imperialistas, que exaltan sus antiguas glorias y que guardan rencores de guerras y traiciones pasadas.
Aunque se puede hablar de otras razones -como la supuesta locura de Putin- la mayoría de los más expertos analistas geopolíticos entienden que la principal razón por la que han aumentado las tensiones entre Rusia y Occidente es la expansión de la OTAN, primero a países como Polonia, Hungría y la República Checa, luego a Estonia, Letonia y Lituania, países que tienen frontera con Rusia o con Bielorrusia.
Hay que recordar que en los primeros años del mandato de Putin, Occidente lo veía relativamente con buenos ojos. Incluso, en 2001, Putin fue uno de los primeros jefes de Estado en hablar con Bush después del atentado de las Torres Gemelas. Rusia se manifestó solidariamente, pues también luchaba contra el terrorismo y prometió una lucha conjunta. Bush famosamente dijo haber mirado a Putin a los ojos y "visto su alma". Las cosas empezaron a desviarse después de que Estados Unidos invadió Irak y Putin consideró que eso era un error pues Sadam Huseín, si bien era líder de un régimen autoritario -o precisamente por ello-, evitaba el crecimiento de grupos terroristas en Irak.
Putin incluso había solicitado convertirse en miembro de la OTAN, algo que no fue tomado seriamente, quizá porque no podían confiar en él y aceptar a un país antidemocrático, o porque hacerlo en cierta forma eliminaría la razón de existir de esta organización.
Recientemente la negativa a asegurar que la OTAN no incluiría como miembro a Ucrania fue citada como una provocación intolerable, pues este organismo militar, según Putin, atenta contra la seguridad de su país. Esta expansión viola, si bien no un acuerdo internacional, sí una serie de compromisos verbales ampliamente documentados. Este hecho es esencial, pues le brinda a Putin una oportunidad de justificar sus acciones.
Archivos desclasificados del National Security Archive, ubicado en la Universidad George Washington, confirman que Estados Unidos y otros países europeos en numerosas ocasiones usaron la garantía de que la OTAN no se extendería más allá de Alemania en sus negociaciones con Gorbachov. Los documentos, basados en memos y documentos oficiales de Estados Unidos, Alemania, Francia y Gran Bretaña, fueron publicados en 2017 y pueden consultarse aquí. Son el resultado de una investigación realizada por una serie de académicos, incluidos a Mark Kramer de la Universidad de Harvard y Joshua R. Itkowitz Shifrinson de la Bush School en Texas A&M.
Lo esencial es que durante las negociaciones que llevaron a la caída del muro de Berlín y al fin de Guerra Fría, una de las condiciones fundamentales negociadas por la que en ese entonces era la Unión Soviética fue la negativa a la expansión al este de la OTAN. Famosamente el secretario de Seguridad de Estados Unidos, James Baker, dijo "ni una pulgada más hacia el este" hasta tres veces en una conversación con el líder ruso. Es cierto que este compromiso no aparece en los acuerdos oficiales que se firmaron, pero sí en los memos de las reuniones. No sólo Baker garantizó esto; el presidente Bush le había asegurado a Gorbachov en Malta en 1989 que Estados Unidos no tomaría ventaja de la situación, es decir, no explotaría las revoluciones en el este de Europa para lastimar los intereses soviéticos. Entre los diferentes políticos que aseguraron a los soviéticos que la OTAN no avanzaría destacan el canciller Helmut Kohl, el presidente Mitterrand y la premier Margaret Thatcher.
Los autores de la investigación oficial concluyen:
Los documentos muestran que Gorbachov acordó la unificación de Alemania a la OTAN como resultado de la cascada de afirmaciones [de que la OTAN no se expandiría al este], y con base en sus propios análisis de que el futuro de la Unión Soviética dependía de su integración a Europa.
Sobre esto Noam Chomsky ha dicho que la concesión que hizo Gorbachov era enorme, pues Alemania había virtualmente destruido a Rusia dos veces en el pasado. Los entonces soviéticos difícilmente habrían cedido sin recibir algo que les brindara cierta seguridad.
Varios de los principales expertos en política internacional, tanto analistas como funcionarios del gobierno de Estados Unidos, han advertido que la expansión de la OTAN es una provocación que resultaría invariablemente en la reanudación de la Guerra Fría. El director actual de la CIA, William J. Burns, ha criticado la expansión de la OTAN desde 1995, cuando trabajaba en la embajada de Estados Unidos en Moscú. En ese entonces Burns señaló que la expansión de la OTAN era percibida "universalmente como hostil" entre los políticos rusos. En su calidad de embajador en Moscú, Burns manifestó en 2008 que "la entrada de Ucrania a la OTAN es la más alarmante de las banderas rojas para la élite rusa (no sólo para Putin)". Burns publicó un libro en 2019, The Back Channel, en el que reafirma esto y sostiene que la expansión fue "innecesariamente provocativa".
George Kennan, considerado el principal arquitecto de la estrategia de contención de la Unión Soviética en la Guerra Fría y uno de los más longevos diplomáticos estadounidenses, ha manifestado categóricamente que la expansión de la OTAN fue un error. Hablando con el periodista de The New York Times Thomas Friedman, Kennan aseveró en su momento que la expansión de la OTAN era "el principio de una nueva Guerra Fría. Creo que los rusos gradualmente reaccionarán adversamente y esto afectará sus políticas. Creo que es un error trágico. No había ninguna razón para ello. Nadie estaba amenazando a nadie". Kennan criticó al Senado de Estados Unidos que, en su discusión del tema, se mostró crasamente ignorante de la realidad de lo que ocurría en el este de Europa y representó a Rusia como un país desesperado por atacar el oeste: "Por supuesto que vamos a tener una mala reacción de Rusia y luego ellos (los expansionistas) van a decir que siempre nos habían advertido que así es Rusia".
La expansión de la OTAN fue uno de los principales signos de la imposición hegemónica de Estados Unidos en lo que era un mundo unipolar. Estados Unidos estaba atacando al gigante en coma. Como había señalado el polaco-estadounidense Zbigniew Brzezinski, exconsejero de Seguridad Nacional, el resurgimiento de Rusia en el escenario global dependía de su influencia "sobre el espacio pos-soviético", particularmente de Ucrania. Brzezinski concibe la geopolítica como un juego de ajedrez entre las potencias, un juego que ya no consideraba a Rusia como un adversario. Putin, quien según Aleksandr Dugin "es solamente un geopolítico", alguien cuya naturaleza, como la de la misma Rusia, es participar en ese tablero mundial, se ha visto obligado a usar la fuerza para invitarse de vuelta a la partida.
Poco después del colapso de la Unión Soviética y del fin de la Guerra Fría, Estados Unidos se encontraba en el punto más alto de su dominio mundial. Y, de nuevo en consonancia con lo que podemos llamar la ley de Tucídides, se dedicó a asegurarse de que seguiría ejerciendo un poder hegemónico. Fue en esta época cuando se acabaron de formular las ideas de un "nuevo orden mundial" y se dio continuidad al "plan Marshall" con la "doctrina de Wolfowitz" (luego llamada la "doctrina de Bush"). El plan Marshall hace referencia a la iniciativa estadounidense de ayudar a reconstruir regiones destruidas luego de la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos aportaría importantes sumas de capital para el desarrollo económico de los países europeos, ganando así injerencia. Con la ayuda económica se fomentarían la reducción de las barreras estatales y la disolución de regulaciones económicas. En otras palabras, se fomentaría la economía de libre mercado, al tiempo que Estados Unidos podría influir en los gobiernos que recibían ayuda -por supuesto, tendrían que ser democráticos- y castigar a aquellos que no defendieran su valores. Esta visión política obviamente no fue aplicada sólo en Europa sino en gran parte del mundo, como es evidente por las campañas en países como Afganistán, Nicaragua, Libia, Irak y muchos más.
La doctrina de Wolfowitz dio continuidad a estas ideas, pero desde una posición aún más poderosa y cómoda. El documento que el secretario de defensa Paul Wolfowitz redactó con la supervisión de Dick Cheney, la éminence grise del gobierno de Bush, fue circulado internamente el 16 de abril de 1992 y más tarde filtrado al New York Times. Este documento ha sido descrito por el senador Edward M. Kennedy como "un llamado al imperialismo americano del siglo XXI que ninguna otra nación puede o debe aceptar". En su estatus de superpotencia, el documento traza las líneas que se deben seguir para asegurar la preeminencia de Estados Unidos.
"Nuestro primer objetivo", dice el documento, "es prevenir el resurgimiento de un nuevo rival, tanto en el territorio de la antigua Unión Soviética como en otra parte". Uno de los puntos era "impedir que un poder hostil domine una región crítica a nuestros intereses". Se establecía que el poder militar descansaría solamente en Estados Unidos:
Estados Unidos debe mostrar el liderazgo necesario para establecer y proteger un nuevo orden que mantiene la promesa de convencer a posibles competidores políticos de que no necesitan aspirar a un rol mayor o perseguir una posición más agresiva para proteger sus intereses legítimos.
Cualquier competidor que tuviera aspiraciones de crecer debería renunciar a ello y sentirse confiado de que Estados Unidos, la gran policía mundial, protegería sus intereses. En uno de los borradores del documento explícitamente se decía:
Aunque Estados Unidos no puede convertirse en la policía del mundo, al asumir responsabilidad por corregir todo error, retendremos la responsabilidad preeminente para lidiar selectivamente con esos males que amenazan no sólo nuestros intereses, sino los de nuestros enemigos o aliados, o los cuales podrían seriamente desestabilizar las relaciones internacionales.
Wolfowitz exalta en el documento el valor de las coaliciones multinacionales para derrotar enemigos, como en el caso de la Guerra del Golfo. Y hace hincapié en el peligro de Rusia: "Estados Unidos tiene mucho en juego promoviendo la consolidación democrática y pacífica de las relaciones entre Rusia, Ucrania y otras repúblicas exsoviéticas". Y antes remarca que "Rusia seguirá siendo el poder militar más poderoso en Eurasia y el único con la capacidad de destruir a Estados Unidos".
Después de que se filtrara el documento, diversos políticos estadounidenses se desmarcaron del mismo y sugirieron que se trataba de un proyecto meramente teórico que no fue aplicado. Pero, a la luz de los hechos, es difícil ver otra cosa que la aplicación sistemática de esta visión hegemónica unipolar. La presencia de tropas estadounidenses o de bombardeos e invasiones en zonas que los mismos think-thanks estadounidenses habían identificado como estratégicas hace difícil creer algo diferente. Largas campañas, algunas quizá con menos justificación que la que ha encontrado Putin para invadir Ucrania, como la segunda guerra con Irak, país que supuestamente tenía "armas de destrucción masiva", hacen ciertamente cuestionable la autoridad moral de los países de la OTAN.
La total impunidad de la que gozan los perpetradores de estas campañas asesinas no sólo hace que Putin pueda sentir con cierta razón que existe un doble estándar en la ley internacional, es también un caldo de cultivo para numerosas teorías de conspiración sobre un gobierno global en la sombra que protege los intereses de una élite. Más allá de que esto sea cierto o no, el discurso de libertad y democracia, al menos para los países que han sido víctimas de la fuerza civilizadora y garante de la paz occidental, suena como algo ridículo, cuando no cínico. Mientras tanto, George Bush Jr. pasa las tardes tranquilamente en su rancho tejano pintando poodles y políticos, entre ellos al mismo Putin.
Imagen de portada: Bundesbildstelle