De cómo la búsqueda de poder mundano y el miedo a la muerte se disfrazan de espiritualidad
AlterCultura
Por: Sofía Tudela Gastañeta - 06/25/2020
Por: Sofía Tudela Gastañeta - 06/25/2020
Que el común de la gente tiene una disposición servil y medrosa que le induce a someterse a un líder o grupo de poder y a buscar así seguridad, independientemente de que este tenga verdad, razón o virtud, es un hecho. De este modo se explica que ahí donde el cristianismo es poderoso, el común de la gente es cristiana; que ahí donde impera el islam, el común de la gente es islámica; y que ahí donde lidera la corrección política, el discurso del común de la gente es políticamente correcto. Incluso en los subgrupos de una misma cultura, nación, sociedad, es el miembro o grupo de ellos más imponente el que consigue que los demás se plieguen a él más allá de tener o no razón, y tal realidad se puede apreciar también en las tribus urbanas y hasta en los colegios y centros de instrucción más prestigiosos.
La supuesta espiritualidad del común de la gente no deja de regirse por estos mismos comportamientos tribales, instintivos y atávicos, animales, que los inducen a plegarse automáticamente al poder, a la fuerza, y no a la verdad, a la razón ni a la virtud por sí mismas, salvo que estas sean respaldadas por las anteriores, siendo las primeras el verdadero móvil de su reconocimiento y no el valor intrínseco que subyace en las siguientes, puesto que de lo contrario no necesitarían de una fuerza externa a ellas mismas que las confirme en lo que ya son por sí mismas.
Así, si un individuo con autoridad, carismático y con fuerte personalidad de líder dice que es enviado de Dios, y en lugar de hablar verdad habla falsedad, pero se eleva y hasta vuela por los aires, camina por las aguas, lanza rayos por las manos, le disparan y no muere, resucita a los muertos, será aprobado y se le rendirá la pleitesía de maestro espiritual –si acaso no de Dios–. A la inversa, no se le dará crédito ni mucho menos honores a una persona discreta que hable con verdad de espíritu y cuyo mensaje proceda realmente de un nexo con lo Divino, sea claro, brillante, bien formulado, pero que, sin embargo, tal persona no tenga carisma, ni carácter, ni fuerza de mando y no obre ningún prodigio, ningún milagro, que no manifieste ningún poder aparatoso, sea ordinario o extraordinario.
Tan falsa es la espiritualidad de la gente que atiende a la fuerza y no a la verdad, a los poderes y no al conocimiento. El más poderoso triunfa, no el más veraz. La mundanidad es la norma de la mayoría de gente religiosa que reniega del mundo -desprecian el mundo porque su avaricia se ve privada de él y por la cual, simultáneamente, aspiran al mundo en nuevos términos espirituales-. Prefieren volar por las nubes y ser física o, por lo menos, psicológicamente inmortales -tal es la sed mundana de quienes reniegan del mundo- a comprender una verdad sencilla acerca de Dios de la que no obtengan ningún reconocimiento, ni la aprobación de nadie o acogida en algún grupo que los refuerce y les de seguridad, ni la inmortalidad -esa inmortalidad frívola, eso que se suele entender por ella-, que, en otras palabras, no les brinde ningún provecho a nivel utilitario para servir a sus ambiciones post mortem o para palear sus grandísimos miedos en esta vida y su miedo superlativo a la muerte.
La mayoría de gente, cuando se suscribe a una religión, en realidad no busca conocer la verdad ni lo Divino, sino solo confort, seguridad, orden y dirección vitales, sensación de empoderamiento, así como sentido de pertenencia. Dios no es más que la excusa para saciar estas necesidades atávicas y tribales que nada tienen que ver con la genuina espiritualidad metafísica. Quien realmente busca lo Divino, debe romper con el gregarismo y la superchería, desnudarse y contemplar honestamente la realidad hasta alcanzar su médula, ¡lo Divino!
La religión es la decadencia de la metafísica.
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Respecto al escrito cuyo título es “De como la búsqueda de poder mundano y el miedo se disfrazan de espiritualidad”, cabe clarificar –si se lee con detenimiento el escrito considero que debería quedar claro por sí mismo– que se trata de una crítica justa y ponderada a la falsa espiritualidad que se pretende verdadera y cuyos móviles son, en realidad, mundanos; no es en modo alguno una crítica a la genuina espiritualidad, ni a la religión bien comprendida; tampoco es una crítica a la institucionalidad religiosa –el texto no aborda esa temática– ni a vías tradicionales de acceso a lo Divino -con lo cuál en principio estoy de acuerdo-. El escrito debe entenderse por lo que es, no por lo que no es, antes de ser evaluado correctamente.
Si se desea defender lo espiritual y a la par lo religioso que lo enmarca y vehicula, es preciso exponer a la vista la superchería y la superstición que asfixian lo auténticamente religioso. ¿No fue lo que hizo Jesús con los fariseos? ¿No fue lo que hicieron, de hecho, todos aquellos que en diversas tradiciones religiosas estaban genuinamente comprometidos con lo Divino? El mismo San Juan de la Cruz tiene una crítica similar a la del texto en torno a depositar la fe en lo mágico y milagroso –que puede ser falible y responder a meras apariencias, manejándose en el nivel de lo fenoménico y no en el de la realidad metafísica– en lugar de hacerlo directa y sencillamente en lo Divino. En “El peregrino ruso”, relato tradicional de un anónimo de la ortodoxia rusa, el mentor espiritual del peregrino le desvela –pues un velo de falsa religiosidad era lo que llevaba puesto en lugar de los ojos– cómo lo que él creía una fe certera no era sino un conjunto de artimañas de su propia mente para encubrir sus pasiones y miedos mundanos, y es entonces, sólo entonces -cuando el peregrino se percata de esto, descorre el velo de su religiosidad tibia y cómoda, y lo reconoce-, cuando el mentor lo conduce por la vía certera hacia Dios.
Yo soy cabalmente contraria a la secularización –sólo rescato algunas cosas de ella, como los Derechos Humanos (y también animales y ecológicos) fundamentales, pero no la perspectiva desacralizada desde la que se los aborda–. Estoy de acuerdo con lo que has escrito y no veo cómo ello podría oponerse a un ensayo que no crítica en modo alguno el aspecto religioso, sino, al contrario, la seudoespiritualidad-religión. Al estar de acuerdo contigo, no veo cómo “puntos de vista confrontados” -¿Cuáles? Pues me pasan desapercibidos- podrían distanciarnos en nuestra cosmovisión; y de haberlos -imaginemos que tenemos puntos enfrentados significativos-, tampoco sería razón de una toma de distancia en perspectivas, sino más bien una oportunidad de mayor proximidad en las mismas a través del diálogo intersapiencial.
¿Por qué? Porque para profundizar en el ámbito del Espíritu es necesario mirar de frente y no volver el rostro hacia un lado; es preciso dudar, poner en cuestión, contrastar los conocimientos, inquirir y preguntarse; y en lugar de permanecer acríticamente donde se está guarnecido pero no se avanza, sondear más y más profundo. Esa era una de las metodologías propias de los Diálogos platónicos: contraponer puntos de vista hasta ir puliéndolos unos con otros hacia la Perfección; cuestionar las creencias, incluso morales y religiosas (un ejemplo: en el Eutifrón o Sobre la piedad Sócrates cuestiona las premisas religiosas del sacerdote cuyo nombre titula al diálogo, con el cual se cruza cuando este se dirige al templo a realizar obras piadosas), no para conducir al relativismo y al nihilismo, sino para, dialécticamente, penetrar más profundo en eso mismo en lo que se indaga. Poner en cuestión algo puede suponer para algunos la ruptura con ese algo; para otros, la oportunidad de sondear aún más hondo en ese algo, de sumergirse en su aspecto más nuclear y conocerlo más a fondo, más verdaderamente. Por lo mismo, por cuestionar los falsos formalismos mentales y religiosos, e indagar más internamente para hallar la perla que realmente encerraban, Sócrates fue acusado de impiedad (asebeia) y condenado a muerte por ello.
Pues mientras existen quienes buscan real y activamente lo Divino, y están comprometidos con la verdad y dispuestos a renunciar a sus prendas -pocas o muchas, o todas- y mudar -con desapego y honestidad intelectual- de visión si es necesario -aun cuando hayan cultivado un huerto entero y construido un palacio en la visión que dejan tras de sí con las manos vacías-, otros sólo buscan un refugio seguro y mundano revestido de galas espirituales, y en cuanto alguien escarba un poco en ese refugio para ver qué piedras no están firmes y en su lugar y cuáles sí, ellos se sienten amenazados creyendo que su refugio será demolido. Atacan entonces al filósofo consagrado a Sophia en nombre de la “religión”, pero realmente no tienen sed de Dios, sólo desean comodidad, sentar la cabeza y pacer seguros en este mundo, evitando navegar continuamente en el océano de lo desconocido e inaprehensible. Lo Divino, sin embargo, ha de buscarse con el alma desnuda y abierta (receptiva), con franqueza y sin segundas intenciones. La Vía espiritual no es para tibios, por fanáticos que se muestren al aferrarse a las formas religiosas –pues sólo a ellas se aferran: se aferran al dedo para no ver la luna y en cuanto se les sugiere que suelten el dedo un instante para mirar la luna que este señala le acusan a uno de impiedad–. Ellos son idólatras, han hecho del dedo su ídolo, perdiendo de vista a la luna que aquel señala, a lo realmente Divino. El dedo que revelaba la Verdad se ha convertido para ellos en la Verdad misma y por eso se ha cerrado sobre sí mismo deviniendo en un velo difícil de franquear -difícil porque quien no desea franquearlo realmente no lo hará-. Los símbolos velan y revelan al mismo tiempo: son velos para fariseos y tibios, para los que buscan tierra segura, para las almas sedentarias, y revelaciones para los que sólo buscan la Faz de Dios que se trasluce en ellos. ¡No hagamos de los puentes dioses! ¡No rindamos culto a los emisarios! ¡No tomemos a un autor o líder espiritual por Dios! ¡Eso es shirk!
Muchos desean hacer de la religión una ideología y mantenerse siempre en una postura media segura. De jóvenes indagaban sinceramente en la verdad hasta que se cansan, y una vez mayores se aferran a un conjunto de creencias fijas en todos los ámbitos de la vida y permanecen en él sin mudar de opinión ni un ápice ante distintas evidencias (dice el refrán popular: “perro viejo no aprende trucos nuevos”). Y, sin embargo, quienes realmente conectan con lo sagrado son siempre jóvenes, siempre niños, mantienen el frescor y la candidez iniciales. ¡La religión no es un asiento enjoyado y vigilado por guardianes sobre el cual dormir! La religión es vivencia fluida y efectiva de lo Divino (a propósito, Mircea Eliade la describe acertadamente en Lo sagrado y lo profano).
¿Cómo es posible la espiritualidad sin religión? Si religión es re-ligare, “volver a ligar” con el principio originario, y por ende también se aplica al budismo, que religa a su practicante con la Budeidad inherente a sí mismo, con la verdadera naturaleza incondicionada, más allá de toda concepción –por la cual no se entra ni se sale– de todo.
El Zen no tolera los términos medios, aquellos en los que en resumidas cuentas uno se sentiría cómodo, en honor a la verdad. “Vomita a los tibios”. El zen es todo o nada y, si ya no es todo, no es nada. Por eso, para sacudir el embotamiento, los hábitos, la rutina, para volver a poner en la “Vía”, ha tenido necesidad constantemente -y más que nunca hoy en día- de “marginales” y de iconoclastas, practicantes de una compasión ruda y rugosa, de provocadores que precisamente crean incomodidad. Sólo estos “revolucionarios” un poco “anarquistas”, que sin embargo eran artistas, poetas o inventores, devolvieron al zen el impulso que había perdido y le confirieron un frescor y un sabor siempre renovados, capaces de sorprender al paladar hastiado que todavía no los había probado nunca.
(Los maestros zen, Jacques Brosse)
A menudo me ocurre que personas enfrascadas en un punto de vista no me comprenden –porque, por ejemplo, tengo ensayos críticos y hasta satíricos hacia el cristianismo y asimismo otros que lo defienden, algo contradictorio desde un punto de vista doctrinario, pero que es muy coherente mirado desde el punto de vista de una búsqueda espiritual sincera y no de una adherencia ideológica– y me catalogan de “anticristiana” unos y de “cristiana ultraconservadora y sedevacantista” otros –por ciertos puntos de vista afines y por mi predilección por el cristianismo medieval–. Tampoco comprenden que en la búsqueda uno pueda mudar de posición, o matizar lo que antes no matizaba, o hacer hincapié en elementos en los que antes no hacía hincapié, y viceversa, dejar de darle importancia a otros aspectos que antes eran cruciales. Afirmo esto porque he sido ampliamente difamada en las redes por lo mismo, por poner en cuestión la “infalibilidad” de algún autor (diremos Guénon). Me gusta esta cita de Plauto: "Los que divulgan la calumnia y los que la escuchan, si valiera mi opinión, deberían ser colgados; los divulgadores, por la lengua, y los oyentes, por las orejas".
A propósito de los prejuicios de la gente ante lo que no comprende o elude sus esquemas reflexioné hace unos días, pues me percaté de que a mí también me ocurría lo mismo. Estaba caminando por unos jardines y a lo lejos vi unos árboles con frutas de color naranja relativamente redondeadas. Parecían naranjas, pero no eran iguales, difiriendo en la textura y la forma. Pero al verlas exclamé: “¡naranjas!”. Y una amiga me respondió: “no, son caquis”. Y volví a mirar y efectivamente lo eran, y desde el principio había visto que lo eran, pero como en mi país de origen no existe esa fruta y en mis esquemas mentales a lo que más se aproximaba era a una naranja, mi mente automáticamente forzó la realidad y la acomodó a mis esquemas mentales preexistentes. Yo no miraba la fruta tal cual era, no miraba con la mente limpia, vacía y despejada, sino que distorsionaba la realidad hasta ajustarla a mis esquemas de visión precedentes. Todo esto se dio de forma automática. El zen trata de desactivar ese tipo de tendencias reactivas de nuestra mente para volver a mirar el mundo como lo haría un recién nacido.
Cuando una realidad es distinta y nueva, tendemos a acomodarla a lo que conocemos, aunque eso implique distorsionarla. Puesto que me salgo de los diversos esquemas, la gente me acomoda a lo más próximo que tiene a mano y a menudo yerra en este procedimiento, distorsionando mi pensamiento y mi persona. También existen otros que no superan el quedar sin argumentos en un debate, cuando se tienen por grandes conocedores y están muy aferrados a su imagen –hubo quien no me perdonó que simplemente lo rebatiera con buen ánimo y siguiendo los protocolos de educación propios de un debate alturado en una disquisición pública sobre Platón–.
Respecto a la frase “la religión es la decadencia de la metafísica”, así lo considero: incluso la mejor de las religiones, una religión armoniosa en su totalidad y sin mácula, que conduce eficientemente a lo Divino, supone ya un grado de descenso en el plano de la manifestación del que la metafísica pura está libre. Luego, la religión misma sigue diversos procesos de decadencia, desde su origen más puro y directo hasta vaciarse del espíritu que vehiculaba y tornarse un cuerpo sin alma o en una cáscara vacía, cuyo interior ha sido usurpado por burócratas y muchas veces por el engaño, deviniendo en un vehículo realmente antiespiritual que puede incluso liderar una cruzada contra lo Divino. Imagino a un conductor que se dirigía al Everest en un hermoso vehículo, se detuvo a descansar y bajó un momento de él, y un ladrón entró en su lugar, y yendo de bajada en dirección opuesta al Everest intentó atropellarlo. La religión sería el vehículo, el trayecto el ascenso espiritual, el Everest la meta Divina, y el ladrón la corrupción que se inserta en una estructura para ir en sentido inverso al designio original y aniquilar a quienes debiera ayudar y transportar, es decir, al inicial conductor al que termina por atropellar.
No me opongo a la búsqueda de un maestro genuino y a la instrucción tradicional, ni a la religiosidad y su diversidad de vías, ni a la moral bien comprendida (no como moralismo, sino como metodología de perfección incierta en la vida práctica). Me gustaría que quede claro esto. Pero una defensa necesita también una contraparte y hay que matizar. A veces ese matiz puede venir no en un solo texto, sino en el contrapeso de dos opuestos: uno de pura apología por un lado y otro de pura crítica por el otro. Una visión muy idealista de algo puede hacernos perder la perspectiva global y conducirnos a no ser cabalmente fieles a la realidad. Los puntos abordados dan para un largo e interesantísimo diálogo.
Comprendo la religión en dos sentidos: uno esencial y otro accidental. En el sentido esencial, no la critico; mi crítica se dirige a su sentido accidental. El primero, lo comprendo como re-ligare o volver a ligar, re-unir (lo que significa yoga originalmente) al ser con su principio (Divino). El segundo, lo entiendo como la estructura de poder y creencias vinculadas al primero (pero que a menudo nos distancian de él), sea institucional o no. En el primer sentido, la religión se identifica con la metafísica. Esta no es la especulación conceptual abstracta, sino la experiencia directa de los principios subyacentes (que finalmente desembocan en la Unidad que los articula), la experiencia ontológica de lo Divino. Este sentido corresponde a episteme (conocimiento) y a la facultad de visión espiritual (o visión sin imagen) que Platón denomina nous. El segundo sentido no es metafísico, sino devocional y corresponde a doxa (opinión), vinculándose más a la facultad de la imaginación. Para acceder a episteme, debemos trascender doxa. Para acceder a la genuina religión (retorno al principio, metafísica práctica) debemos liberarnos de la religión en cuanto conjunto de creencias que nos eximen de sondear en la realidad, puesto que la suplen: suplen la visión por lo que imaginamos que es la visión, el conocimiento por la creencia.
La cuestión: doxa, dianoia y nous, y cómo no se relacionan. La razón es el límite intermedio que divide a la irracionalidad de la suprarracionalidad. La mayoría de personas propenden más a la irracionalidad que a la razón y su capacidad suprarracional está ausente. Es común en los religiosos o en quienes poseen pretensiones espirituales, así como en la gente trivial. Un menor número de personas tienen más fuerte la razón y los elementos irracionales no consiguen absorberla y anularla, de modo que puede decirse que son prioritariamente racionales. Sin embargo, también tienen la capacidad suprarracional impedida. En este sector cabe un amplio número de intelectuales y ateos que han desarrollado el hemisferio izquierdo del cerebro circunscribiéndose a él, pero que no tienen mayores luces. Un número todavía más reducido es el de quienes teniendo una buena imaginación y una razón fuerte que no es absorbida por esta, se proyectan más allá de la razón y se abren la percepción suprarracional. Aquí encajan las personas genuinamente espirituales.
Platón distingue entre doxa (creencia), diánoia (razón discursiva) y nous (la región superior de la inteligencia que percibe directamente los principios y el Principio de principios, y que es una con Él). Doxa (mera creencia, superstición, fantasías inconexas) se orienta a la irracionalidad. La diánoia se orienta a la razón como la comprendemos normalmente: es la capacidad de hilvanar ordenada y lógicamente los conceptos o los hechos de los que se parte; tiene una función estructuradora, da coherencia, armoniza los elementos, explica la realidad formando discursos a partir de principios o axiomas, de forma que es móvil, deviene en el tiempo, discurre, realiza desarrollos hasta alcanzar una conclusión, implica un proceso. El nous, en cambio, se asimila a lo suprarracional, es la región superior de la inteligencia, la luz del espíritu, que percibe instantáneamente los axiomas o principios previos al pensamiento y del que este parte; es visión inmediata, es comprensión sin ningún proceso mediador, sin desarrollo, pura, de forma que es inmóvil, no deviene, es la Inteligencia eterna y en ella comprender y ser se identifican, son uno solo: penetra en el núcleo mismo, es el núcleo y su comprensión es su misma experiencia, su mismo ser. Cuando alcanza la cumbre se remonta al Principio de principios, al Principio Supremo del que dependen los principios segundos y terceros: lo Divino. El espíritu o nous percibe lo Divino sin mediación porque él mismo es lo Divino en el alma. Es conocimiento puro, Gnosis, Omnisciencia, Realidad sin Lindes, Despertar, Sol, Experiencia Suprema, Ser, Más allá del Ser.
La afirmación de que el Kali-Yuga es una era sin religión es parcialmente verdad. A lo que agrego: la religión es la decadencia de la metafísica, como la a-religión es la decadencia de la religión. En este sentido, me identifico con la visión expuesta por Lao Tse en el Tao Te King:
Por eso, cuando se pierde el Tao, surge la doctrina de la virtud;
cuando se pierde la virtud, surge la doctrina de la justicia;
cuando se pierde la justicia, surge el ritual.
Ahora bien, el ritual no es más que la cáscara de la lealtad y la fe,
y es el comienzo del caos.
La presciencia sólo es la flor del Tao
y el origen de la insensatez.
Por eso el noble habita en lo sólido y no en lo diluido.
Habita en el fruto y no en la flor.
Y también en este pasaje:
Cuando se abandonó el gran Tao,
surgieron las doctrinas del amor y la justicia.
Cuando aparecieron los conocimientos y el ingenio,
les siguió una gran hipocresía.
Cuando los seis parentescos dejaron de vivir en paz,
se ensalzó el amor paterno y la piedad filial.
Cuando un país cayó en el caos y el desgobierno,
aparecieron los ministros leales.
La sabiduría de Shankara y de los defensores de la no-dualidad es certera: afirman la verdad respecto de la realidad fundamental de la multiplicidad aparente que converge en la Unidad real, absoluta, eterna e innominada. Muchas y diversas pueden ser las especulaciones intelectuales sobre la realidad fundamental, pero la experiencia directa, la sumersión en ella, es la única que garantiza la certeza de lo que se sostiene. Por eso no puedo suscribirme a las otras visiones que niegan la no-dualidad, porque contravienen el conocimiento experiencial trascendente que he tenido. Ramajuna es un teórico, un argumentador, pero su visión racional no coincide con la experiencia-ser-visión interior absoluta que conozco y que es en sí. Los argumentos son provisionales y nada pueden contra el hecho. Mi intención ahora no es teorizar sobre si la individualidad perdura o no, porque a ello no se llega con argumentos, sino con la sumersión en el fondo último de todas las cosas (el alma no se fusiona con Brahma, ni tampoco conserva su individualidad: no conserva su individualidad porque esta es ilusoria y la ilusión se evapora ante la Verdad; no se fusiona con Brahma porque ella misma es Brahma, de forma tal que sólo se reconoce en lo que es sin tiempo). Sin embargo, teorizar y argumentar también ayuda a abrir circuitos, a facilitar comprensiones, aunque no es garante de por sí.
El Principio Divino, que subyace a todo lo existente y lo posibilita, en Sí Mismo no experimenta pasiones humanas porque es inmutable, y erróneamente las personas con una percepción infantil acerca de la Divinidad se las atribuyen. Sin embargo, hay una forma, distinta a la que la gente común entiende, en que este Principio inmutable sí es capaz de experimentar pasiones humanas, y es sólo cuando se torna criatura, cuando, desde lo no manifestado, desde el reino de lo sin forma, se condensa en lo existente adquiriendo una forma. ¿A qué me refiero? El Principio en Sí Mismo es inmóvil y está más allá de toda pasión, pero asimismo se manifiesta en todos los seres y, al manifestarse en todos los seres, al ser todos los seres, todo lo que cualquier ser siente, lo que tú sientes, eso es lo que el Principio experimenta, pero no en su calidad de Principio, sino en su calidad de criatura, de ente particular existente. Siente a través de todos los seres únicamente en la calidad de estos, siendo todos los seres en su esencia el Principio, único y siempre el mismo. Si tú experimentas una pasión, la experimentas porque vives, y vives porque eres en esencia el Principio: vives con la Vida del Principio, experimentas desde Él tu condición de criatura pasional. Pero si te adentras más en tu interior hasta rebasar el nivel individual, alcanzas el centro imperturbable del Principio. En resumen: desde la imperturbabilidad, el Principio experimenta la perturbabilidad; desde lo invisible, lo visible; desde lo inaudible, lo audible; desde lo incorpóreo, lo corpóreo; desde el no-pensamiento, el pensamiento; desde la eternidad, el tiempo; desde la plenitud, la carencia; desde la vida, la muerte; desde lo impersonal, la persona; todo ello a través de tu condición de criatura o ente particular existente en el cual el Principio se hace patente adquiriendo una forma que lo limita, que restringe el Infinito que Es en su condición no manifestada. Sólo en su alteridad ilusoria el Principio experimenta pasiones humanas. Ergo, no existe nada que la Divinidad no experimente y, sin embargo, Ella permanece intacta e inmutable más allá de toda pasión mutable, más allá de toda perturbación.
Este es el sentido esotérico de la naturaleza de Cristo, muy lejos de la concepción literal y exotérica que considera al personaje histórico y contingente de Jesús de Nazaret la manifestación exclusiva de Dios en el reino de las criaturas. En realidad el principio crístico es universal, habita en todos los seres y es el mismo que el principio búdico, el hombre universal, etc., y sólo requiere de su actualización para realizarse. Es el principio inmanente de la Divinidad, lo Absoluto o lo Infinito.
La Iglesia, en su necedad literalista e historicista, ha perseguido a todos los “herejes” que han reconocido el genuino sentido; y el protestantismo, aún más literalista e historicista, ha conducido a la caricatura cristiana, fuera del catolicismo, a sus formas extremas de degradación, del mismo modo en que lo ha hecho la Teología de la Liberación dentro del mismo. Aludo, por supuesto, a un punto de vista exclusivamente metafísico. Desde una perspectiva humana, las cosas adquieren otro cariz.
Continuando con lo anterior, distinta es la devoción que nace del conocimiento, que la que nace de la superstición. Y distinta es la devoción que nace del anhelo genuino, de la sed del espíritu, que la que nace del terror a la existencia y a la muerte en pos de un escapismo. Con el ritualismo y la religiosidad es muy fácil caer en la superstición. No creo que su defensa se deba basar en lo que otros dicen sin más, no creo que la estima de algo deba basarse en el argumento de la autoridad o ad verecundiam siendo incapaz de tener su fundamento en su propia dinámica interna o en lo real, y no en lo que otros dicen que debamos creer por fe. Religiones hay muchas, creencias hay muchas, supersticiones hay muchas, y unas se oponen a otras, y es el azar el que se encarga de que unos abracen unas u otras, y peleen entre sí por ver quién tiene razón. El sabio no se adhiere por azar, no se basa en la creencia de lo que le tocó porque nació en la Europa cristiana medieval, en la Grecia pagana o en la Arabia musulmana, sino que discierne con la luz del sentido interior lo verdadero de lo falso. Distinto es el culto supersticioso a los dioses por credulidad acrítica y pasional, sin conocimiento de su naturaleza, al culto a los dioses por conocimiento y alumbramiento interior, reconociendo en ellos arquetipos o principios de la Divinidad, tal como los neoplatónicos. Yo misma me inclino ante Atenea y no veo en ello superstición. Ya hablaremos de ese tema más tendidamente en algún momento.
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Imagen de portada: Paraíso terrenal (ca. 1490-1516; detalle), El Bosco