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Conoce la vida de Amelio Robles Ávila, coronel transgénero del ejército zapatista, su lucha en la Revolución Mexicana y cómo rompió los límites de género para vivir plenamente su identidad

Amelio Robles Ávila nació el 3 de noviembre de 1889 en Xochipala, Guerrero, asignado como mujer al nacer bajo el nombre de Amelia Malaquías Robles Ávila. Creció en una familia acomodada, en un México conservador donde los roles de género eran estrictos, pero desde muy joven mostró habilidades poco comunes para las niñas de la época: montaba y domaba caballos, manejaba armas y desafiaba las expectativas de su entorno. Su educación, religiosa y estricta, no logró frenar esa rebeldía que, años después, encontraría su escenario natural en la Revolución Mexicana.

Cuando la revolución estalló en 1910, Amelia recién había dejado la adolescencia. La llamada “bola” de Emiliano Zapata llegó a su pueblo y, por una “locura de joven”, se unió a la lucha armada. En sus propias palabras, no buscaba una causa política: buscaba libertad. Libertad para ser quien realmente era. Y en ese tránsito encontró la forma de convertirse en Amelio, adoptando no solo un nombre, sino toda una identidad masculina que mantendría el resto de su vida.

La Revolución como escenario de transformación

Entre 1911 y 1918, Amelio participó activamente en las filas zapatistas bajo líderes como Jesús H. Salgado, Heliodoro Castillo y Encarnación Díaz. Desde extorsionar compañías petroleras para la causa revolucionaria hasta participar en la toma de Chilpancingo y en la Batalla de la Hacienda de Pozuelos, Amelio demostró habilidades estratégicas y valentía, y en el proceso consolidó su identidad. Su transición no fue solo estética: era la afirmación de su género en medio de un contexto de violencia extrema donde los límites sociales se diluían, y donde la masculinidad se medía en coraje, destreza y mando.

Históricamente, muchas mujeres adoptaban identidades masculinas en la guerra para protegerse de la violencia sexual o para obtener mando militar, pero el caso de Amelio fue distinto: no se trataba de estrategia, sino de una elección personal y consciente. Como señala la historiadora Noemí Juárez, la Revolución ofreció un espacio para que Amelia pudiera convertirse en Amelio, sin esconderse, sin disculpas, con pistola al cinto y al mando de hasta mil hombres.

Entre el reconocimiento y el olvido institucional

Al concluir la Revolución, Amelio mantuvo su identidad y se convirtió en figura respetada. Contrajo matrimonio con Ángela Torres, con quien adoptó a una hija, Regula, y vivió con apertura su vida como hombre. Gracias a un acta de nacimiento apócrifa que lo identificaba como Amelio Malaquías Robles Ávila y a la certificación de sus heridas de guerra, la Secretaría de la Defensa Nacional finalmente lo reconoció como veterano y coronel en la década de 1970.

Sin embargo, la institucionalidad siguió enfrentando tensiones con su identidad: cinco años después de su muerte, instituciones como el CONACULTA y la Secretaría de la Mujer de Guerrero inauguraron un museo y una escuela con el nombre “Amelia Robles”, ignorando en parte su vida como hombre. Este conflicto refleja la complejidad de su figura: Amelio fue reconocido oficialmente como transgénero por el Estado, pero su memoria fue reinterpretada bajo la narrativa de género tradicional, borrando parcialmente su identidad elegida.

Más que un coronel: un símbolo de libertad y debates actuales

La vida de Amelio Robles plantea preguntas que siguen abiertas: ¿representó su figura una reivindicación del papel de las mujeres en la Revolución? ¿Fue un precursor de la visibilidad trans en México? ¿O, en el contexto de la época, terminó reproduciendo los valores machistas del ejército zapatista? Probablemente, un poco de todo. Lo que sí es innegable es que encontró en la guerra un espacio para vivir plenamente como hombre, para reclamar su identidad y desafiar los límites impuestos por la sociedad.

Hoy, Amelio Robles Ávila sigue siendo un referente no solo de la historia revolucionaria, sino de la diversidad de género. Su vida demuestra que, incluso en los contextos más violentos y rígidos, es posible encontrar la libertad de ser quien uno realmente quiere ser, y que la lucha por la justicia y la igualdad puede ir de la mano con la lucha por la identidad personal.

Amelio Robles Ávila murió el 9 de diciembre de 1984, en Xochipala, Guerrero. Sobrevivió 95 años, más de 70 de ellos viviendo como hombre, dejando un legado que nos obliga a repensar la historia de la Revolución y la manera en que reconocemos a quienes desafían los estereotipos de género. Su vida sigue siendo un recordatorio de que la libertad, en todas sus formas, tiene precio y valor, y que los héroes de la Revolución no solo lucharon contra ejércitos, sino también contra las limitaciones de la sociedad.


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Imagen de portada: Excélsior