La flauta mágica: el ritual masónico que Mozart escondió en una ópera de cuentos
Magia y Metafísica
Por: Carolina De La Torre - 06/25/2025
Por: Carolina De La Torre - 06/25/2025
Tres golpes. No en una puerta, sino en el aire. Así comienza La flauta mágica, y así se abrían también las logias masónicas en el siglo XVIII. No es casualidad. Mozart sabía lo que hacía. No escribió una ópera cualquiera. Escribió un rito. Un ritual velado entre arias y criaturas fantásticas.
Lo hizo junto a Emanuel Schikaneder, su libretista y también hermano masón. Ambos formaban parte de una logia vienesa en tiempos en que la masonería era vigilada, incomprendida y, en muchos casos, perseguida. Así que escondieron su mensaje en lo que parecía una fábula inocente: dragones, reinas mágicas, flautas encantadas. Pero bajo ese velo encantador, tejieron un recorrido espiritual.
La flauta mágica no busca contarte una historia. Busca iniciarte.
Todo está construido sobre un patrón que se repite como un mantra: el tres.
Tres acordes abren la obertura, tres hadas custodian al héroe, tres genios lo guían, tres templos aparecen, tres pruebas sellan su paso. Hasta la tonalidad central —mi bemol mayor— tiene tres bemoles. No es diseño artístico: es arquitectura simbólica. El tres, en la masonería, representa la tríada que rige la vida iniciática: sabiduría, fuerza y belleza. También los tres grados por los que pasa todo iniciado. Todo en esta ópera respira con ese ritmo secreto.
Muchos creen que Sarastro, el sabio que guía a Tamino, es el “bueno”, y la Reina de la Noche, la “mala”. Pero esta no es una historia de buenos y malos. Es una representación de dos fuerzas que existen en cada ser humano:
Sarastro representa el conocimiento, la razón que no impone, sino que guía; la Reina de la Noche es el ego herido, el miedo disfrazado de amor. Su aria más famosa es un grito bellísimo, pero violento. Un hechizo. La guerra no es entre ellos. Es dentro de Tamino. Y dentro de cada espectador.
Como todo iniciado, Tamino no necesita una espada. Necesita fe, para encontrar la verdad, debe atravesar pruebas que no son físicas, sino simbólicas: guardar silencio, cruzar fuego, sumergirse en agua. Son pruebas antiguas. Las mismas que aparecen en rituales de transformación de muchas culturas. No buscan destruir al iniciado, sino desintegrar sus apegos. Y no está solo. Pamina, su compañera, lo acompaña. Una mujer iniciada, en una época en que eso no era habitual. Mozart le da un lugar central, como símbolo del equilibrio entre lo masculino y lo femenino. La evolución no es posible sin unión de opuestos.
Hay quien dice que todo esto es sobreinterpretación. Que los símbolos masónicos están ahí, pero que la ópera también se nutre de mitos clásicos, cuentos de hadas y cuentos de sabiduría. Y es cierto. Pero también es cierto que los símbolos vibran
Y cuando algo vibra con tanta precisión, con tanta intención, es porque fue puesto con cuidado.
La flauta mágica es muchas cosas:
Más de dos siglos después, la gente sigue llenando teatros para verla. Y no sólo porque es bella. Lo es. Pero hay belleza en muchas óperas. Lo que tiene La flauta mágica es otra cosa. Algo que se siente en el pecho cuando suenan los primeros tres golpes. Algo que no se entiende con la cabeza, sino con el alma.
Mozart no sólo compuso música. Compuso una llave. Y cada vez que alguien entra al teatro, esa llave vuelve a girar. No abre puertas físicas. Abre algo más profundo. Algo que, quizás, siempre estuvo ahí. Esperando ser escuchado.