Entre corridos tumbados y botines: las «Bodas de sangre» de Angélica Rogel en el Foro Shakespeare
Arte
Por: Juan Pablo Carrillo Hernández - 06/02/2025
Por: Juan Pablo Carrillo Hernández - 06/02/2025
Una idea más o menos extendida a propósito de las obras de arte supone que existen algunas que se mantienen en el gusto general debido a cualidades más o menos “atemporales” que trascienden la imprevisible contingencia humana. Las sinfonías de Beethoven, la Mona Lisa o las novelas de Tolstoi o Dostoyevski son algunos ejemplos de esas obras que no sin cierto sentimentalismo y aun ingenuidad incluso se les llega a calificar de “eternas”.
Si bien esta perspectiva tiene cierto atractivo, lo cierto es que una mirada más profunda o crítica puede hacer ver que ninguna obra está exenta de los vaivenes de la historia y, más particularmente, del movimiento pendular que parece regir lo humano, que en su persistencia en el tiempo parece oscilar entre el capricho y la inercia, el cambio súbito e inesperado y la falsa comodidad que busca conservarlo todo igual.
El arte y la cultura en general no están exentos de ello, y si ciertas obras parecen “sobrevivir” al paso de los años no es porque esencial o intrínsecamente posean valores ideales, casi metafísicos, que las hacen eternas sin importar qué ocurra a su alrededor, si algo o alguien las hace circular o si las circunstancias mismas las llevan a dormir el largo sueño del olvido. Por el contrario, de algún modo es ese mismo marco, a su manera también imprevisible, el que determina su “destino”.
Hago este planteamiento para hablar de la adaptación realizada por la dramaturga mexicana Angélica Rogel de Bodas de sangre de García Lorca, fuera de toda duda uno de esos clásicos que precisamente se mantienen en circulación por motivos que vale la pena interrogar a fondo, más allá de la mera suposición de que se trata de una obra “atemporal”.
En el caso de la adaptación de Rogel –que se presenta actualmente en el Foro Shakespeare de la Ciudad de México– destaca por supuesto lo más evidente: el traslado de la obra de su paisaje andaluz original al noreste del México contemporáneo, caracterizado para la obra con elementos que aunque se podrían considerar esquemáticos –las botas, los sombreros, el acento en el habla, los corridos tumbados (detalle que abordaré a continuación)– son necesarios para situar la obra de García Lorca en un contexto que permita tanto su desarrollo como su recepción. Por lo demás, Bodas de sangre es una de esas piezas que, como Las bodas de Fígaro o La Bohème, admiten ciertas modificaciones de tiempo y geografía al respecto de su idea original, pero no al extremo de la abstracción; dicho de otro modo, se trata de obras que parecen necesitar un anclaje concreto en una situación humana reconocible.
En ese sentido, la elección de Rogel es admirablemente acertada y aun podría pensarse, una vez considerada la cuestión, que el paso de la Andalucía de García Lorca a alguna población actual en Sonora o Sinaloa era casi hasta obvio, al menos por aspectos como cierto conservadurismo familiar que al menos en el imaginario todavía persiste en dichas regiones, sus prácticas sociales –como el matrimonio o la organización familiar– configuradas en función de las prácticas rurales, el peculiar contenido que se le da a las ideas de “ser hombre” y “ser mujer”, entre otras similitudes.
El otro gran acierto de esta versión de Bodas de sangre es la adaptación de la poesía garcíalorquiana al rimado y la música de los corridos tumbados de dicha región de México, tan polémicos y tan populares. Aunque sin duda a algunas personas esto les parecerá una especie de “sacrilegio” frente a uno de los textos canónicos de la literatura en español, una escucha menos conservadora o purista –y por supuesto mucho más abierta y, sobre todo, verdaderamente atenta e interesada en el lenguaje y sus posibilidades– encontrará la pertinencia de esta elección. No sólo por un criterio de consistencia con respecto a los botines que calzan las actrices y los actores de la puesta en escena, sino más bien lo opuesto: es de suponerse que la pregunta original de Rogel fue imaginar cómo sonaría García Lorca con la guitarra de doce cuerdas de los corridos tumbados –por cierto, otro elemento común entre la cultura andaluza y la del noreste de México: la importancia de los instrumentos de cuerda en su música popular–, y a partir de ahí el resto fue sólo vestir esa idea. Podemos o no estar de acuerdo con esa elección, pero es innegable que trasladar el texto de García Lorca a ese panorama lo desempolva, lo actualiza, lo presenta a un público vivo y lo confronta a una realidad actual, con sus preguntas, sus problemas y sus contradicciones.
Si acaso, lo que se podría echar en falta en esta adaptación es alguna alusión así fuera sutil o explícita del crimen organizado, sin cuya presencia no se explica el surgimiento y auge de los corridos tumbados, por supuesto la violencia en el norte de México y aun ciertas prácticas sociales contemporáneas. Quizá para que la adaptación no corriera el riesgo de retratar a la cultura del noreste con excesiva simpleza, y para actualizar aún más el texto de Bodas de sangre, una intervención así pudo ser pertinente.
En cualquier caso, la adaptación de Angélica Rogel se sostiene por sí misma con sus elecciones escénicas y estéticas, y ofrece una oportunidad inmejorable de recibir de nuevo la obra no “atemporal” de García Lorca, sino más bien vigente y capaz todavía de hacernos preguntas válidas y de profundidad sobre la sociedad en que vivimos, las relaciones entre hombres y mujeres, el efecto de la familia en la subjetividad y otras no menos importantes.
Bodas de sangre se presenta en el Foro Shakespeare de la ciudad de México –Zamora 7, colonia Condesa–, con funciones en viernes, sábado y domingo hasta el 29 de junio. Para más información sobre horarios y precios haz clic en este enlace.