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A los 27, el fuego juvenil se apaga y deja espacio a la crisis existencial, es el momento en que la libertad se convierte en un abismo y el individuo se enfrenta a la angustia de elegir su destino. Como Kierkegaard nos enseñó, solo atravesando la desesperación es posible encontrar la autenticidad

Dicen que el destino tiene predilección por los espíritus que arden demasiado rápido. A los 27, el fuego de la juventud empieza a ceder ante la inercia de lo inevitable. Es la edad en la que muchos artistas —Hendrix, Joplin, Cobain, Winehouse, Morrison— sellaron un pacto con la sombra. Pero, ¿es realmente una maldición numérica o un síntoma de algo más profundo, más humano?

Søren Kierkegaard, voz de la desesperación y padre del existencialismo, hablaba de la angustia como el vértigo de la libertad. Ese momento en que el individuo se enfrenta al abismo de su propia existencia, sin dioses ni certezas a las cuales aferrarse. A los 27, el juego deja de ser inocente: la adultez se impone con su peso, la expectativa social aprieta como una soga y la identidad se tambalea entre lo que fuimos y lo que deberíamos ser.

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La crisis del cuarto de siglo es más que una cifra; pareciera ser un abismo, una noche oscura del alma en la que muchos se pierden ante la angustia del nuevo porvenir. Kierkegaard lo llamaba la "desnudez existencial", ese momento en el que las máscaras caen y el reflejo en el espejo es un extraño, alguien que quizás no reconocemos. Es el peso de las decisiones, la sombra de los caminos no tomados, la inercia de una vida que se siente ajena. Es el dolor de saberse libre y al mismo tiempo, atrapado en la trama que uno mismo ha tejido.

No es casualidad que tantos artistas hayan sucumbido en este tránsito. La genialidad suele venir acompañada de una sensibilidad que hace del mundo un lugar insoportable. Pero más allá del mito del "Club de los 27", hay una verdad universal: la crisis de identidad, el desamparo frente a un futuro incierto, la urgencia de encontrar sentido antes de que la vida se convierta en una jaula de obligaciones y expectativas.

Sin embargo en la crisis también hay una oportunidad. Kierkegaard lo sabía: el sufrimiento es la condición previa para la autenticidad. Atravesar la angustia no siempre es caer, puede convertirse en el renacer. Los 27 no tienen por qué ser una sentencia, sino un rito de paso, un momento de quiebre donde la elección es simple pero brutal: nos dejamos consumir por la angustia y desesperación o aprendemos a bailotear con ellas.

La llama puede extinguirse o transformarse. El abismo puede tragar o vislumbrar nuevos secretos. Y en esa danza con la sombra, algunos se rinden ante la oscuridad, otros avanzan sin atreverse a mirar, y unos pocos descubren en la angustia una textura que da profundidad a la vida.


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Imágen de portada: Pixabay