Cinco de los mejores libros de Dostoyevski, la pluma con un millón de voces
Libros
Por: Alejandro Massa Varela - 01/22/2025
Por: Alejandro Massa Varela - 01/22/2025
Dice todo y nada sostener que Fiódor Dostoyevski fue uno de los escritores superiores del Imperio de los zares, si no el supremo. Dice todo y nada porque la vida no vale nada y no podría tener otro valor que el del universo, el crisol de todas las emociones, todas las ideologías, todos los pecados y todas las virtudes como intentos de fuga.
También esta descripción dice nada o muy poco sobre Dostoyevski, porque la literatura rusa fue, para el siglo XIX, la exploración superior de la psicología humana, el resumen del mundo y del yo como aquello que existe entre las personas, la crítica o el análisis de sus límites. En cierta forma, toda la literatura posterior al gran genio moscovita: pudo regresar tan atrás en el mundo e ir tan adelante como cada escritor como para no haber ya ningún plagio.
El filósofo Ludwig Wittgenstein, quien nunca leyó a Aristóteles o a Hegel, decía que todo está en el evangelio de Mateo, Agustín de Hipona y Dostoyevski. La ficción filosófica, la ficción liberadora y condenatoriamente real de este último, influencia clave para Friedrich Nietzsche, Jean-Paul Sartre, Albert Camus y Emmanuel Lévinas, reduce tanto la importancia del yo como para que sea visible el valor del mundo, y tanto el poder del mundo como para que sea audible la impotencia del yo. Para el escritor estadounidense James Baldwin:
Lees algo que creías que solo te había pasado a ti y descubres que le pasó a Dostoievski hace cien años. Es una gran liberación para la persona que sufre y lucha, que siempre piensa que está sola. Por eso es importante el arte. El arte no sería importante si la vida no fuera importante, y la vida es importante.
Dostoyevski escribió desde el contexto político, social y espiritual de la sociedad rusa de la segunda mitad de aquel gran siglo de la sospecha. Universalizó, pero escribiendo sin esperar el reencuentro con la idea detrás de todas las cosas, una justificación del mundo. Tampoco una voluntad perfecta detrás de todo el pasado del microuniverso que es uno mismo, una justificación psicológica. No buscó reproducir el consuelo primero ni adjudicarse el consuelo definitivo, sino encontrar uno entre seres abandonados entre otros, que pueden imponerse ese Espíritu Santo mutuo de la pasión y el desapasionamiento. Los seres no pensados como lo que son y los seres que ya no podrán ser más, sino sentir más, sufrir más, consolarse más. Porque lo que se había llamado “Dios” no era la realidad, sino la verdad creída, o en sus propias palabras:
Si Dios no existiera, todo estaría permitido.
Dostoyevski inspiró la imposibilidad de plagio del existencialismo en la consciencia del escritor. Y para ello se inspiró en Jesucristo Nazareno, el Dios que ya no puede plagiarse a sí mismo, ser su autoridad. La mayor fuerza cultural de esta inspiración fue el reavivamiento del Cristianismo Ortodoxo en Rusia, la religión de su familia y de su secunda esposa, de los iconódulos, los monjes y los campesinos con los que convivió. Herida por el liberalismo ilustrado de Pedro el Grande, esta Iglesia revivió gracias a un regreso al pietismo. Buscaba en su espiritualidad, como Dostoyevski en aquella que pertenece a la literatura: la “kenosis” del Hijo en la Trinidad, el hijo que salió de ella, más que para hacer aparecer a Dios, para desaparecerlo, para ser uno más de los humanos. No el juez, sino el personaje de su propia pasión y errores que lo llevarían a la muerte. Desaparecer así es desaparecer el destino hasta la plenitud máxima.
El yo sin yo solo puede ser un personaje entre personajes. En literatura a esto se le ha denominado “polifonía”. Esta característica definitoria de la narrativa rusa, reconocida por primera vez por el historiador Mijaíl Bajtín, implica incluir la diversidad de los puntos de vista como “voces simultáneas”. En palabras de la crítica literaria Caryl Emerson:
Una postura autoral descentrada que otorga validez a todas las voces.
Bajtín ve en la ficción de Dostoievski la quintaesencia de esta polifonía literaria:
Una pluralidad de voces y conciencias independientes y no fusionadas, plenamente válidas. Por la naturaleza misma de su diseño creativo, no son solo objetos del discurso del autor, sino también sujetos de su propio discurso directamente significativo.
Esta armonía no individualizada y fluida, de un ser humano a otro, es la unión, como ficción no ficticia y como verosimilitud no absoluta, del sentimiento no racional. Contiene la vida toda, el dolor, el placer y la lucha, emociones hechas con su propio arte. Por eso leer a Dostoyevski es ya ser también artista, ser un Cristo humano liberado polifónicamente.
En Pijama Surf les compartimos nuestra selección de los cinco mejores libros de Fiódor Dostoievski. También dos videos, el primero, un documental de Policarpo sobre el desarrollo del pensamiento de este filósofo narrador, y el segundo, la gran adaptación cinematográfica de 1951 de Crimen y castigo, dirigida por el mexicano Fernando de Fuentes:
El Idiota, 1869.
Alianza Editorial, 2018:
Proveniente de un establecimiento de salud en Suiza donde un doctor le ha tratado una enfermedad no concretada, el joven príncipe Myshkin (persona esencialmente buena y sin ninguna malicia) regresa a Rusia sin un rublo con el fin de hallar cobijo o ayuda en algunos parientes lejanos. Su aparición e integración en la sociedad de San Petersburgo llevará, precisamente en razón de su carácter, a que todo aquel que entable relación con él, desnudado por su mirada ingenua, sus mansas palabras y sus actos inocentes, experimente un trastorno inesperado en su vida o en sus sentimientos.
Memorias del subsuelo, 1864.
Alba Editorial, 2023:
“En una novela tiene que haber un héroe, y aquí se han reunido deliberadamente todos los rasgos del antihéroe”, dice el narrador sin nombre de esta obra que Dostoievski publicó en la nueva revista Época de su hermano Mijaíl, a quien había confesado su inquietud por el “tono áspero y salvaje” del texto. En su primera parte, un funcionario de grado mediano de cuarenta años, ya retirado, se dirige a un público imaginario como un orador: entre burlas, paradojas y violentas interpelaciones, confiesa su orgulloso aislamiento de la sociedad, sus constantes atentados contra todo lo hermoso y lo sublime y su firme convicción de que la civilización no podrá salvar al ser humano, condenado por el libre albedrío a desafiar a la razón y saborear el mal. En la segunda parte, a partir del recuerdo de una anécdota de juventud, la novela empieza a poblarse de personajes –tenientes engreídos, amigos aduladores, criados altivos, jóvenes prostitutas– que acaban de perfilar, con sus juergas y sus desaires, el característico universo dostoievskiano.
El subsuelo desde donde escribe el protagonista es un espacio simbólico de la falta de contacto con la vida y del presuntuoso rencor que esta genera, pero también un refugio donde reina una falsa sensación de tranquilidad. Es el lugar donde viven los insectos, las arañas y los ratones, y también el hombre superfluo, incapaz de amar.
Noches blancas, 1848.
Nørdicalibros, 2016:
San Petersburgo, su luz, sus casas y sus avenidas son el escenario de esta apasionada novela. En una de esas noches blancas que se dan en la ciudad rusa durante el solsticio de verano, un joven solitario narra cómo conoce de forma accidental a una muchacha a la orilla del canal. Tras el primer encuentro, la pareja de desconocidos se citará las tres noches siguientes, noches en las que ella, Nástenka, relatará su triste historia y en las que harán acto de presencia, de forma sutil y envolvente, las grandes pasiones que mueven al ser humano: el amor, la ilusión, la esperanza, el desamor, el desengaño.
Crimen y castigo, 1866.
Editorial Juventud, 2013:
Raskolnikov, el héroe de la obra, se yergue como un superhombre y pretende situarse más allá del bien y del mal. Y para demostrarlo comete un homicidio. Y así, poco a poco se convence de que es una especie de hombre-Dios y que ni por encima ni por debajo de sí debe reconocer ninguna ley moral. Pero en su lucha por conquistar definitivamente esa impasibilidad que lo exime del pecado, no puede sobreponerse al aldabonazo de la conciencia, que desde lo hondo de su espíritu le dice que es un criminal.
Crimen y Castigo refleja esa antinomia constante entre el bien y el mal, lo consciente y lo subconsciente, el relativismo desaforado y la igual de intensa ley moral.
Los hermanos Karamázov, 1880.
Alba Editorial, 2023:
Los hijos legítimos de Fiódor Pávlovich Karamázov –un bufón, un filisteo, un déspota, solo en última instancia un padre– se reúnen después de haber sido educados, lejos unos de otros, en distintas partes de Rusia: Dmitri es soldado y –como su padre– puro ímpetu, bebedor, derrochador, lujurioso; Iván se ha convertido en un escéptico que duda de la ley, de la conciencia y de la fe (el primer existencialista, según Jean-Paul Sartre); Aliosha ha abrazado la religión, todo el mundo lo llama ángel y vive en un monasterio. Ineluctablemente, la reunión familiar precipita la disolución y la tragedia.
Esta nueva traducción directa del ruso de Los hermanos Karamázov, la primera en español en casi cincuenta años, fue la última novela de Dostoievski y sin duda una de esas obras decisivas cuya influencia ha perdurado hasta nuestros días. En ella se encuentra –diría un personaje de Kurt Vonnegut– “todo cuanto hay que saber en la vida”; también todo cuanto hay que saber del género narrativo. Con un narrador experto en tender lazos al lector y en crear con él una de las redes más fascinantes y comunicativas de la historia de la literatura, lo que Dostoievski construye no es solo una monumental visión del mundo moral humano, sino un arriesgado y espléndido ensayo sobre la forma de reproducirlo.